LEVÍTICO PARTE IV/ CÓDIGO DE SANTIDAD/ CAPÍTULO 26

Estableceré mi morada en medio de vosotros y jamás os rechazaré.

Es una promesa muy bonita, el único problema es que está condicionada a la obediencia de la Ley de Dios. Así funcionaban las cosas en los tiempos del Antiguo Testamento, era una relación contractual, tú hacías esto y Dios te correspondía con lo otro. Obediencia = bendición. Desobediencia = castigo.

Jesús cambió las cosas de forma drástica y radical puesto que la relación ahora no está basada en las obras -el cumplimiento de la Ley- sino en la gracia -la actitud de amor y aceptación incondicional del Señor hacia nosotros. Dios no nos abandonará jamás no debido a lo que hagamos, sino más bien a pesar de lo que hagamos. Nunca en base a lo que somos, sino a pesar de todo aquello que somos.

La gracia es escandalosa y por eso algunos bienintencionados creyentes han querido matizarla al parecerles demasiado generosa, demasiado pródiga. Pero las cosas son como son. Si Dios nos amara más porque nos portamos mejor que otros ya no sería gracia. Si Él dejara de amarnos porque nos portamos mal ya no sería gracia. Nuevamente afirmo que la gracia es escandalosa.

Así nos lo enseña la Escritura y no estamos autorizados a matizar lo que Jesús ha hecho por nosotros. Así nos lo enseña la parábola del hijo pródigo y la de los viñadores que comenzaron a trabajar a diferentes horas y recibieron todos el mismo salario.

Me he dado cuenta que al principio de nuestro seguimiento de Jesús recibimos la gracia con gratitud, maravillados de que nos fuera concedida. Después, cuando pasa un poco de tiempo, nos acostumbramos a ella y comenzamos a considerar injusto que le sea aplicada a otros.

La gracia es escandalosa y precisamente por eso debería de provocar en nosotros una respuesta de gratitud y cambio de vida.

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