Siguiendo al Cristo Resucitado

Fragmento del mensaje 
Por Charles H. Spurgeon

«Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra.» Colosenses 3: 1, 2.

La resurrección de nuestro divino Señor de los muertos, es la piedra angular de la doctrina cristiana. Tal vez podría llamarla más precisamente la piedra clave del arco del cristianismo, pues si ese hecho pudiese ser desmentido, toda la estructura del Evangelio se desplomaría. ‘Si Jesucristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe; aún estáis en vuestros pecados. Si Cristo no resucitó, entonces también los que durmieron en Cristo perecieron, y nosotros mismos, al perder una esperanza tan gloriosa como es la resurrección, somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres.’

Debido a la gran importancia de Su resurrección, a nuestro Señor le agradó dar muchas pruebas infalibles de ella, apareciéndose una y otra vez en medio de Sus seguidores. Sería interesante averiguar cuántas veces se apareció; creo que tenemos mención de algunas dieciséis manifestaciones. 

Él se mostró abiertamente delante de Sus discípulos, y, en verdad, comió y bebió con ellos. Ellos tocaron Sus manos y Su costado, y oyeron Su voz y supieron que era el mismo Jesús que fue crucificado. Él no se contentó con proporcionarles evidencias para los oídos y los ojos, sino que demostró al sentido del tacto incluso, la realidad de Su resurrección. 

Estas apariciones fueron muy diversas. Algunas veces le concedió una entrevista a una persona sola, ya fuera un hombre, como Cefas, o una mujer, como Magdalena. Él conversó con dos de Sus seguidores cuando iban camino de Emaús, y con todo el grupo de apóstoles junto al mar. Lo encontramos en una ocasión en medio de los once, cuando las puertas estaban cerradas por miedo a los judíos, y en otra ocasión le vemos en medio de una asamblea de más de quinientos hermanos, quienes fueron años más tarde, la mayoría de ellos, testigos vivientes de ese hecho. No podrían haber sido engañados todos ellos. 

No es posible que algún hecho histórico cualquiera pudiera haber sido colocado sobre una mejor base de credibilidad, que la resurrección de nuestro Señor de los muertos. Ese hecho está más allá de toda disputa y de toda duda, y fue así a propósito, porque es esencial para todo el sistema cristiano. 

Por esta misma causa la resurrección de Cristo es conmemorada frecuentemente. No hay ninguna ordenanza en la Escritura que establezca que algún día del Señor en el año ha de ser apartado para conmemorar la resurrección de Cristo de los muertos, por esta razón: cada día del Señor es el memorial de la resurrección de nuestro Señor. En cualquier domingo que quieran, ya sea en lo profundo del invierno, o en el calor del verano, al despertar pueden cantar: 


«Hoy se levantó y partió de los muertos,
Y el imperio de Satanás cayó;
Hoy los santos Su triunfo publican,
Y cuentan todas Sus maravillas.»



Apartar un Domingo de Pascua para que sirva de conmemoración especial de la resurrección, es un invento humano, para el cual no hay ninguna instrucción Escritural; pero hacer de cada domingo un Domingo de Pascua es algo que es debido a Quien resucitó temprano en el primer día de la semana. 

Nos congregamos en el primer día de la semana en lugar del séptimo día, porque la redención es incluso una obra mayor que la creación y más digna de conmemoración, y porque el descanso que siguió a la creación es sobrepasado por el reposo que sigue a la consumación de la redención. Nos reunimos en el primer día de la semana, como los apóstoles, esperando que Jesús esté en medio de nosotros, y diga: «Paz a vosotros.» Nuestro Señor arrancó el día de descanso de sus viejos y herrumbrados goznes en los que había sido colocado por la ley desde tiempos antiguos, y lo colocó sobre los nuevos goznes de oro que Su amor había diseñado. Él colocó nuestro día de descanso, no al final de una semana de trabajo, sino al comienzo del reposo que queda para el pueblo de Dios. Cada primer día de la semana debemos meditar sobre la resurrección de nuestro Señor, y debemos buscar entrar en comunión con Él en Su vida resucitada. 

No debemos olvidar nunca que todos lo que están en Él, resucitaron de los muertos en Su resurrección. En orden importancia, a la resurrección le sigue la doctrina de Cristo como cabeza federal de la Iglesia y la unidad de todo Su pueblo con Él. Es debido a que estamos en Cristo que nos volvemos partícipes de todo lo que Cristo hizo: somos circuncidados con Él, muertos con Él, enterrados con Él y resucitados con Él, porque no podemos ser separados de Él. Somos miembros de Su cuerpo, y ningún hueso Suyo puede ser quebrado. Debido a que esa unión es sumamente íntima, continua e indisoluble, todo lo concerniente a Él nos concierne a nosotros, y como Él resucitó, todo Su pueblo ha resucitado en Él. 

El pueblo ha resucitado de dos maneras. Primero, representativamente. Todos los elegidos resucitaron en Cristo el día que abandonó la tumba. Él fue justificado o declarado limpio de todos los pasivos generados por nuestros pecados, cuando fue dejado en libertad de la cárcel de la tumba. No había ninguna razón para detenerlo en el sepulcro, pues Él saldó las deudas de Su pueblo ya que cuando murió, ‘al pecado murió una vez por todas’. Él era nuestro rehén y nuestro representante, y cuando se liberó de Sus ataduras, fuimos liberados en Él. Nosotros sufrimos la sentencia de la ley en nuestro Sustituto, estuvimos detenidos en su prisión, e incluso morimos bajo su sentencia de muerte, y ahora ya no estamos más bajo la maldición de la ley. 

«Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él; sabiendo que Cristo, habiendo resucitado de los muertos, ya no muere; la muerte no se enseñorea más de él. Porque en cuanto murió, al pecado murió una vez por todas; mas en cuanto vive, para Dios vive.» 

Junto a esta resurrección representativa viene nuestra resurrección espiritual, que es nuestra tan pronto somos conducidos a creer en Jesucristo por medio de la fe. Entonces se puede decir de nosotros: «Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados.» 


La bendición de la resurrección ha de ser perfeccionada poco a poco cuando aparezca nuestro Señor y Salvador, pues entonces nuestros cuerpos resucitarán, si durmiéremos antes de Su venida. Él redimió nuestra condición humana en su totalidad, espíritu, alma y cuerpo, y no estará contento hasta que la resurrección que ha tenido lugar en nuestro espíritu, tenga lugar también en nuestro cuerpo. Estos huesos secos vivirán; conjuntamente con Su cadáver resucitarán: 


«Cuando se levantó y ascendió a lo alto,
Mostró a nuestros pies el camino;
Nuestra carne se remontará al Señor
En el grandioso día de la resurrección.»

Entonces sabremos, en la perfección de la belleza de nuestra resurrección, que en verdad somos completamente resucitados en Cristo, y «así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados.» 




Fuente: http://www.spurgeon.com.mx/sermon1530.html

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