SALVOS POR GRACIA

Por Jack Fleming

Ef. 2: 8-9 «Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe».

Creo que primero es necesario establecer que significa Gracia. Y eso es como subir por los peldaños de una escalera infinita, sin llegar jamás a su final. Podremos definir la gracia humana; pero la divina, como parte intrínseca de Sus atributos es inagotable.
Todas las sociedades civilizadas se rigen por leyes que son dictaminadas por sus legisladores, que constituyen parte del poder judicial de la nación. La corte suprema puede dar un fallo en última instancia y condenar a muerte a quien hallaron culpable de un delito que merezca tal veredicto final e inapelable.

Pero en muchas constituciones modernas está contemplado un indulto «por gracia» que puede ejercer la autoridad suprema del país, el presidente o quien lo represente. Esta concesión gratuita no es ofrecida porque el culpable sea acreedor ni merezca tal consideración, solamente es ejercida «por gracia», como un regalo presidencial.

Sería inexplicable que un reo en esas condiciones, rechazara esa salvación por gracia que se le ofrece gratuitamente y en forma inmerecida. Pero infinitamente más incomprensible resulta ver al hombre, que la justicia divina a condenado a muerte eterna, y luego la Gracia infinita de Dios le ofrece un perdón eterno, y lo mira con tanta indiferencia que el Señor necesita intervenir con Su Gracia irresistible, para que finalmente el pecador pueda gustar de la salvación eterna.
La justicia divina a dictaminado en Su Palabra que: Rm.3: 10-12 y 23 «No hay justo, ni aun uno, no hay quien busque a Dios. No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno. Todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios».

El germen del pecado actuó tan profundamente en el corazón del hombre, que Dios dice que su condición es de muerto, Ef.2: 1 «muerto en delitos y pecados». Porque la justicia divina estableció: Rm.6: 23 «la paga del pecado es muerte».

Nadie puede esperar alguna iniciativa ni reacción de un muerto, porque esa condición de carecer de vida lo imposibilita. Lázaro en su tumba nada pudo hacer para acercarse al Señor, fue necesario que el Autor y consumador de la vida llegara hasta él, y con voz de autoridad divina lo llamara con llamamiento irresistible: «Lázaro, ven fuera». Y el que estuvo muerto salió.

En Rm.11: 29 dice que Dios nos llama: «con llamamiento irrevocable». Que nadie puede alterar, ni aun el propio afectado; porque es inevitable, inalterable e irresistible.

¿Cómo puede actuar entonces la Gracia de Dios sobre el pecador que no desea recibirla? Dios debe llamarle con la misma autoridad que lo hizo Jesús ante la tumba de Lázaro. Es un llamamiento irresistible.
Dice el Señor en Jn.6: 44 «Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere». La palabra «trajere» es la misma que se traduce en Stgo.2: 6 por «arrastrar». Así de irresistible fue el llamamiento divino que él nos hizo para poder salvarnos; porque nuestra humana naturaleza, contaminada con el pecado, se resistía acercarse a Su luz y Santidad.

Cuanta hermosura y elegancia emplearon los profetas del Antiguo Testamento, para describir esta gracia irresistible que Dios tiene que ejercer sobre el pecador para poder salvarlo.

Dice en Jer.20: 7 «Me sedujiste, oh Jehová, y fui seducido; más fuerte fuiste que yo, y me venciste». El profeta Oseas dice en el cap.11: 4 «los traje, con cuerdas de amor». Oh Dios cuan glorioso y exquisito es tu amor, que pese a la fealdad de mi pecado, tú me arrastraste con cuerdas de amor hacia ti y venciste toda mi humana resistencia.

Pero no solamente me atrajiste y sedujiste, sino que cambiaste mis harapos por vestiduras santas. Is.61: 10 «me vistió con vestiduras de salvación, me rodeó de manto de justicia, como a novio me atavió, y como a novia adornada con sus joyas». No creáis que sois elegidos, a menos que seáis santos, porque Dios escogió a los suyos para santificación, y los ha revestido de justicia y santidad.

