Deuteronomio 12:5 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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No hay, que yo recuerde, ningún otro precepto en la Ley de Moisés en que tanto se insista y que tanto se inculque como éste por el que se obliga a los israelitas a traer todos sus sacrificios al altar erigido en el atrio del tabernáculo, y sólo a él, y a celebrar allí todos los ritos de la religión judaica; porque, en cuanto a las devociones privadas, no cabe duda de que los hombres podían orar, como nosotros ahora, en cualquier lugar, según lo hacían en las sinagogas. El mandato de hacerlo así, y la prohibición de contravenir esta orden, se repiten aquí: 1. Por la extraña inclinación del pueblo hacia la idolatría y la superstición. 2. Por la gran utilidad que tendría la observancia de este precepto en orden a preservar entre ellos la unidad y el amor fraternal, ya que al reunirse todos en un mismo lugar, se había de mantener más fácilmente la unanimidad de mente, corazón y conducta. 3. Por el significado que tenía la designación de este solo lugar, ya que ello comportaba la creencia en aquellas dos grandes verdades que después encontramos juntas (1Ti 2:5): Que hay un solo Dios, y un solo Mediador entre Dios y los hombres.

Vengamos ya a los aspectos particulares que este precepto incluye en su parte positiva.

I. Se les promete aquí que, cuando ya estén asentados en Canaán y hayan reposado de todos sus enemigos, Dios va a escoger un cierto lugar que Él señalará para que sea el centro de sus reuniones y a Él lleven todos sus sacrificios y ofrendas (vv. Deu 12:10-11). No señala de momento el lugar, como había hecho con los montes Gerizim y Ebal para pronunciar las bendiciones y las maldiciones (Deu 11:29), sino que reserva para después el hacerlo, para que así estén dispuestos a esperar del Cielo posteriores instrucciones y la dirección personal de Dios, una vez que Moisés les haya sido arrebatado. De momento, el Arca era la señal de la presencia divina, y dondequiera que se encontrase el Arca, allí se invocaba el nombre de Dios, y allí residía Él. El primer lugar que Dios escogió para su residencia en el Arca fue Siló; y, después que aquel lugar quedó deshonrado por el pecado, la hallamos en Quiryat-jearim (1Sa 7:1) y otros lugares. Todos estos lugares eran residencia provisional del Arca, ya que sólo durante el reinado de David alcanzó Israel reposo completo de sus enemigos; de ahí que fuese entonces cuando surgió en el corazón de David el deseo de edificar el Templo (2Sa 7:1.). Por eso dijo Dios a Salomón, refiriéndose a dicho Templo: He elegido para mí este lugar por casa de sacrificio (2Cr 7:12, comp. con 2Cr 6:5). Ahora, en esta dispensación de la gracia, no tenemos templo que santifique al oro (ya no son sagradas las piedras muertas, sino que el templo de Dios se levanta con piedras vivas; 1Pe 2:5), ni altar que santifique a la ofrenda, sino sólo a Cristo, que se ofreció una vez por todas en el altar de la Cruz (Heb 13:10); y en cuanto a lugares de culto y clases de sacrificios, ya predijo Dios por medio del profeta Malaquías, que en todo lugar se ofrecería a su nombre incienso y ofrenda limpia (v. 1Ti 2:8; Rom 12:1). Y el Señor declaró a la mujer de Samaria que los adoradores aceptos a Dios eran los que le adoraban en espíritu y en verdad, sin consideración ni al monte Gerizim ni al Templo de Jerusalén (Jua 4:23-24).

II. Se les manda traer todos sus holocaustos, ofrendas y sacrificios de expiación al lugar que Dios había de escoger (vv. Deu 12:6, Deu 12:11).

III. Se les manda que se alegren y celebren fiesta en sus solemnidades sagradas delante del Señor, con gozo santo. El gozo es fruto del Espíritu Santo (Gál 5:22) y, por eso, con gozo hemos de glorificar a Dios, edificarnos a nosotros mismos, cultivar nuestras mentes mediante la gracia de Dios, el estudio de Su Palabra y la fe en Su providencia, avivar los santos afectos y resoluciones de nuestro corazón, y confirmar las buenas costumbres de nuestra vida cristiana, de esta manera se alimenta el alma. Por eso se les mandaba a los israelitas regocijarse delante de Jehová (v. Deu 12:12). Sí, es la voluntad de Dios que le sirvamos con gozo. Nada desagradaba a Dios tanto como el que cubrieran de lágrimas el altar (Mal 2:13). Por aquí se ve cuán bueno es el Señor a quien servimos, pues nos ha impuesto como un deber cantar mientras trabajamos para Él.

Parece ser que, mientras vagaban por el desierto, no comían la carne de los animales que se usaban para los sacrificios sin que dichos animales fuesen primeramente degollados a la puerta del tabernáculo, y parte de la víctima se presentase a Dios como ofrenda de paz (Lev 17:3-4). Pero al llegar a Canaán, donde la mayoría había de vivir a gran distancia del tabernáculo, podían matar de sus rebaños y ganados lo que bien les pareciese para su sustento, sin tener que traer al altar parte de ello con la única condición de que no comiesen la sangre (vv. Deu 12:16, Deu 12:23). Si no podían traer la sangre al altar para derramarla ante el Señor, como algo que le pertenecía (la vida), la habían de derramar en tierra, en señal de que la vida no les pertenecía a ellos, sino a Dios, el Dador de la vida y el único a quien hay que entregarla en señal de expiación por el pecado. El obispo Patrick opinaba que había un motivo adicional en esta prohibición de comer la sangre, y era el impedir que se contagiasen con el error supersticioso de los antiguos idólatras, quienes creían que sus falsos dioses se deleitaban en la sangre de sus sacrificios y, por eso, al beber sangre se imaginaban que tenían comunión con ellos.

Nunca hubo un gobernador tan bueno como Moisés, y estaríamos inclinados a pensar que nunca tendrían tan buena oportunidad de guardar el buen orden y la disciplina en el pueblo de Israel como ahora que se encontraban tan juntos, acampados bajo la mirada de su gobernador; sin embargo, parece ser que dejaban mucho que desear y se habían deslizado entre ellos muchas irregularidades. «Pero cuando entréis en Canaán dice Moisés , no harás así a Jehová tu Dios» (v. Deu 12:31). Cuando el pueblo de Dios se halla en una situación inestable, se pueden pasar por alto algunas cosas que no se deben tolerar en tiempo normal. Moisés estaba ahora a punto de acabar su vida mortal y, con ella, su gobierno sobre el pueblo, y era para él un consuelo prever que Israel se vería durante la época siguiente en mejor situación que durante la presente que estaba a punto de acabar.

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