Hebreos 13:7 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

Estudio Bíblico | Explicación de Hebreos 13:7 | Comentario Bíblico Online

La presente sección contiene avisos y recomendaciones de carácter espiritual con respecto a la ortodoxia y a la práctica cristianas.

1. Hay quienes opinan que ha habido un trastrueque de los versículos Heb 13:7 y Heb 13:8 y que el versículo Heb 13:8 debería figurar inmediatamente detrás del versículo Heb 13:6. En mi opinión, el orden actual del texto es el correcto y los dos versículos Heb 13:7 y Heb 13:8 deben estudiarse conjuntamente. Dicen así en la NVI: «Acordaos de vuestros pastores, que os predicaron la palabra de Dios. Fijaos cuál fue el final de su conducta e imitad su fe. Jesucristo es el mismo, ayer, hoy y para siempre».

(A) El verbo «acordaos» nos da enseguida a entender que estos pastores habían muerto ya, lo cual se confirma por la frase posterior «cuál fue el final de su conducta».

(B) Para «pastores», el autor sagrado usa el vocablo hegouménon, que propiamente significa «guías» o «dirigentes», y en este sentido vuelve a salir en los versículos Heb 13:17 y Heb 13:24. Por la frase siguiente se deduce que el epíteto no puede limitarse solamente a los pastores que gobiernan, sino también a los maestros que enseñan (v. el comentario a Efe 4:11, al final).

(C) El autor sagrado exhorta a sus lectores a que se fijen atentamente (gr. anatheoroúntes, contemplando fijamente; el verbo está en participio de presente) en el final (gr. ékbasin, salida) de su conducta, esto es, la forma sabia y piadosa como se comportaron hasta el fin de su vida, hablándoles la palabra de Dios.

(D) «Imitad su fe», les dice el autor sagrado. El vocablo «fe» puede significar la actitud de fe que estos guías mantuvieron hasta el fin, las creencias ortodoxas acerca de la persona y la obra de Jesucristo, a las cuales se adhirieron firmemente, o su fidelidad al Señor. Los tres sentidos son posibles aquí, pero el primero cuadra mejor con el contexto anterior (vv. Heb 13:5, Heb 13:6), mientras que el segundo se ajusta mejor al contexto posterior (vv. Heb 13:8, Heb 13:9). A mi juicio, ambos sentidos son aquí inseparables, aunque el énfasis cargue un poco más sobre el segundo. Así se entiende mejor el versículo Heb 13:8, el cual no habla directamente sobre la inmutabilidad de la persona de Cristo, sino de la verdad sobre Cristo; en otras palabras, habla de Jesucristo como objeto de la fe cristiana. La conexión entre los versículos Heb 13:7 y Heb 13:8 es explicada así, en este sentido, por J. Brown: «Vuestros difuntos maestros eran eminentes creyentes. Eran fuertes en la fe y así dieron gloria a Dios. Permanecieron inconmovibles en su creencia de las doctrinas de Cristo y no cedieron a los impulsos de un corazón malo de incredulidad. Seguidlos. Sed también fuertes en la fe. Que nada sacuda vuestra convicción de que, al haber recibido el Evangelio, no habéis seguido fábulas ingeniosamente inventadas, sino lo que es palabra fiel y digna de toda aceptación, por ser la más cierta verdad».

2. Frente a la única y constante doctrina ortodoxa sobre Jesucristo, están las desviaciones causadas por doctrinas diversas (lit. multicolores) y extrañas (gr. xénais, extranjeras a la predicación apostólica sobre Jesucristo): «No os dejéis seducir por cualquier variedad de doctrinas extrañas. Es excelente para nuestros corazones el ser fortalecidos por la gracia, no por alimentos ceremoniales, que de nada aprovechan a los que los comen. Nosotros tenemos un altar del cual no tienen derecho a comer los que sirven en el tabernáculo» (vv. Heb 13:9, Heb 13:10, NVI).

(A) Colocados así juntos los versículos Heb 13:9 y Heb 13:10, se percibe su conexión, del mismo modo que percibimos la conexión entre los versículos Heb 13:7 y Heb 13:8 al estudiarlos juntos. Una ojeada a Heb 9:9-11 nos servirá para que nos percatemos de la razón que el autor sagrado ha tenido para singularizar, entre las doctrinas variopintas y extranjeras, las que tienen que ver con los alimentos ceremoniales. Se ve, pues, el peligro judaizante que acechaba a este grupo de creyentes hebreos. El autor sagrado aporta dos razones por las cuales los lectores no deben dejarse seducir por tales doctrinas:

(a) Los alimentos ceremoniales son viandas que no aprovechan para la vida eterna; no logran siquiera detener la decadencia del organismo humano (v. Heb 9:10, así como Rom 14:17; Col 2:16). En cambio, la gracia, bajo cuyo régimen vivimos en la dispensación del Evangelio, sí que sirve para fortalecer (lit. consolidar, el mismo vocablo griego de 2Co 1:21) el corazón, para que podamos siempre «pisar sobre terreno firme» (Bartina).

(b) Los alimentos ceremoniales están en conexión con los sacrificios ofrecidos en el altar del tabernáculo; de ellos comen los que sirven a dicho tabernáculo (téngase en cuenta que el templo estaba todavía en pie cuando el autor sagrado escribía esto); pertenecen todavía al régimen de la Ley (comp. con 1Co 10:18). En cambio, nosotros, en el régimen de la gracia, tenemos otro altar, perteneciente a otro tabernáculo (v. Heb 8:11), en el cual entró Jesús mediante el sacrificio de Sí mismo (Heb 9:23-28; Heb 10:1-14), y del cual nos alimentamos mediante la fe (Jua 6:51-58), para vida eterna.

