Pureza Sexual … EL SÍNDROME DE DESGASTE DEL HOMBRE PORNOGRÁFICO

Saludos nuevamente a todos ustedes que defienden día a día su pureza sexual

A la vuelta de la esquina de mi casa, la “Farmacia San Luis” era mucho más que la farmacia del pueblo. Aquel negocio era un lugar de reunión donde la gente se encontraba para conversar y “ponerse al día” sobre los eventos importantes en el diario vivir del pueblo.  La gente no sólo iba a la farmacia a comprar medicamentos, sino que también aprovechaba para indagar sobre el estado de salud de los conpueblanos que habían estado enfermos recientemente.  Así, el farmacéutico era una especie de figura pública, un quasi-alcalde que desde su mostrador conversaba casualmente con sus clientes mientras les despachaba las medicinas del día.

La Farmacia también vendía diversos artículos que nada tenían que ver con la salud, como efectos escolares, cosméticos, perfumería, productos higiénicos, artículos para bebés, periódicos y revistas. Nunca me olvidaré del estante donde todas las revistas se exhibían.  Aquel estante recogía revistas de todos tipos, sobre temas relacionados al hogar, moda, farándula, televisión, deportes, entre otros.  Pero mi mirada siempre se posaba sobre las revistas de la parte más alta del estante, ciertas revistas selladas con plástico transparente para que los clientes no pudieran hojearlas antes de comprarlas.  Eran las revistas para adultos; revistas pornográficas que se vendían “como pan caliente” en la Farmacia San Luis y que por mi edad, sólo podía mirar de lejos, ya que estaban fuera de mi alcance.  Tenía 12 años de edad.

Siempre que iba a la farmacia, me preguntaba cómo podría hacer para tener acceso a una de aquellas revistas.  Además del obstáculo de la edad, no tenía el dinero para comprar un revista de este tipo, la cual era bien costosa para mi presupuesto consistente en algunas monedas diarias para la escuela.  Como si la edad y el dinero no fueran suficientes obstáculos, todo el mundo conocía a mi padre, que era uno de los tres o cuatro abogados del pueblo y que tenía su oficina a pocos pasos de la farmacia.

Si algún día, tuviera suficiente atrevimiento y dinero para comprar una de esas revistas, mis padres se enterarían en pocos segundos, antes de que yo regresara a la casa.  Sin duda alguna, me delataría la cajera que era amiga de mi mamá, el farmacéutico, que era amigo de mi papá, o alguna persona que estuviera cerca, en la fila para pagar.  Además, ni pensar la gran vergüenza que sentiría al comprar una de estas revistas, las cuales siempre tenían títulos sexualmente explícitos y portadas con mujeres en poses seductoras y semi-desnudas.

Finalmente, se me ocurrió la manera de tener acceso a estas revistas.  Mi papá había contratado a un hombre que lo ayudaba en asuntos clericales de la oficina y también le manejaba el carro cuando mi papá tenía que ver casos en tribunales de pueblos lejanos.  Recuerdo que este hombre era muy bromista y se pasaba haciendo chistes cuando llegaba a la oficina de mi papá y no habían clientes en la sala de espera. Aunque primero, los chistes eran inocentes, con el paso de las semanas, aumentó la confianza y –de vez en cuando– el empleado de mi papá me hacía algún chiste subido de tono sobre temas sexuales. Yo aprovechaba estas oportunidades para hacerle preguntas de índole sexual que estuvieran relacionadas con el chiste.

Finalmente un día me atreví y le pregunté que si le daba el dinero y una propina, él podía comprarme una revista de adultos en la farmacia.  Sin titubear, me dijo que sí, que eso era “muy bueno para hacerse hombre”.  De esta manera, conseguí un proveedor constante de este material pornográfico.  Había vencido todos los obstáculos de la Farmacia San Luis.  Ahora, las revistas selladas de la parte más alta del estante estaban a mi alcance.  La lujuria sexual que se desbordaba de estas revistas contaminaría mi corazón con paso acelerado.  Ellas no me harían más hombre. Ellas se robarían poco a poco mi verdadera hombría y me convertirían en un esclavo sin voluntad.

La naturaleza pervertida y torcida de estas revistas era asombrosa.  Ellas no reflejaban las típicas páginas de una revista Playboy norteamericana, donde las imágenes eran a colores y se endiosaba la sensualidad de las modelos pornográficas en atractivos y románticos escenarios. Estas revistas eran en blanco y negro y reflejaban escenas explícitas y grotescas de sexo en orgías, situaciones de adulterio, seducción de jóvenes inocentes y violencia sexual.  Las fotografías estaban acompañadas de narrativas sexuales donde abundaban palabras obscenas y donde se describían por escrito –en un estilo descarnado que rayaba en lo sucio– lo que las imágenes pornográficas reflejaban.