Nuestro texto inicial dice que somos salvos por gracia, por medio de la fe. La salvación es por gracia; la fe es «el medio» que Dios emplea para hacer llegar este regalo de lo alto.

Pero aún la fe, que es el canal de bendición por donde fluye la gracia salvadora, es de origen divino. Nadie comienza un día y se encuentra con que él ha generado fe suficiente para acercarse a Dios, porque no hay nadie quien busque a Dios (Rm.3: 11).

Ningún hombre es autor de su propia fe, porque dice la Biblia que eso le pertenece exclusivamente al Señor: Heb.12: 2 «Jesús, el autor y consumador de la fe». De principio a fin le corresponde únicamente al Señor, él es el autor y no ninguna de sus criaturas.

Es imposible que Dios previera en su omnisciencia quienes habrían de tener fe para otorgarles la salvación, porque ella es obra del Creador, le pertenece y la reparte como él quiere.

En Gál.5: 22 se menciona la fe, como parte del fruto del Espíritu. Por esta razón dice en 2Ts.3: 2 «no es de todos la fe», porque eso le corresponde únicamente a los escogidos de Dios: Tito 1: 1 «conforme a la fe de los escogidos de Dios».

Dios reparte la fe sobre sus escogidos: Rm.12: 3 «conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno». Dios es el autor de la fe y consumador de ella. La reparte conforme a su Soberana voluntad.

No hay otro tema que exacerbe más el orgullo humano, como la elección soberana que Dios ha hecho «según el puro afecto de su voluntad» Ef. 1:5

Negar u ocultar la elección soberana de Dios, es desarticular todo el plan de la salvación que Dios realizó desde antes de la fundación del mundo. Porque todas las doctrinas de este sistema están estrecha y preciosamente entretejidas (la redención, justificación, santificación, etc.). Desvinculadas de la doctrina de la elección, pierden su brillo y origen divino.

Si esta doctrina fuera predicada sin temor, el modernismo y ecumenismo no tendrían cabida en nuestras iglesias. Seguramente que el número de «cristianos nominales» sería reducido notablemente, pero los que quedaran serían fieles y consagrados al Señor. Y como en las iglesias modernas lo más importante es tener una gran multitud para disponer de muchos diezmadores, fácil resulta entender por qué esta doctrina es tan impopular.

Spurgeon predicando sobre Mt. 20:15 dijo: «No hay atributo más confortador para sus hijos, que el de la Soberanía de Dios. Bajo las más adversas circunstancias y las pruebas más severas, creen que la Soberanía los gobierna y que los santificara a todos. Para ellos, no debería haber nada por lo que luchar más celosamente que la doctrina del señorío de Dios sobre toda la creación, el reino de Dios sobre todas las obras de sus manos. El trono de Dios, y su derecho a sentarse en el mismo.

Por otro lado, no hay doctrina más odiada por la persona mundana, ni verdad que haya sido más maltratada, que la grande y maravillosa, pero ciertísima doctrina de la soberanía del infinito Dios Todopoderoso. Los hombres permitirán que Dios esté en todas partes, menos en Su trono.

Le permitirán formar mundos y hacer estrellas y conceder mercedes, sostener la tierra y soportar los pilares de la misma, iluminar las luces del cielo, y gobernar las incesantes olas del océano; pero cuando Dios asciende a Su Trono, sus criaturas rechinan los dientes.

Y nosotros proclamamos un Dios entronizado y su derecho a hacer su propia voluntad con lo que le pertenece, a disponer de sus criaturas como a Él le place, sin necesidad de consultarlas. Entonces se nos maldice y los hombres hacen oídos sordos a lo que decimos, ya que no aman a un Dios que está en Su Trono».

El hombre que no conoce al Dios de la Biblia, siempre ha querido imponer su propia voluntad por sobre la de su Creador. Inclusive en lo concerniente a la autoridad soberana de sanar a quien Él quiera; el hombre insiste en imponer a Dios que «TODOS» deben ser sanados, y aquellos que no logran esa meta, dicen que se debe a que no tienen suficiente fe para ser sanados.

