Pureza Sexual … EL HERMANO ASNO

Saludos nuevamente a todos ustedes que defienden día a día su pureza sexual

En mi adolescencia, el tema del sexo me avergonzaba y ponía a la defensiva, porque él entrañaba –a mi temprana edad– un oscuro secreto que involucraba a un niño abusado sexualmente y cómo esa experiencia marcó y obsesionó mi vida con la fantasía sexual, la masturbación y la pornografía.  Así que, cuando se ponía algún tema de índole sexual en el salón de clases, me sonrojaba y sentía que todos los ojos del mundo se posaban sobre mí.  En mis adentros pensaba:  ”alguien se va a dar cuenta de lo que soy, de lo que hago…”  Intentaba volverme invisible, escondiendo mi cara, como si quisiera ocultar la marca que yo creía existía en mi frente –similar a la marca de Caín– para que nadie supiera sobre mis pecados.

Nunca en mi vida había hablado, escuchado o me había topado con un material que reflejara las luchas de un hombre con su impulso sexual.   Sin embargo, eso estaba a punto de cambiar de la manera más inesperada.  A los quince años, entrando al segundo año de escuela superior, la clase de Espanol me permitió viajar por el mundo de la novela latinoamericana.  Entre los temas que cubrimos fue el de la novela sicológica o del llamado “diálogo interior”, siendo su máximo exponente hispanoamericano el chileno Eduardo Barrios.  Así, por esas “causalidades” de Dios disfrazadas de casualidad o accidente, llegó a mis manos la novela cumbre de este autor, titulada El Hermano Asno. Aunque Barrios es más conocido por “El niño que enloqueció de amor” a nuestro salón nos tocó leer la otra novela, que para mí tenía un nombre de fábula.

Sólo necesité leer las primeras páginas de aquella obra para quedar completamente inmerso en su lectura.  Y entre más leía, más quería leer, ya que el tema del sexo y las tentaciones de la carne salían a relucir en aquella historia.  El Hermano Asno trataba sobre la vida de dos frailes de la orden Franciscana y sus luchas por obtener santidad y pureza dentro de un monasterio.  Fray Lázaro –quien narra la historia a manera de un diario– es un hombre “del mundo” que llega a la vida monástica como resultado de una desilusión amorosa.  Ya dentro del monasterio, esos recuerdos pasados de romance y sensualidad se convierten en su peor enemigo.  Al haber experimentado estas sensaciones carnales, insistentes dudas lo asaltan sobre su capacidad de vivir una vida dedicada a Dios, pura, célibe y alejada de la carnalidad.

Por su parte, Fray Rufino es un hombre que todos en el monasterio ven como un ejemplo de santidad, pureza y dedicación a los valores de la Orden Franciscana.  Todos los frailes ven en él a un santo, un hombre que el mundo y sus seducciones no lo tocan y que está completamente inmerso en su vida de oración, servicio y sacrificios dentro del monasterio.  Especialmente, Fray Lázaro ve en Fray Rufino un modelo a seguir, un fraile que sabe vivir una vida pura como pocos, que no se deja seducir por las tentaciones de la carne y del mundo.

Con el progreso de la historia, vemos que el pasado de Fray Lázaro se lanza sobre él, cuando María Mercedes, la hermana menor de su viejo amor, comienza a ir al Monasterio para asistir a los cultos y recibir consejería y apoyo espiritual.  Esta lucha con su pasado enciende en Fray Lázaro la llama de aquellas viejas pasiones carnales y sin poderlo controlar, busca cercanía e intimidad con aquella joven que le recuerda a su novia del pasado.

Mientras Fray Lázaro luchaba contra esa vieja enemiga de la lujuria sexual, que invadía su cuerpo y su corazón, Fray Rufino continuaba su callada vida religiosa en el monasterio, llena de contemplación, buscando más y más soledad, oración y otros sacrificios típicos de la vida Franciscana, que incluían golpear y someter a la carne para que ella no pretendiera salirse del cauce correcto de obediencia a Dios. Al aumentar la dedicación y sacrificios de Fray Rufino con el paso de los días, todos los frailes del monasterio se llenaban de asombro.  Todos veían a un santo; un hombre de grandes virtudes espirituales que había encontrado su suficiencia en Dios.

