lecturas 3 de abril de 2010

sábado 03 Abril 2010
Sábado Santo de la Sepultura del Señor – Santa Vigilia Pascual

San Juan Brittos

Leer el comentario del Evangelio por
Una homilía del siglo V : «Tú iluminas esta noche santa con la gloria de la resurrección del Señor» (Colecta)

Lecturas

Exodo 14,15-31.15,1.
Después el Señor dijo a Moisés: «¿Por qué me invocas con esos gritos?
Ordena a los israelitas que reanuden la marcha.
Y tú, con el bastón en alto, extiende tu mano sobre el mar y divídelo en
dos, para que puedan cruzarlo a pie.
Yo voy a endurecer el corazón de los egipcios, y ellos entrarán en el mar
detrás de los israelitas. Así me cubriré de gloria a expensas del Faraón y
de su ejército, de sus carros y de sus guerreros.
Los egipcios sabrán que soy el Señor, cuando yo me cubra de gloria a
expensas del Faraón, de sus carros y de sus guerreros».
El Angel de Dios, que avanzaba al frente del campamento de Israel,
retrocedió hasta colocarse detrás de ellos; y la columna de nube se
desplazó también de delante hacia atrás,
interponiéndose entre el campamento egipcio y el de Israel. La nube era
tenebrosa para unos, mientras que para los otros iluminaba la noche, de
manera que en toda la noche no pudieron acercarse los unos a los otros.
Entonces Moisés extendió su mano sobre el mar, y el Señor hizo retroceder
el mar con un fuerte viento del este, que sopló toda la noche y transformó
el mar en tierra seca. Las aguas se abrieron,
y los israelitas entraron a pie en el cauce del mar, mientras las aguas
formaban una muralla a derecha e izquierda.
Los egipcios los persiguieron, y toda la caballería del Faraón, sus carros
y sus guerreros, entraron detrás de ellos en medio del mar.
Cuando estaba por despuntar el alba, el Señor observó las tropas egipcias
desde la columna de fuego y de nube, y sembró la confusión entre ellos.
Además, frenó las ruedas de sus carros de guerra, haciendo que avanzaran
con dificultad. Los egipcios exclamaron: «Huyamos de Israel, porque el
Señor combate en favor de ellos contra Egipto».
El Señor dijo a Moisés: «Extiende tu mano sobre el mar, para que las aguas
se vuelvan contra los egipcios, sus carros y sus guerreros».
Moisés extendió su mano sobre el mar y, al amanecer, el mar volvió a su
cauce. Los egipcios ya habían emprendido la huida, pero se encontraron con
las aguas, y el Señor los hundió en el mar.
Las aguas envolvieron totalmente a los carros y a los guerreros de todo el
ejército del Faraón que habían entrado en medio del mar para perseguir a
los israelitas. Ni uno solo se salvó.
Los israelitas, en cambio, fueron caminando por el cauce seco del mar,
mientras las aguas formaban una muralla, a derecha e izquierda.
Aquel día, el Señor salvó a Israel de las manos de los egipcios. Israel vio
los cadáveres de los egipcios que yacían a la orilla del mar,
y fue testigo de la hazaña que el Señor realizó contra Egipto. El pueblo
temió al Señor, y creyó en él y en Moisés, su servidor.
Entonces Moisés y los israelitas entonaron este canto en honor del Señor:
«Cantaré al Señor, que se ha cubierto de gloria: él hundió en el mar los
caballos y los carros.

Exodo 15,2-6.17-18.
El Señor es mi fuerza y mi protección, él me salvó. El es mi Dios y yo lo
glorifico, es el Dios de mi padre y yo proclamo su grandeza.
El Señor es un guerrero, su nombre es «Señor».
El arrojó al mar los carros del Faraón y su ejército, lo mejor de sus
soldados se hundió en el Mar Rojo.
El abismo los cubrió, cayeron como una piedra en lo profundo del mar.
Tu mano, Señor, resplandece por su fuerza, tu mano, Señor, aniquila al
enemigo.
Tú lo llevas y lo plantas en la montaña de tu herencia, en el lugar que
preparaste para tu morada, en el Santuario, Señor, que fundaron tus manos.
¡El Señor reina eternamente!».

