Por amor

Se trata de una celebración especial, diferente a la de los dos años anteriores. Los mismos elementos ocupan la mesa, pero se percibe misterio e incertidumbre. Primero, él les lavó los pies, luego envió al tesorero fuera, todos suponen que de compras. Más tarde, le dijo al más impulsivo algo sobre un gallo, que nadie comprendió. Afortunadamente, toda esa solemnidad se diluye cuando él comienza a hablar con aquellas parábolas y frases estimulantes que les hinchan el pecho.

Les ruega que no se entristezcan y menciona unas moradas que irá a preparar para ellos. Les repite noticias que ya han escuchado sobre su padre, un camino y una creencia, pero de repente, los contempla con atención y pronuncia unas palabras extrañas. Si lo aman, les advierte, deben guardar sus mandamientos.

Los once se estremecen. Desde niños han guardado la ley, la que memorizaron como buenos judíos. Aunque resulta más complicado seguir al actual maestro, al que el impulsivo calificó como el hijo del mismo Dios, y algunos de ellos aún titubean ante dicha aseveración. Su nuevo maestro va más allá de todo; les enseña que no se debe matar, pero que el odio es igual de malo; no se debe adulterar, pero un pensamiento lujurioso ya es pecado. Por otro lado, los once lo aman. ¡Darían su vida por él! Si ese es el requisito, con gusto obedecerán. Solo basta que él exprese sus deseos para que ellos quieran satisfacerlos. De eso se trata el amor, y todos han recibido de sobra, de parte de su maestro.

Jesús ha ordenado que sus mandamientos se cumplan al pie de la letra, y los once discípulos, en especial Juan, graban sus palabras en sus corazones.


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