Pero eso no es lo que nos enseña la Biblia. Lo vemos por ejemplo en el pasaje de Juan cap. 5 . Allí en el estanque de Betesda había una gran multitud (vr.3) «de enfermos, ciegos, cojos y paralíticos». Pero el Señor sanó solamente a uno.

De igual modo Dios reparte la fe según su Soberana voluntad lo determine. Y a través de ella, nos llega la gracia salvadora que tiene el poder para transformar un gusano, en una hermosa mariposa con vestidura de santidad, que ahora le permite remontarse hasta las alturas de Su presencia.

Lo grandioso del efecto de esa gracia divina, es que es irreversible. Con justa razón la Biblia nos dice que es eterna, y no podría ser de otro modo, porque proviene del Dios Eterno.

De la misma manera que una mariposa no puede revertir el proceso maravilloso de la metamorfosis que Dios produjo en ella, de igual modo es imposible que uno que fue transformado en hijo de Dios, pueda dejar esa paternidad celestial y volver a ser hijo de las tinieblas.

Dice en Rm.1: 20 «las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa».
Los que desconocen el poder de esta gracia divina, cuestionan en su mente humana: «¿Entonces una vez que somos salvos, podemos pecar libremente? Total nunca perderemos la salvación».

En lo único que aciertan, es que la salvación no se puede perder, pero lo que ignoran es el alcance de la gracia de Dios. Porque no se trata de «poder» pecar libremente, sino de la imposibilidad de volver a vivir en la misma condición de antes.

Eso es tan imposible, como que una mariposa quisiera volver a arrastrarse sobre el polvo de la tierra, dejando su habitad natural del exquisito aroma de las flores y el espacio azul por el que ahora se desplaza.

Por esta razón dice en 1Jn.5: 18 «todo aquel que ha nacido de Dios, no practica el pecado». El creyente, debido a que el pecado continúa morando en él (Rm.7: 17), lamentablemente puede volver a pecar; pero jamás practicar el pecado, es decir, vivir continuamente en esa condición. Porque el Espíritu Santo que mora en él, lo redarguye de pecado y lo obliga a salir de esa situación ajena a su nueva naturaleza.

«Somos salvos por gracia, por medio de la fe; y esto no es de vosotros». Nada de esto es nuestro, ni la gracia ni la fe; todo es de Dios; pues es un don, un regalo de Dios.

«No por obras». Porque de lo contrario ya no sería un regalo, sino un premio. Ni aún las obras que la omnisciencia de Dios conocía que haríamos, fueron consideradas para nuestra salvación; porque incluso ellas, fueron diseñadas y planificadas por el Eterno. Ef. 2: 10 «creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas».

Es más, aún el querer como el hacer provienen de Dios. Filp.2: 13 «Porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad».

Incluso, llegando a ese grado de obediencia plena, dice la Palabra de Dios, que no alcanzaríamos más que la condición de «siervos inútiles». Lc.17: 10 «Cuando hayáis hecho todo lo que os ha sido ordenado, decid: Siervos inútiles somos, pues lo que debíamos hacer, hicimos».

En Tito 3: 5 ratifica esta verdad, que nuestras obras no influyeron en absoluto en la soberana voluntad de Dios para elegirnos para salvación, porque todo proviene de él: «nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia».

Nacimos de nuevo, porque somos creación de Dios en Cristo Jesús. Stgo.1: 8 «Él, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas».

Oh Gracia divina y sublime, que ni mentes excelsas de tus criaturas celestiales pueden comprender. Yo solamente te alabo y me inclino reverente, por haber sido el objeto de ella. Sin tu intervención soberana que doblegó mi propia voluntad que se oponía a la tuya, jamás hubiera llegado a esta condición gloriosa de hijo tuyo.

Gracia sin límite y gratuita que Cristo nos da, y en la tentación y pruebas, Su brazo potente nos sostendrá. Gloriosa y divina gracia, cuan dulce resuena en los oídos del pecador, cual trompeta de arcángel llega esta nueva para traer paz al pobre mortal: Sois salvos por gracia. Amén.

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