Pureza Sexual … LA CASA DE MI PADRE

Saludos nuevamente a todos ustedes que defienden día a día su pureza sexual

Como la parábola del hijo pródigo, reclamé por adelantado mi herencia para malgastarla con prostitutas y amigos que sólo buscaban huir conmigo de su realidad atados a la lujuria sexual.  Me alejé de la casa de mi padre para hacer lo que la carne me dictara, porque en mi vida, ella reinaba y yo era su siervo esclavizado.  Y al dejarme seducir por un mundo distante del calor y amor de mi padre, encontré todo lo que podía dañarme.  Así pasó en mi vida, realmente, cuando a los 18 años, una oportunidad académica me llevó a la ciudad de Washington DC a estudiar en la Universidad.  En medio de una selva erotizada y seductora, donde se le rendía adoración al dios sexo, mi corazón no soportó el elixir embriagador de la lujuria sexual.

Así, caí en lo profundo de esta selva para perderme.  Atado a la pornografía y a la masturbación, la ciudad capital de los EEUU se me ofrecía con un menú ilimitado de sexo en las calles.  Prostíbulos, barras de “strippers”, tiendas de pornografía y artículos sexuales, tiendas de videos donde se propiciaba la masturbación y el encuentro anónimo para conocer parejas sexuales igualmente esclavizadas.

En aquellas calles, mi mente de joven se deformó.  En aquellas calles, repletas de seres atados al sexo, cada uno andaba como zombies, como muertos en vida, solos e hipnotizados en su propio mundo de dolor.  En aquellas calles me sentí más solo que nunca; sentí que el dolor de mi esclavitud sólo menguaba por algunos minutos para que toda la pesadilla comenzara de nuevo.

Entonces, un día me vi como aquel otro hijo perdido y agobiado.  Con los bolsillos tan vacíos como el corazón quebrantado que no quería más latirme en el pecho, miré hacia el suelo y me vi en la asquerosa porqueriza del pecado.  Yo era un pecador sin esperanza.  Yo era detestable.  Yo no era digno de amor ni de pena.  Yo era un ser derrotado sin posibilidad de levantarme.  Yo había despilfarrado la herencia de mi Padre –los talentos y habilidades que El me había dado– para satisfacer esta hambre por el sexo que nunca se apagaba.  Yo no merecía nada bueno.  Lo único que merecía era ser juzgado, condenado, sentenciado y ejecutado.  Y al llegar a esas conclusiones sobre mi vida, éstas pesaban más que bloques de piedra sobre mis espaldas.  Lo único que ellos me permitían eran quedar en corvado en el suelo, aplastado por mi culpa.

Pero un día, el recuerdo de la casa de mi Padre me despertó del marasmo.  Allí recordé su calor, la seguridad de aquel techo, la comodidad de las sillas a su lado, mientras me contaba sus historias.  Allí, recordé los olores de la cocina y la música de los platos al servirse y compartirse la comida.  Entonces, se me ocurrió una descabellada idea:  La casa de mi Padre todavía estaba allí.  Todavía recordaba el camino de regreso.  Aún sin ser merecedor de su perdón y su confianza, tal vez mi Padre me recibiría como un empleado más.  Tal vez, en la casa de mi Padre podría trabajar por un plato de comida.  Tal vez así, podría salir de la porqueriza del pecado que me estaba matando a fuego lento.

Hoy, sólo quiero llegar hasta aquí…  Hasta ese pensamiento descabellado que te permita levantarte de la porqueriza que te ha aprisionado.  Mientras no me decidí a creer que podía levantarme del fango de la lujuria sexual, seguí sumido en él.  Sólo cuando me propuse regresar a la casa de mi Padre y salir de aquel mundo para siempre, fue que pude comenzar a caminar el camino de regreso.

Hoy, la porqueriza de tu vida puede ser la pornografía en la Web; puede ser el alquiler de películas XXX en esa caja del hotel; puede ser la masturbación compulsiva que combinas con películas o fotografías pornográficas que anestesian por poco tiempo tu realidad.  Puede ser que tu porqueriza esté llena de citas de prostitutas o amantes que te cubren con el fango del adulterio.  De algo estoy seguro: nada de esto durará para siempre.  Tarde o temprano, la máscara caerá y seremos expuestos, descubiertos ante los ojos y dedos que nos señalarán y condenarán.

Hoy, estás a tiempo.  Levántate.  Sal de la porqueriza.  Recuerda a la casa de tu Padre.  Porque El te espera.  Porque El no está para juzgarte y sí para perdonarte y restaurarte.  ¿Podrás creerlo?  ¿Podrás usar todas las fuerzas de tu ser, de tu espíritu, para salir de la porqueriza?  Recuerda:  Quien te metió en la porqueriza puede sacarte.  Tú mismo.  Tus malas decisiones te metieron allí; el permitir que tu carne gobernara sobre tu espíritu te metió allí.  Ahora, tú puedes decidirte y tomar un paso de fe.  Ahora, tendrás fuerzas sobrenaturales para caminar, porque Dios quiere darte de Su gracia para que camines hacia tu libertad.   No te conformes con la fría y sucia porqueriza, cuando puedes tener el calor y protección de tu verdadero hogar.

¡Anímate!  La casa de tu Padre te espera…

Un abrazo,

Edwin Bello

Fundador

Pureza Sexual…  ¡Riega  la  Voz!


PD: Escucha el audio testimonio de Edwin Bello de cómo pudo vencer a la lujuria sexual.  Presiona pureza sexual para acceder.


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