y sigue sus caminos!
Comerás del trabajo de tus manos,
¡dichoso tú, que te irá bien!
Es por eso que estos pasajes me dejan perplejo, porque cuando miro a los hombres y mujeres de la Biblia veo que muchos de ellos pasaron por problemas, sufrimientos y dificultades sin límite que no parecen coincidir con esta idea de bendición perpetua y constante. Pienso en José, Job, Abel, los profetas, David y, además, el mismo Jesús, Dios hecho hombre, que sufrió y lo hizo de forma injusta e indebida, que llegó al punto de exclamar Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has desamparado?
Por eso, mientras leía las palabras del salmo 128 han venido a mi mente las dichas por el profeta Habacuc:
ni den las vides ningún fruto;
aunque nada se espere del olivo,
ni los labrantíos den para comer;
aunque no haya ovejas
en el aprisco,
ni queden vacas en los establos;
aun así, yo me gozaré
en el Señor,
me alegraré en Dios,
mi salvador.
El Señor, mi Dios, es mi fuerza.
El gozo en la vida no depende de la bondad de las circunstancias, sino de la presencia de Dios en medio de ellas.
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