LEVÍTICO PARTE I/ LA REGULACIÓN DE LOS SACRIFICIOS/ CAPÍTULO 1

Pondrá su mano sobre la cabeza del animal destinado al holocausto, para que el sacrificio sea aceptado como expiación.

En una conversación con un buen amigo mío le comentaba que si existiera un genoma espiritual el mismo estaría dañado del mismo modo que el genoma del cuerpo humano lo puede estar y transmitir de una generación a otra enfermedades o producirlas en un determinado individuo.

Ese genoma espiritual afectado por el pecado haría que las realidades y dimensiones de tipo espiritual, moral y ético estuvieran defectuosas en nuestras vidas o no las pudiéramos captar con la intensidad que necesitaríamos.

Esa afección sería la que, por ejemplo, nos deje en un grado extraño fríos e indiferentes el tener una relación con el Dios creador y sustentador del universo. Cierto que a nivel intelectual lo entendemos, sabemos que es un gran privilegio, que parece mentira que Dios quiera relacionarse con nosotros pero, en la práctica, algo se nos escapa y esa verdad racional no llega a niveles más hondos.

Del mismo modo esa afección es la que provoca que no le demos, tal vez porque no lo captamos, al pecado toda la gravedad y seriedad que tiene. El pecado se ha banalizado, ha perdido impacto. A fuerza de relacionarlo casi exclusivamente con la sexualidad creyentes y no creyentes lo vemos como algo sin sentido y ridículo. Hemos perdido la perspectiva de que precisamente es el pecado el que ha convertido el mundo en lo que es y nuestras vidas personales en los marasmos que son.

Los sacrificios de animales con todo su simbolismo entiendo que pretendían ayudarnos a entender y ver gráficamente esa gravedad. La muerte de un inocente, su sangre derramada, todo el dolor y sufrimiento que implicaba, la crueldad, etc., ayudaban a aquellos que ofrecían el sacrificio a recordar cuán grave y serio era el problema de su pecado.

Me pregunto que podría ayudarnos a nosotros, los que nos hemos beneficiado del sacrificio único y definitivo de Jesús, a no perder de vista la gravedad y seriedad de nuestro pecado.

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