Pureza Sexual … IREMOS A DONDE QUIERA QUE ÉL VAYA.

Saludos nuevamente a todos ustedes que defienden día a día su pureza sexual

Y un escriba se le acercó y le dijo: Maestro, te seguiré a dondequiera que vayas.  Y Jesús le dijo: Las zorras tienen madrigueras y las aves del cielo nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza.  Mateo 8:19-20

Hemos ido tras los pasos de seres que nos llevaron por senderos de muerte, que nos guiaron a la perdición de la lujuria sexual.  Como autómatas, fijamos nuestra vista y nuestro corazón en el vaivén adictivo de cuerpos vacíos de Dios, cuerpos que sólo obedecían los mandatos de la carne.  Así, nos dejamos seducir por las más bajas pasiones de un sexo alejado del diseño original que nuestro Padre plasmó con Sus manos en nosotros.

En nuestro pasado de esclavitud, visitamos la cama ajena, ante nuestros ojos limpia y suave, perfumada e invitante, con sus sábanas de seda y mullidas almohadas.  Pero cuando las apariencias externas se disciparon, sólo pudimos ver en esos lugares de pecado un abismo de perdición y muerte.  Nuestra vida atada al sexo sin sentido buscó futilmente descanso y compañía en esas camas  llenas de corrupción; pero allí sólo pudimos encontrar más desasociego y soledad.

Pero un día, escuchamos un mensaje que trastocó todo en nuestra vida y estremeció hasta lo más profundo de nuestros cimientos.  Desde lo alto de un monte, un carpintero Galileo hablaba sobre una manera de amar y perdonar que rompía todos los esquemas.  Sus palabras enunciaban que el mejor amor se obsequia a los que nos odian y que el mejor perdón cubre a quienes nos han ofendido vez tras vez.

¿Cómo es que un fuerte carpintero judío puede afirmar palabras tan dulces y suaves?  Y mientras más lo escuchamos, más comprendimos que sus palabras venían revestidas de salvación y eternidad.  Porque Él hablaba como nadie había hablado jamás.  Así pudimos entender que Él era la Palabra encarnada y esperada desde el Adán caído; que hoy la espera por el Esperado había terminado.

Entonces, decidimos seguirlo por los polvorientos caminos donde las multitudes se agolpaban para escuchar su mensaje de esperanza.  Así, nuestra vida fue transformada por aquel Hombre incomparable.  Antes, caminábamos tras personajes huecos, movidos por la lujuria y las pasiones de la carne.  Hoy caminábamos tras Jesús, movidos por la palabra que manaba como fuente de agua viva desde su pecho.

Y mientras más bebíamos de aquella palabra, más queríamos seguir bebiendo de ella.  Porque por toda una vida vivimos sedientos, deshidratados de Dios, pretendiendo llenar nuestros vacíos con los ídolos fugaces de este mundo.  Pero hoy, teníamos la oportuniad de beber de la Fuente verdadera y calmar nuestra sed para siempre.

¿Teníamos alguna otra opción, que no fuera seguirle?  De ninguna manera.  Y movidos por esa convicción que nos quemaba por dentro, traspasamos las marejadas de gentes que se aglutinaban alrededor de este Hombre y nos acercamos poco a poco, hasta llegar a su lado.  Y sin pensarlo, nuestra boca se abrió para hablarle con el corazón, directo al suyo:  “Maestro” fue la primera palabra que salió de nosotros.  ¿Podría haber una mejor palabra para describir lo que Él había hecho en nuestra vida?

Él había convertido su propia vida en la mejor lección.  Su salón de clases era la sinagoga, pero también eran las casas de Zaqueo el recaudador y de Simón el leproso; o la tumba de su amigo Lázaro, o una barca en medio de la tempestad.  Sus alumnos eran los marginados y despreciados, los mendigos y paralíticos, las viudas y los huérfanos, los que todo el mundo había descartado.  Sus enseñanzas eran difíciles de descifrar para los sabios y orgullosos, pero fáciles de comprender para los sencillos y humildes de corazón.  Él nos había enseñado a tener esperanza, a creer en otro Reino, donde los últimos serían los primeros.  Sí, su lecciones de amor y perdón habían calado hondo en nuestra vida y nos había enseñado otra manera de vivir.

