Como tantas otras novelas, la idea surgió cuando leí una reseña del Pueblo Mágico de Tlalpujahua en una revista de viajes. La foto de portada captó mi atención, pero mucho más el saber que en ese pueblo mexicano, en el estado de Michoacán, producen esferas navideñas como su principal modo de sustento. Así que empecé a soñar con Tlalpujahua. Busqué fotos en Internet, investigué sobre el clima y luego tuve que planear un viaje.
El tema lo proveyó el pueblo: ¡Navidad! ¿Cómo no hablar del tema en un sitio geográfico donde viven, comen y sueñan con Navidad? ¿Cómo no pensar en Navidad si todas las tiendas ofrecen adornos para el árbol navideño?
Los personajes llegaron como siempre, sin previo aviso. Clara fue la primera en aparecer. Embarazada y sin esposo, una joven «truncando» su destino. ¿Una María moderna? Y entonces se presentó Adrián, un posible José, su amigo de la infancia, pero nada me preparó para lo que Adrián añadiría a la historia: música. Aquí tenemos a un músico estudiante del conservatorio de Morelia, que de repente debe dejar la música por visitar a su padre a quien se le ha diagnosticado cáncer.
¿Por qué cáncer a don Rubén? Porque el cáncer también es un tema que ha acompañado a mi familia en varias generaciones. Pero en medio de la enfermedad, podemos encontrar algo positivo, aún entre quimioterapias y radioterapias. Finalmente surgió Ángela, la madre de Clara, quien trabaja en la tienda de esferas de don Rubén.
De ese modo, los hilos se fueron entretejiendo, la Navidad surgió en mi corazón, y ¿el título? Viene de una canción antigua que me encanta: Luna de Miel. «Nunca sabré el milagro de amor que ha nacido por ti».
Así como yo disfruté escribir esta novela y conocer Tlalpujahua, espero ustedes (mis lectores) me acompañen en este viaje mágico.
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