Regresaré a casa de mi padre, y le diré: Padre mío, he pecado contra Dios y contra ti; ya no merezco llamarme tu hijo; trátame como a uno de tus trabajadores.”
El capítulo 15 del evangelio de Lucas narra uno de los pasajes, en mi humilde opinión, más bellos de toda la Escritura, además de ser uno con el que me siento plenamente identificado, es la parábola del padre que ama y perdona. Contada por el mismo Jesús, es probablemente el texto de la Biblia que mejor revela el carácter paternal y amoroso del Dios al que sigo.
Lo que contrasta en esta historia es mi condición de indignidad para ser tratado como hijo y la respuesta del padre de amarme incondicionalmente, perdonarme y restaurarme en la condición de hijo y heredero.
Lo que me emociona es que esta realidad de indignidad y aceptación se repite una y otra vez en mi vida cotidiana. Cada vez que peco intencional y conscientemente es un alejamiento de la casa del Padre, una decisión de vivir independiente y al margen de Él, un deseo de hacer la mía.
Cada vez que soy consciente y decido confesar revivo la historia del padre que ama y perdona en mi propia experiencia. La conciencia de haber obrado mal, la comprensión de mi indignidad para ser nuevamente recibido y el amor incondicional del Padre que celebra fiesta.
Simplemente gracias Señor
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