Las narrativas siempre tenían una denominador común: resaltar las proezas sexuales de los hombres en estas historias; acentuar sus apetitos sexuales; exagerar su capacidad para seducir y engañar; enfatizar que entre más mujeres se llevaban a la cama, más hombre se era.  Estas historias eróticas tuvieron un fuerte impacto en mi consciencia y en mi manera de ver lo que era masculinidad.  Comencé a pensar que entre más experiencias sexuales tuviera y más destrezas sexuales aprendiera, más hombría tendría y más éxito alcanzaría a la hora de relacionarme con féminas para conquistarlas.

Pero con el paso del tiempo, me percaté que el uso repetido de estas imágenes e historias para masturbarme tenía un efecto aplastante en mi excitación sexual.  Entre más usaba estas revistas, más tiempo, intensidad y perversión necesitaría para lograr autogratificarme.  Esto causó que le pidiera a mi proveedor de pornografía que me consiguiera revistas más explícitas, con más perversión en las imágenes y temas contenidos.  Muchas veces inicié mi pedido diciéndole al empleado de mi papá que “me hablaron de otra revista con el nombre tal o más cual que era más caliente.”

A pesar de seguir aumentando la perversión y lujuria en estas revistas, mi corazón contaminado pedía más y más.  Entre más tiempo pasaba, menos se excitaba mi carne con las imágenes pornográficas de estas revistas, lo que convertía el proceso de autogratificación en uno lento, doloroso y drenante.

Eventualmente, mi carne me pidió que alquilase películas pornográficas para aumentar la excitación. Así lo hice, mediante aquel empleado de mi padre, que pensaba estaba haciéndome un favor al consolidar mi hombría mediante la pornografía. El único lugar para ver estas películas era el cuarto de mis padres, por lo que tenía que asegurarme que ellos no estuvieran en la casa para endrogarme con estas películas lujuriosas. Una vez más, las películas pornográficas tenían que ser explícitas para lograr ese salto hormonal en mi cuerpo que me causara la excitación sexual que yo buscaba de manera obsesiva. Alquilar tres o cuatro películas pornográficas para un fin de semana era algo normal, ya que mi carne se había obsesionado con la variedad de imágenes, estilos y perversiones.

¿Qué causaron estos primeros roces con la pornografía explícita que conseguí en mi propio pueblo?  En lugar de aumentar mi “hombría,” la pornografía erosionó mi capacidad de tener un mecanismo de excitación sexual balanceado y sano, conforme al diseño original de Dios.  La pornografía trastornó cómo mis ojos veían a la mujer:  En lugar de verla como una frágil criatura creada por Dios, ella era una presa que debía ser cazada para ser consumida; un objeto sin sentimientos, sin anhelos ni sueños. Su único fin era darle placer al hombre, ser usada y violentada por la lujuria descontrolada que explotara en la carne de un varón.

Por media vida, esas imágenes pornográficas de mis niñez corrompieron mi mente y mi espíritu. Limpiarlas para alcanzar pureza fue un proyecto de grandes proporciones y mayores esfuerzos.  Hoy, mi vida no se encuentra desgastada por la lujuria sexual.  Hoy, los apetitos carnales no controlan mi sexualidad.  Hoy, puedo mirar a mi esposa a los ojos sin ver aquellas imágenes pornográficas que me corrompieron la mirada.  Hoy puedo ver a mi esposa y no surge en mí el incontrolable deseo de compararla con una actriz pornográfica.  Hoy la puedo ver como Dios la mira.

¿Has padecido el impacto erosionante de la pornografía?  ¿Has visto cómo la lujuria te robó tu excitación sexual entre páginas y películas XXX donde se endiosa al sexo compulsivo?  Hoy, Dios quiere devolverte todo lo que se te robó y restituir a tu vida una pureza con un valor de siete veces más.  Hoy Dios quiere ofrendarte el regalo de una sana sexualidad que –en lugar de encadenarte– pueda llenarte de libertad. ¡Acepta el reto!  ¡No permitas que la lujuria sexual siga desgastándote!  ¡Ve en pos de una pureza que añada a tu vida una santidad a la altura de Jesucristo!

Un abrazo,

Edwin Bello

Fundador

Pureza Sexual…  ¡Riega  la  Voz!


PD: Escucha el audio testimonio de Edwin Bello de cómo pudo vencer a la lujuria sexual.  Presiona pureza sexual para acceder.


Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.