LEVÍTICO PARTE III/ NORMAS SOBRE LA PUREZA E IMPUREZA RITUAL/ CAPÍTULO 12, 13 Y 14

El enfermo de lepra andará con sus vestidos rasgados y con el pelo de su cabeza revuelto; se cubrirá la parte inferior de su rostro y pregonará: ¡soy impuro! ¡soy impuro! todo el tiempo que le dure la lepra será impuro y, en cuanto impuro, tendrá que vivir aislado; su morada estará fuera del campamento.

La lepra era una considerada una enfermedad altamente contagiosa y, por tanto, la persona que la padecía debía de ser aislada del resto de la comunidad. El enfermo se convertía en un auténtico paria social, condenado al aislamiento y a tener que vivir, o bien en soledad, o bien en compañía de otros enfermos como él. Si además consideramos que había la creencia que la lepra era un castigo divino y estaba asociada con el pecado, tenemos una imagen completa de lo penoso que debía ser padecer esta enfermedad y las tremendas implicaciones, no únicamente médicas, sino sociales, culturales y espirituales que tenía para una persona. 

Al pensar en ello saltó a mi mente el pasaje en que Jesús cura a un leproso y lo hace tocándolo. La curación no exigía, para nada, el contacto físico con el enfermo y además Jesús tocándolo se convertía Él mismo -tal y como lo indican estos capítulos del libro de Levítico- en impuro desde el punto de vista ritual. Jesús lo hace porque si bien no era necesario desde el punto de vista de la curación, si que lo era para devolverle, mediante el contacto físico, la dignidad a una persona. La palabra de Jesús sana al enfermo, el toque le devuelve su dignidad como persona, le transmite valor, le comunica afecto, ternura y aprecio, algo tan necesario para vivir como la salud.

Los cristianos tenemos nuestros propios «leprosos», personas, grupos sociales, gente que debido a su estilo de vida son para nosotros parias espirituales a los que despreciamos, juzgamos y condenamos olvidando que Jesús, precisamente, vino a salvar a pecadores y no a justos. Hemos olvidado la misericordia del Maestro que no dudó en convertirse en impuro desde el punto de vista de la religión convencional para transmitir amor y aceptación al que lo necesitaba. Buen ejemplo a seguir.

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