Despoja a Aarón de sus vestiduras sacerdotales y pónselas a su hijo Eleazar porque Aarón debe reunirse con sus antepasados y va a morir.
Me pregunto si la reflexión que voy a escribir es un tanto heterodoxa pero siempre que he leído este pasaje he pensado que nuestra existencia acaba cuando el Señor lo decreta y que este decreto va unido al final de nuestra misión o ministerio.
Soy un decidido creyente en que Jesús no nos invita a seguirle para que nos convirtamos en pasivos miembros de una iglesia o activos miembros que usan toda su energía para mantener un status quo cada vez menos relevante cultural y socialmente. Antes bien, su llamamiento a ir en pos de Él es un llamamiento a construir el Reino de Dios desde todos los ámbitos de la sociedad, la cultura, el hogar, la política, las finanzas, la industria, el comercio, la educación y así, una lista tan larga como uno desee crear.
Y en esto si que creo firmemente que cada seguidor de Jesús tiene un papel único, singular e irrepetible, un ministerio, una misión que nadie más puede cumplir y que cuando llegó el tiempo de haberla concluido Jesús nos llama a estar eternamente con Él.
Creo que ahí es donde encaja la parábola de los talentos y uso adecuado de nuestra vida para asegurarnos que esa misión es cumplida y esto, por dos razones, la primera porque da gloria y honra a Dios y la segunda, porque hay gozo y privilegio en colaborar con Jesús en la restauración del universo.
Me produce profunda tristeza ver tantos seguidores de Jesús que languidecen en los bancos de tantas comunidades o que invierten sus vidas no en la construcción del Reino sino en el mantenimiento de estructuras que, en muchos casos, dan mayor gloria a los que las dirigen pero que jamás habrán descubierto ni vivido su misión.
Nunca es demasiado tarde para comenzar a vivir para lo que hemos sido creados.
Deja una respuesta