San Pablo a los Romanos 6,3-11.
¿No saben ustedes que todos los que fuimos bautizados en Cristo Jesús, nos
hemos sumergido en su muerte?
Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que así como
Cristo resucitó por la gloria del Padre, también nosotros llevemos una Vida
nueva.
Porque si nos hemos identificado con Cristo por una muerte semejante a la
suya, también nos identificaremos con él en la resurrección.
Comprendámoslo: nuestro hombre viejo ha sido crucificado con él, para que
fuera destruido este cuerpo de pecado, y así dejáramos de ser esclavos del
pecado.
Porque el que está muerto, no debe nada al pecado.
Pero si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él.
Sabemos que Cristo, después de resucitar, no muere más, porque la muerte ya
no tiene poder sobre él.
Al morir, él murió al pecado, una vez por todas; y ahora que vive, vive
para Dios.
Así también ustedes, considérense muertos al pecado y vivos para Dios en
Cristo Jesús.

Lucas 24,1-12.
El primer día de la semana, al amanecer, las mujeres fueron al sepulcro con
los perfumes que habían preparado.
Ellas encontraron removida la piedra del sepulcro
y entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús.
Mientras estaban desconcertadas a causa de esto, se les aparecieron dos
hombres con vestiduras deslumbrantes.
Como las mujeres, llenas de temor, no se atrevían a levantar la vista del
suelo, ellos les preguntaron: «¿Por qué buscan entre los muertos al que
está vivo?
No está aquí, ha resucitado. Recuerden lo que él les decía cuando aún
estaba en Galilea:
‘Es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en manos de los
pecadores, que sea crucificado y que resucite al tercer día’».
Y las mujeres recordaron sus palabras.
Cuando regresaron del sepulcro, refirieron esto a los Once y a todos los
demás.
Eran María Magdalena, Juana y María, la madre de Santiago, y las demás
mujeres que las acompañaban. Ellas contaron todo a los Apóstoles,
pero a ellos les pareció que deliraban y no les creyeron.
Pedro, sin embargo, se levantó y corrió hacia el sepulcro, y al asomarse,
no vio más que las sábanas. Entonces regresó lleno de admiración por lo que
había sucedido.

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.

Leer el comentario del Evangelio por

Una homilía del siglo V, atribuida a Eusebio el Galicano
Homilía 12ª; CCL 101, 145

«Tú iluminas esta noche santa con la gloria de la resurrección del Señor» (Colecta)

«¡Alégrese el cielo, goce la tierra!» (cf SL 95,11). Este día ha
brillado para nosotros con el resplandor del sepulcro más que si
resplandeciera con el sol. ¡Qué los infiernos aclamen porque a partir de
ahora tienen una salida; qué se gocen porque para ellos hoy es el día de la
visita; qué exulten porque después de siglos y siglos han visto una luz que
no conocían, y en la oscuridad de su profunda noche, por fin, han
respirado! Oh luz bella que se ha visto clarear desde la cima del cielo
blanqueado…, has revestido de su súbita claridad «a los que vivían en
tinieblas y sombras de muerte »(Lc 1,79). Porque al descender Cristo a los
infiernos, su eterna noche ha resplandecido inmediatamente y han cesado los
lamentos de los afligidos; las ataduras de los condenados se han roto y
caído; los espíritus malignos se han sobrecogido de estupor, como abatidos
por un trueno…

Desde que Cristo ha descendido, las porteras sombras, ciegas en su
negro silencio y encorvadas por el temor, murmuran entre ellas: «¿Quién es
éste, temible, resplandeciente de blancura? Jamás nuestro infierno no ha
recibido otro semejante; jamás el mundo no ha arrojado otro semejante en
nuestro abismo… Si fuera culpable, no sería tan audaz. Si algún delito lo
ennegreciera, jamás podría disipar nuestras tinieblas con su resplandor.
Pero si es Dios, ¿qué hace en la tumba? Si es hombre, ¿cómo se atreve? Si
es Dios ¿por qué viene? Si es hombre ¿cómo libera a los cautivos?… ¡Oh
cruz, que desbaratas nuestros placeres y das a luz nuestra desdicha! El
madero nos enriqueció y el madero nos arruina. ¡Ha perecido este gran poder
siempre temido por los pueblos!»


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