Ezequiel 37:15 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Después de la promesa del reavivamiento de Israel en los últimos tiempos, viene una promesa complementaria, ya insinuada en el versículo Eze 37:11: «Estos huesos son TODA la casa de Israel». Israel volverá a la vida como un solo cuerpo.

1. Se promete aquí que Efraín (el reino del norte) y Judá (el del sur) se unirán felizmente de nuevo. Desde la deserción de las diez tribus de la casa de David bajo Jeroboam, las disputas, animosidades y querellas entre las dos facciones habían sido continuas, incluso en el país de su cautiverio. Ahora se iban a volver a unir, y esto se promete bajo el símbolo de una señal. El profeta tiene que tomar dos palos (v. Eze 37:16) y escribir en uno de ellos Judá y los hijos de Israel que le están asociados, es decir, de las tribus de Benjamín, Simeón y Leví, y restos de otras tribus; en el otro ha de escribir José, palo de Efraín, y de toda la casa de Israel que le está asociada. Nótense los siguientes detalles:

(A) En el segundo palo figura a la cabeza el nombre de José, por descender de él las dos tribus más importantes del reino del norte: Efraín y Manasés. Se nombra con preferencia a José por dos razones: (a) Su carácter piadoso, recto con Dios, contrasta con el de Efraín, el novillo indómito (Jer 31:18); quizá sea ésta la razón por la que su padre José le sustituye en Apo 7:8. (b) José era el heredero de la primogenitura en cuanto a las bendiciones temporales (Gén 49:25, Gén 49:26), mientras que Judá lo había de ser de las bendiciones espirituales y del cetro (Gén 49:10).

(B) José es llamado palo de Efraín por dos razones igualmente: (a) Por ser el primogénito de José (v. Gén 48:17-20); (b) pero, sobre todo, porque de la tribu de Efraín era Jeroboam, el primer rey de la tribu del norte.

(C) Ezequiel tiene que juntar los dos palos en su mano (v. Eze 37:17), de forma que se hagan uno solo en su mano. El verdadero significado era que se habían de hacer uno solo en la mano de Dios (v. Eze 37:19), de quien el profeta era aquí como el embajador de Dios.

2. Así que, cuando se cumpla esta profecía, las dos casas, la de José y la de Judá, serán una sola nación (v. Eze 37:22): no tendrán intereses diversos y, por consiguiente, no estarán divididos sus afectos. Hasta entonces habrán sido dos palos distintos apaleándose e hiriéndose el uno al otro recíprocamente; ahora serán uno solo, y se ayudarán y reforzarán mutuamente. El haber sufrido juntamente en sus cautiverios y persecuciones a lo largo de la historia (v. Eze 37:21), contribuirá a esta mutua comprensión y al mutuo afecto. El haberlos amado Dios a los dos sin ellos merecerlo será un buen motivo para amarse ellos el uno al otro. Cuando dos trozos del mismo metal se meten en el horno, fácilmente se hacen uno solo al derretirse con el calor.

3. Las dos casas serán una sola en las manos de Dios, porque: (A) Su poder y su amor los habrán unido. (B) Su gloria será el centro de su unidad, y Su gracia el cemento que los mantenga unidos. (C) Su Hijo el Mesías será el Rey davídico (v. Eze 37:24, comp. con Eze 34:23), del que todos ellos serán súbditos sumisos y obedientes. Una sola nación, un solo Rey, unas mismas normas de gobierno para todos.

4. También se promete que los judíos se habrán curado para siempre de su idolatría (v. Eze 37:23). Esto ya ocurrió a la vuelta de la cautividad de Babilonia, pero entonces (comp. con Eze 36:25 y Eze 36:26) será una curación segura y completa, como fruto de la regeneración espiritual de la nación, que les habrá cambiado la mentalidad y les preservará de las tentaciones exteriores, ya que: (A) Satanás estará atado (Apo 20:2), y: (B) El Mesías gobernará con cetro de hierro, para quebrantar a los enemigos (Sal 2:9).

5. Se promete también aquí que vivirán de forma cómoda y próspera (vv. Eze 37:25, Eze 37:26). Vivirán en la buena tierra de Israel, con el pacto ahora renovado; por lo que vendrán a ella con el título de su ascendiente Jacob, al que Dios llama (v. Eze 37:25) mi siervo. La tierra fue una heredad otorgada por Dios a los antepasados de ellos y, por consiguiente, de ellos será por prescripción legal: «son amados por causa de los padres» (Rom 11:28). Así que habitarán allí para siempre ellos, sus hijos y los hijos de sus hijos (v. Eze 37:25). Para siempre no significa aquí por toda la eternidad, sino «sin que se interrumpa ni cese en el tiempo», mientras dure la presente creación, antes que desaparezcan el primer cielo y la primera tierra (Apo 20:11; Apo 21:1).

6. Igualmente se promete aquí (vv. Eze 37:26, Eze 37:27) que Dios habitará en medio de ellos: «Pondré mi santuario entre ellos para siempre. Estará sobre ellos (lit.) mi tabernáculo, etc.». Esto mismo será privilegio de todos los salvos, no sólo de Israel, en la eternidad (v. Apo 21:3). Tendrán siempre la oportunidad de tener comunión íntima con Dios, lo cual será el mayor consuelo de sus almas. Dispondrán de todos los medios de gracia. Mediante los oráculos de Dios en Su tabernáculo, se harán más sabios y mejores cada día, y todos sus hijos serán enseñados por Dios (Isa 54:13; Jer 31:34), con aplicación general a todos los creyentes (v. Jua 6:45; Jua 14:26; 1Jn 2:20, 1Jn 2:27). La relación pactada con Dios será, de este modo, mejorada; el vínculo de dicha relación, reforzado.

7. Tanto Dios como el propio Israel obtendrán gloria y honor entre las naciones (v. Eze 37:28) a causa de esto: «Y sabrán las naciones (los gentiles) que yo Jehová santifico a Israel, cuando mi santuario esté en medio de ellos para siempre». Comenta Feinberg: «Conforme a la visión viejotestamentaria del futuro, el hombre no es asumido a habitar con Dios en el cielo, sino que Dios condesciende a habitar con el hombre, por lo que la tierra es transformada gloriosamente (Eze 47:1-12)». El sentido escatológico de porciones como ésta es tan obvio que, aunque a tantos evangélicos (incluido el propio M. Henry) les pase totalmente desapercibido, comienza a entrar en los mejores y más expertos exegetas catolicorromanos (el renombrado exegeta alemán Max Meinertz acepta incluso el Milenio, aun contra las condenaciones de Roma). Dice Asensio: «La omnipotencia y la fidelidad de Jehová, Señor y Árbitro de la historia, al servicio del nuevo Israel, que, santificado otra vez y bajo un segundo David, el Rey ideal de la promesa davídica, abre paso a una especie de cruzada jehovista en una perspectiva escatologico-mesiánica». La tradición de la primitiva Iglesia, como se puede ver en los escritores de los primeros siglos, es todavía más explícita a favor del Milenio.

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