El cierre sorpresivo de la historia nos daría una lección de lo que pueden ser las guerras internas del ser humano.  Buscando encontrarse con María Mercedes, Fray Lázaro escucha los gritos y forcejeros en la oscuridad del monasterio. Al correr en la dirección de aquella lucha, encuentra a María Mercedes en estado de sobresalto, luego de haber sido atacada por Fray Rufino, el santo del monasterio. Allí, convertido en un ser sin control, Fray Rufino gritaba, confesaba y se lamentaba de que él había intentado violar a la joven mujer.  Para el asombro de todos, “el hermano asno” le había ganado la batalla…

El impacto que me causó esta novela fue indescriptible.  Porque según su narrativa, la frase “el hermano asno” tenía su origen en la manera en que el fraile Francisco de Asís, fundador de la Orden Franciscana, se refería a todos las cosas de la creación.  Si iba a hablar sobre una paloma, se refería a ella como “la hermana paloma”; si iba a hablar sobre una hormiga, hablaba de ella como “la hermana hormiga”.  Así, un día, los frailes escucharon a Francisco de Asís hablando sobre las torpezas “del hermano asno” y le preguntaron que en dónde se encontraba ese asno de quien estaba hablando. Entonces, Francisco de Asís les dijo:  “Estoy hablando de mi carne…”

Por primera vez, pude ver en Fray Rufino a otro hombre que intentaba detener al “hermano asno” y era derrotado en su intento.  Pude ver que esta carne es testaruda y torpe, similar a un asno que no sigue instrucciones; que sus impulsos siempre van a estar ahí, esperando una oportunidad para levantarse y causarnos un problema.  Lo que más me sorprendió de aquella novela fue que quien aparentaba buscar más pureza, quien buscaba más sacrificarse y someter la carne, fue quien acabó siendo derrotado por ella.  ¿No era esa mi historia en contra de la lujuria sexual?

Porque, deseo aclararte algo: ante mis ojos, la pornografía y la masturbación eran vergonzosas, eran repugnantes y sucias.  Ellas me recordaban mi pasado, mi niñez, cuando el abuso sexual me robó toda la inocencia y pureza que existía en mí a los cinco años de edad.  Veía a la lujuria sexual como esta herida que no se cerraba, que seguía supurando inmundicia y que no sabía cómo cerrar.  Y cada vez que me dejaba envolver entre sus garras, le daba poder y autoridad a aquella mujer que me abusó y que me marcó con sus propios impulsos lujuriosos.

Así, que siempre luché y luché por erradicar a la lujuria sexual de mi vida, tratando en mis propias fuerzas de vencerla, para siempre caer vencido por ella.  Así, continué tratando de buscar pureza sin saber cómo; continué tratando de limpiar mi corazón de una lujuria que no podía controlar; continué tratando de luchar contra una lujuria, que si se dormía por breves momentos, siempre se despertaba con más fuerza.

Por eso es que recuerdo esta obra con tanto agradecimiento: porque El hermano Asno me permitió echarle un primer vistazo a cómo funciona la lujuria y la excitación sexual en la lucha del hombre por mantenerse puro.  Por primera vez, no me sentía solo.  Por primera vez pude ver que ésta no era una lucha mía solamente.  Por primera vez, no me sentí como un ser extraño, defectuoso o anormal. Por primera vez se me metió la idea en la cabeza de que ésta era una lucha humana, de todo aquel que llevara un ropaje de carne sobre su espíritu.

