SALMO 128. PARADOJAS

¡Dichoso el que respeta al Señor
y sigue sus caminos!
Comerás del trabajo de tus manos,
¡dichoso tú, que te irá bien!

Hay pasajes del Antiguo Testamento. este es uno de ellos, que me dejan perplejo. En ellos se promete prosperidad y bendición casí sin límite para el creyente y el que confía en Dios. Pareciera que la fe es un seguro contra el sufrimiento, la pobreza, los problemas y las dificultades de la vida. De hecho, incluso se ha desarrollado toda una teología que asegura las bendiciones sin límite de Dios sobre la vida de sus hijos.

Es por eso que estos pasajes me dejan perplejo, porque cuando miro a los hombres y mujeres de la Biblia veo que muchos de ellos pasaron por problemas, sufrimientos y dificultades sin límite que no parecen coincidir con esta idea de bendición perpetua y constante. Pienso en José, Job, Abel, los profetas, David y, además, el mismo Jesús, Dios hecho hombre, que sufrió y lo hizo de forma injusta e indebida, que llegó al punto de exclamar Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has desamparado?

De hecho, veo que a lo largo de la historia, muchos de los que han optado por seguir a Jesús han hecho una opción por el sufrimiento, el dolor y la persecución y, además, han hecho esta elección sabiendo claramente que al hacerla abrazaban esas «indeseadas» consecuencias. Esta es una realidad para todo aquel que se convierte en seguidor de Jesús en cualquier país de cultura musulmana.

Por eso, mientras leía las palabras del salmo 128 han venido a mi mente las dichas por el profeta Habacuc:

Aunque no eche brotes la higuera,
ni den las vides ningún fruto;
aunque nada se espere del olivo,
ni los labrantíos den para comer;
aunque no haya ovejas
en el aprisco,
ni queden vacas en los establos;
aun así, yo me gozaré
en el Señor,
me alegraré en Dios,
mi salvador.
El Señor, mi Dios, es mi fuerza.

La capacidad de gozarnos en el Señor, de disfrutar de Él y de la vida, no porque las cosas van bien, sino a pesar de que van mal.

Un principio

El gozo en la vida no depende de la bondad de las circunstancias, sino de la presencia de Dios en medio de ellas.


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