Entonces, la palabra “Maestro” fue seguida por un compromiso que pronunció nuestra boca: “te seguiré…”  La magnitud de esta frase estremecía todo nuestro ser.  Porque seguir a Cristo habla del camino estrecho.  Porque seguir a Cristo requiere dejar de seguir a la lujuria y sus pasiones.  Porque seguir a Cristo implica morir a las viejas veredas que tanto nos gustaron cuando alimentamos a una carne seducida por el pecado.  Porque seguir a Cristo habla te tomar Su Cruz y caminar hacia el Calvario para morir al viejo hombre.

¿Realmente estábamos dispuestos a seguirle?  Buena es esta pregunta para cada día de nuestra vida.  Porque seguirle es algo que debemos hacer con cada respiro, desde que despunta el alba hasta que termina el día.  Sí, quiero seguirle hoy y cada día que me reste por caminar en este mundo…

Y finalmente, fusionamos el compromiso de seguirle con la radicalidad que el Maestro nos enseñó con su vida y con su muerte: “a dondequiera que vayas” salió de nuestra boca para someter al corazón al reto de toda una existencia.  Y con esas palabras, le dijimos al Maestro que estábamos dispuestos a seguirle tanto en los días apacibles como en los días de tormenta.  Porque Cristo entrará a todo lugar con tal de rescartar un alma aprisionada por el pecado.  Porque Él bajará a las entrañas del mismo infierno, a los pantanos cenagozos, a las sucias porquerisas y leprosarios asquerosos para alcanzar a los que han sido macillados por el enemigo de las almas.

Entonces, allí tendremos que ir con Él, para ser sus manos y sus pies, para arrancar de la oscuridad al que se había perdido, para limpiar la inmundicia de este mundo.  Nunca lo olvides:  “a dondequiera que vayas” habla de radicalidad y valentía; habla de seguirle sin importar las consecuencias; porque si Él está con nosotros, ¿a qué o quién habremos de temer?

Entonces, la contestación retante de Jesús no se hizo esperar.  Y con ella, aprendemos todavía más.  Porque en un cosmos que idolatra las posesiones de este mundo, que adora las comodidades y la vida fácil, que mide el éxito por la riqueza tangible, el Dador de la Vida no tiene ni siquiera dónde posar su cabeza para descansar.

¿Qué nos quiere decir Jesús con su mensaje?  Que vivir una vida tras sus pasos, nos costará.  Que tendremos que experimentar la incomidad muchas veces y morir a tantas cosas placenteras, con tal de vivir con las que son importantes para Él.  Que caminar tras sus huellas nos llevará a lugares donde seremos atacados, perseguidos y despreciados, donde no tendremos descanso. Porque el mundo nos ha seducido para dibujar un cristianismo cómodo y módico, sin costo, sin lucha y sin sacrificio.  Porque nos hemos engañado a nosotros mismos, pensando que puede haber cristianismo sin cruz y resurección sin mortaja.

Hoy, seguiremos al Maestro a dondequiera que Él vaya.  A dondequiera.  Porque podremos pasar por los lugares más oscuros; podremos cerrar los ojos en innumerables noches, sin tener dónde recostar nuestra cabeza, pero ahí estará Cristo con nosotros para asegurarnos que al final de la carrera, llegaremos a la mansión celeste.

Allí, entonces, sí podremos recostar nuestra cabeza y descansar, cuando el mismo Cristo nos diga que sí cumplimos lo que aquel escriba prometió como norma de vida: “Te seguiré a dondequiera que vayas.” Hazlo; hazlo como si fuera una decisión entre la vida y la muerte, porque de eso mismo se trata.  Porque si le sigues, Su pureza y Su gracia te acompañarán a dondequiera que vayas.  Porque si le sigues, aunque mueras, vivirás para siempre.

Un abrazo,

Edwin Bello

Fundador

Pureza Sexual…  ¡Riega  la  Voz!

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