¿Cómo me sentí?  Aliviado y acompañado por una multitud secreta de gentes que, como yo, luchaba contra “el hermano asno” y era derrotada en el intento.  Pude ver que si San Francisco de Asís llamaba a esta carne “hermano asno” algo él sabía que yo también sabía:  Esta carne no le gusta recibir órdenes; esta carne se resiste a la disciplina; esta carne no es fácilmente adiestrable; esta carne tiene poco de perrito domesticado y mucho de león salvaje; esta carne no le gusta hablar el lenguaje de la pureza y anhela hablar el lenguaje del pecado; esta carne podrá estar cautiva y sometida por años –por décadas– pero si le das la oportunidad, si le abres la puerta un centímetro, se escapará en una estampida lujuriosa, para regresar a sus viejas andanzas.

¿Qué me enseñó “El Hermano Asno”?  Me enseñó a no fiarme de la carne.  Me enseñó a no subestimarla. Me enseñó que la carne tiene corta memoria para la pureza y un recuerdo milenario para la lujuria.  Por eso es que no hay suficiente enseñanza de pureza para ella.  No hay suficiente esfuerzo de mi parte para recordarle el camino de libertad a seguir.  Si por un segundo la subestimo; si por un segundo me olvido de su naturaleza; si por un segundo me creo suficientemente fuerte como para enfrentar a la lujuria sexual sin armadura, sin preparación y sin ejército, habré caminado hacia mi derrota segura.

Luego de leer El Hermano Asno, conversar sobre el tema del sexo y de los impulsos sexuales de la carne no se hizo esperar entre algunos compañeros del salón de clase.  Escuchando –pero como quien no quiere escuchar– empecé a oír a otros jóvenes con luchas similares a la mía, con tentaciones y fracasos similares en cuanto al “hermano asno”.  Gradualmente, puede encontrar a dos compañeros que tenían enormes luchas con la masturbación, como yo.  Aunque nuestro compartir del tema estaba básicamente limitado a reportarnos por las mañanas y decir si habíamos “caído o no”, les recuerdo con aprecio, porque fueron los primeros valientes que se atrevieron a hablar de la lujuria sexual sin miedos y con transparencia.

Mediante aquella lectura de “El Hermano Asno” y las conversaciones con mis dos amigos de escuela, Dios sembró la semilla de lo que sería en un futuro el rendir cuentas, confesar y romper la doble vida y la vergüenza de la lujuria sexual en este Ministerio.  Tomó más de 25 años esa semilla en germinar, pero nadie la podría detener… El Sembrador cuidaría de ella y aunque malas hiervas de pecado salieran en mi terreno por tanto tiempo, El sería fiel a su semilla y seguiría protegiendo el huerto…

Y ahora, ¿sigue molestando “el hermano asno” en mi vida?  Sí, sigue siendo el mismo… Tan testarudo y poco domesticado como siempre.  Pregúntate: ¿Existirá un terreno que no deje de aceptar semillas de hierva mala?  Más bien, lo que ha cambiado es lo que ese terreno puede hacer, porque ahora sabe quién es su dueño.  Ya no soy un terreno baldío y abandonado.  Ahora sé a quién le pertenezco; quién inscribió mi título de propiedad en el Libro de la Vida.  Y esa identidad me da libertad, me hace soñar cosas increíbles, a pesar del “hermano asno”

Hoy, te pido que sueñes conmigo.  Hoy, cuando este Ministerio se lanza a las naciones tocando al hermano País de Méjico mediante reuniones por el Internet, te pido que te atrevas a creer conmigo por un Ministerio “apocalíptico”, para los últimos tiempos; un Ministerio que se atreva a lanzar y sembrar semillas de pureza en medio del terreno más árido por el pecado, pero más sediento del amor de Dios y de su agua restauradora.  ¡Atrévete a soñar conmigo y con los soldados valientes de Hombres de Valor, Hombres de Verdad!

¡Aquí vamos a la conquista del territorio que Dios te llamó a conquistar, al rompimiento de cadenas y apertura de prisiones!  ¡Aquí vamos, hombres de Méjico!

Un abrazo,

Edwin Bello

Fundador

Pureza Sexual…  ¡Riega  la  Voz!


PD: Escucha el audio testimonio de Edwin Bello de cómo pudo vencer a la lujuria sexual.  Presiona pureza sexual para acceder.


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