Pureza Sexual … PARALÍTICOS DE LA LUJURIA SEXUAL

Saludos nuevamente a todos ustedes que defienden día a día su pureza sexual

Y le trajeron un paralítico echado en una camilla; y Jesús, viendo la fe de ellos, dijo al paralítico: Anímate, hijo, tus pecados te son perdonados… Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa. Y él levantándose, se fue a su casa… Cuando Jesús se fue de allí, vio a un hombre llamado Mateo, sentado en la oficina de los tributos, y le dijo: ¡Sígueme! Y levantándose, le siguió.”  Mateo 9:2,6-7,9.

La lujuria sexual nos paraliza espiritualmente. Ella es una distrofia muscular del espíritu que nos desgasta gradualmente hasta dejarnos postrados y sin esperanza. ¿De cuántos paralíticos hablan los versos anteriores? De dos. Del paralítico de Capernaúm y del colector de impuestos llamado Mateo. Y es que la parálisis más obvia es la que quebranta nuestro cuerpo y se ve con los ojos de la carne. Pero, como muchos de nosotros sabemos a fuerza de dolor y lágrimas, aquel colector de impuestos era paralítico también; su parálisis era del corazón.

Postrado frente a la mesa de los tributos, su inmoralidad se lo comía lentamente, al robarle a los suyos para engordar el bolsillo.  Como tantos de nosotros, aquella parálisis de Mateo, era una invisible ante los ojos carnales de la muchedumbre que nos pasa por el lado.  Paralíticos de la lujuria sexual, los signos más evidentes de nuestra atadura, los llevamos por dentro, los escodemos y encubrimos para que nadie los pueda ver.

Paralizados por la atadura sexual que dominaba nuestro ser, por la vergüenza y el miedo que producen una doble vida, con un corazón enfermo por pretender servir a dos señores, hemos sido más paralíticos que aquel hombre condenado a la camilla. Como Mateo, nos resignamos a ser ladrones. Sí, ladrones de inocencias; ladrones de purezas que manchamos cuando aquellas víctimas creyeron nuestras mentiras. Sí, éramos ladrones del pacto matrimonial y del anhelo de fidelidad de nuestras esposas. En fin, éramos ladrones de los sueños de Dios.

Aunque nuestra parálisis era muy diferente a la del inválido de Capernaúm, en muchas cosas éramos idénticos. Con el paso de los años, nos habíamos acostumbrado a ser inválidos. Nos habíamos acostumbrado a aquella esquina, donde mendigábamos algunas monedas de pecado para alimentar nuestra atadura. La progresión de esta atadura había ido distrofiando cada músculo de nuestra fe, nuestras esperanzas, nuestro amor propio y sobretodo, de nuestra relación con Dios. Ya no controlábamos nuestra vida; nuestra parálisis nos controlaba.

Pero Dios había planificado un encuentro divino en aquella calle de Capernaúm para aquellos dos paralíticos. Allí, la plenitud de Dios hecha Hombre se encontraría con nuestra insuficiencia humana. Allí, Jesús cambiaría para siempre la vida aquellos dos seres postrados. El pecado sexual, solo permitía que nos moviéramos mediante la esclavitud de la camilla, o la muleta. Sí, la masturbación, la pornografía, la fantasía sexual, el adulterio, el sexo con desconocidos, por computadora o por teléfono, se convirtieron en las camillas y muletas de nuestra vida postrada.

¿Estás cansado de ser paralítico? ¿Quieres volver a caminar con tus pies? ¿Deseas hablar de nuevo con la gente, cara a cara, en lugar de estar hablando desde el piso? Hoy tienes la oportunidad que Jesús te ofrece, allí desde tu parálisis. Nuestras piernas podrán estar atrofiadas, pero podemos abrir nuestra boca para gritar y pedir ayuda. ¿Por qué no lo haces? Jesús te escuchará y vendrá hacia ti. Y de la misma manera que se hizo carne por amor, el Hijo de Dios, bajará hasta la imperfección de tu vida, allá en el piso, hasta el polvo de la tierra, para mirarte a los ojos.

¿Escuchaste bien? El hijo de Dios no espera que tú te levantes para su encuentro.  El bajará hasta la inmundicia de tu parálisis para encontrarte.  No tienes que hacer nada en fuerza propia; sólo tienes que creerle a El y pedir su ayuda desde tu condición, desde tu camilla.  Y allí, en aquella camilla maloliente, llena de los pecados de tu parálisis, Cristo buscará asiento para estar a tu lado y decirte que no estás solo, que El ha venido a cambiar tu vida para siempre.

Recibe su toque milagroso, porque El viene para levantarte, no importa el costo. Recibe Su gracia sanadora hoy.  Atrás quedará aquella esquina de mendicidad y pobreza lujuriosa; atrás quedará la mesa del tributo, lugares de pecado y esclavitud.  Ahora bien, aún cuando Cristo te sacará de toda aquella inmundicia lujuriosa, sí te pedirá que te lleves tu camilla.  Te preguntarás por qué.

¿Por qué Cristo me pide que me lleve esa camilla con hedor a parálisis de inmoralidad, manchada con todas las veces que me postré en ella a mendigar sexo impuro?  ¿Sabes por qué? Porque El quiere que nunca te olvides de dónde El te sacó, de dónde El te levantó.  El quiere que le muestres al mundo la camilla de donde fuiste libertado; El quiere que vayas a donde otros paralíticos de la lujuria sexual se encuentran y le muestres tu camilla y puedas decirle: “Aquí estuve yo…  Si El me levantó, también te puede levantar a ti…”

Esta es también mi historia.  Hoy, mi camilla de paralítico es un poderoso recuerdo de aquel milagro. Porque un buen día, El llegó a mi esquina maloliente para transformarme, para erguirme, y asentarme sobre su Roca inconmovible y darme una nueva vida. Con Su toque, dejé de ser aquel paralítico derrotado para convertirme en soldado de su causa. Sólo se necesitó un toque de Su mano y una pizca de fe. ¡Atrévete tú también!

Así que nunca desprecies tu camilla, porque ella muestra el milagro más poderoso de Dios sobre tu vida. Nunca la olvides, ni te deshagas de ella.  Sólo falta que lo creas, que abras los oídos de tu fe y escuches una sola palabra: “Levántate.”

Un abrazo,

Edwin Bello

Fundador

Pureza Sexual…  ¡Riega  la  Voz!

PD: Escucha el audio testimonio de Edwin Bello de cómo pudo vencer a la lujuria sexual.  Presiona pureza sexual para acceder.


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