Amo a Jehová, pues ha oído
Mi voz y mis súplicas;(Sal 116:2)
La oración no es soltar una pocas expresiones de un parloteo elogioso y de vanas repeticiones, sino un sentimiento sensato en el corazón. La oración es sensible a muchas cosas diferentes.
A veces oramos con un sentido de pecado, otras veces con un sentido de misericordia que necesitamos o recibimos, y otras veces con un sentido de
que Dios está listo para otorgarnos su misericordia y perdón.
Debido a que comprendemos el peligro del pecado, sentimos a menudo en oración nuestra necesidad de misericordia. Nuestra alma siente. Ese sentimiento nos hará suspirar y gemir y ablandará el corazón.
La oración correcta puede rebosar del corazón cuando esta presionada por el dolor y la amargura.
Cuando Ana oraba por un hijo, la Biblia dice:
«Con amargura de alma oró a Jehová, y lloró abundantemente»
y el Señor escuchó su oración y concibió y dio a luz al gran profeta Samuel (1 S. 1:10).
David describe algunas de sus oraciones diciendo:
«Cansado estoy de llamar; mi garganta se ha enronquecido; han desfallecido
mis ojos esperando a mi Dios» (Sal. 69:3).
David clama, llora, se debilita su corazón, languidecen sus ojos:
«Estoy debilitado y molido en gran manera; gimo a causa de la conmoción de mi corazón.
Señor, delante de ti están todos mis deseos; y mi suspiro no te es oculto.
Mi corazón está acongojado, me ha dejado mi vigor, y aun la luz de mis ojos me falta ya» (Sal. 38:8-10).
En el Nuevo Testamento encontramos las mismas cosas. Pedro lloró amargamente:
«Entonces Pedro se acordó de las palabras de Jesús, que le había dicho: Antes que cante el gallo, me negarás tres veces. Y saliendo fuera, lloró amargamente» (Mt. 26:75).
Cristo clamó con voz fuerte y lágrimas en sus oraciones:
«En los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la rnuerte, fue oído a causa de su temor reverente» (He. 5′.7).
Cristo clamó y lloró debido a su sentido de la justicia de Dios, de la culpabilidad
del pecado y de los dolores del infierno y de la destrucción.
Encontramos gran consuelo en los salmos cuando expresan nuestra interna sensibilidad en oración:
Amo a Jehová, pues ha oído
Mi voz y mis súplicas;(Sal 116:2)
En todas las situaciones que hemos mencionado, y en cientos más que podríamos citar de las Escrituras, usted puede ver que la oración lleva en sí misma una sensibilidad, una disposición de sentimiento, y a menudo tiene un sentido de lo espantoso que es el pecado.
Cuando abrimos nuestro corazón y alma a Dios en forma sincera y sensible en nuestras oraciones, entonces recibirá a veces un dulce sentido de misericordia que le alienta, le consuela, le fortalece, le reaviva y le ilumina.
Por esa razón David abre su alma para bendecir, alabar y admirar la grandeza de Dios por su amor y compasión por pecadores tan menospreciables:
«Bendice, alma mía, a Jehová,
Y no olvides ninguno de sus beneficios.
Él es quien perdona todas tus iniquidades,
El que sana todas tus dolencias;
El que rescata del hoyo tu vida,
El que te corona de favores y misericordias;
El que sacia de bien tu boca
de modo que te rejuvenezcas como el águila»
(Sal. 103:2-5).
Las oraciones de los santos a veces están llenas de alabanza y acción de gracias. Este es un gran misterio:
El pueblo de Dios ora con sus alabanzas, como está escrito:
«Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: regocijaos!
Vuestra gentileza sea conocida de todos los hombres.
El Señor está cerca.
Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones
delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias.
Y la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros
corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús» (Fil. 4:4-7).
Cuando usted ora a Dios con una gratitud sensible por las misericordias que ha recibido de su mano, su oración es poderosa a los ojos de Dios. Esa oración prevalece con Él indeciblemente.
A veces en oración, nuestra alma tiene un sentido de la misericordia que necesitamos recibir, Esto llena nuestra alma de fervor como David oró:
«Porque tú, Jehová de los ejércitos, Dios de Israel,
revelaste al oído de tu siervo, diciendo:
Yo te edificaré casa. Por eso tu siervo ha hallado en su corazón valor
para hacer delante de ti esta súplica. (2 S. 7:27).
Jacob, David, Daniel y otros recibieron un sentido de que Dios quería bendecirlos. Esto los animó a orar, no a tropezones (trancas y barrancas, a rachas), no para repetir de manera descuidada una pocas palabras escritas en un papel, sino para clamar delante del Señor acerca de su situación en forma ferviente, poderosa y persistente, siendo sensibles, digo sensibles, de sus necesidades, de su miseria, y de la disposición de Dios de mostrarles a ellos su misericordia.
Dios los Bendiga
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