• El Hijo de Dios… me amó y se entregó a sí mismo por mí. – Gálatas 2:20.
• Jesucristo… se dio a sí mismo por nuestros pecados. – Gálatas 1:3-4.
• Cristo murió por nosotros. – Romanos 5:8.
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En Francia, durante la Revolución Francesa (1793-1794) y el Régimen del Terror, un joven llamado Thibaut fue arrestado, juzgado y condenado. Estaba en su calabozo esperando el llamado para ir a la guillotina. Gracias a un favor inesperado, su anciano padre obtuvo el permiso para verlo. Éste halló a su hijo agobiado, desesperado. En medio del tumulto de la cárcel, el padre logró quedarse en la celda de su hijo sin que los guardias lo notasen. En la madrugada llamaron: «¡Thibaut!». El padre se levantó y respondió: «Presente». Le ordenaron subir a la carreta… y unos instantes después su cabeza rodó por la cuchilla.
Cuando el joven despertó, estaba solo en su celda y vio la puerta abierta. Entonces salió y se presentó ante el despacho, donde le dijeron: «¿Usted es Thibaut? ¡Eso es imposible! Thibaut acaba de ser ejecutado. ¡Váyase, la justicia no lo conoce!». Entonces el joven comprendió y pudo medir el amor del que había muerto en su lugar.
¿Sabía usted que nuestra historia se parece mucho a la de Thibaut? Ignoramos si éste merecía esa condena, pero usted y yo merecemos la condenación eterna, pues somos pecadores. Cristo descendió del cielo para salvarnos y se presentó ante Dios para llevar el castigo en nuestro lugar. Él murió por nosotros. Cada ser humano debe medir la grandeza de Su amor y aceptar tal don.
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