(B) El versículo Heb 13:10 requiere un análisis más amplio, no sólo para que mejor se entienda su sentido, sino también para que se vea la conexión con los versículos Heb 13:11 y Heb 13:12. La razón por la cual los sacerdotes del sacerdocio levítico no podían comer de nuestro altar (metafóricamente entendido) es doble: (a) Al pertenecer al régimen de la Ley, no tenían derecho (gr. exousían, facultad, permiso) para participar del altar de Cristo, ya que la participación del altar supone comunión con la víctima (1Co 10:16-21) y los no convertidos al Evangelio no pueden tener comunión con Cristo; (b) por otra parte, como el sacrificio de Cristo fue, al mismo tiempo, expiación por el pecado y holocausto, ni siquiera el sumo sacerdote podía, en tal caso, reservar para sí parte alguna de la víctima sacrificada.

3. Esto es lo que el autor sagrado explica en detalle en los versículos Heb 13:11 y Heb 13:12: «El sumo sacerdote introduce la sangre de los animales en el Lugar Santísimo como un sacrificio por el pecado, pero sus cuerpos son quemados fuera del campamento. Por lo cual, también Jesús sufrió fuera de las puertas de la ciudad, para santificar a su pueblo por medio de su propia sangre» (NVI). Bueno será añadir alguna ulterior observación a lo dicho anteriormente:

(A) El autor sagrado se refiere especialmente al Día de la Expiación (v. Lev 16:21), pero la norma era aplicable para toda expiación por el pecado (v. Lev 4:5-12, Lev 4:16-21; Lev 6:30).

(B) Comoquiera que el sacrificio de Cristo fue, a un mismo tiempo, holocausto (espiritual v. Heb 10:5-7 , ya que, físicamente, no fue totalmente quemado, que es lo que «holocausto» significa) y expiación por el pecado, el autor sagrado aprovecha una circunstancia que no tuvieron en cuenta los que condenaron a muerte a Jesús, pero que a él le sirve magníficamente para hacer la comparación con los sacrificios del sacerdocio levítico: ¡También Jesús sufrió (es decir, murió) fuera del campamento!

(C) En efecto, Jerusalén, la Ciudad Santa y centro de la nación judía tenía con el santuario una relación proporcional a la que tenía el campamento, o conjunto de tiendas de campaña del pueblo, con el tabernáculo. De modo que, así como los cuerpos de los animales sacrificados eran quemados fuera del campamento, así también Jesucristo fue sacado fuera de las puertas de la ciudad (Jua 19:20), para ser ofrecido en sacrificio por nosotros.

(D) Habrá observado el lector que el autor de Hebreos jamás hace referencia al templo (gr. hierón), ni al santuario (naós), sino todas las nueve veces se refiere al tabernáculo (skené, tienda de campaña). La razón principal, a mi ver, es que en toda la carta domina el concepto de peregrinación, además de que la construcción del primer templo se llevó a cabo varios siglos después de la del tabernáculo.

4. Una vez expuesta la doctrina, el autor sagrado saca las dos conclusiones siguientes: Primera, como peregrinos seguidores de Cristo, hemos de salir con Él de donde Él salió y a donde Él salió (vv. Heb 13:13, Heb 13:14); segunda, como sacerdotes consagrados con su sacerdocio, hemos de ofrecer por medio de Él los sacrificios espirituales que caracterizaron Su vida en esta tierra: la benedicencia y la beneficencia (vv. Heb 13:15, Heb 13:16). Dicen los cuatro versículos en la NVI: «Salgamos, pues, hacia Él fuera del campamento, llevando el mismo oprobio que Él llevó. Porque aquí no tenemos una residencia permanente, sino que vamos en busca de la ciudad futura. Por medio de Jesús, pues, ofrezcamos continuamente a Dios un sacrificio de alabanza, el tributo de unos labios que confiesan su nombre. Y no os olvidéis de hacer el bien y de compartir con otros vuestros bienes, porque esa clase de sacrificios es la que complace a Dios».

(A) Se exhorta a los lectores a salir hacia Cristo (gr. pros autón), no con Él, no sólo porque Él ha llegado ya al punto de destino, sino también para indicarnos la «carta de viaje», la dirección de la marcha. Como los destinatarios son, en primer lugar, los lectores hebreos, para ellos la exhortación significa: «Hay que romper con los usos litúrgicos y aparentes sacrificios fastuosos … Esto es lo que se opone a que vayan a Cristo» (Bartina). Para nosotros, significa abstenerse de todo lo profano, de todo lo que, en la ciudad, en el campamento de los incrédulos, es indigno de un hijo de Dios.

(B) Eso no puede hacerse sin estar dispuestos a llevar el mismo oprobio (gr. oneidismón, el mismo vocablo de Heb 11:26) que Cristo llevó (comp. con Heb 12:2, así como con Luc 9:23). Los judíos convertidos a Cristo cargaban (y cargan) con ese oprobio, pues sus antiguos correligionarios los tienen por desertores, apóstatas y traidores a la fe de sus mayores. Pero todo convertido sinceramente del mundo a Cristo resulta un ser extraño para los mundanos (v. 1Pe 4:4). Por supuesto, no será «extraño» si se acomoda, en algún grado, a los hábitos y malas costumbres de los mundanos. Ése es un buen termómetro para tomar la temperatura espiritual de todo creyente.

(C) Otra razón decisiva para salir del campamento es que en él no tenemos residencia permanente, sino que vamos en busca de la ciudad futura (v. Heb 13:14). El autor sagrado tiene en cuenta aquí que nuestra verdadera ciudadanía está en los cielos (Flp 3:20) y que, como los antiguos patriarcas (Heb 11:13-16), somos extranjeros y peregrinos (1Pe 2:11), que vamos en busca de la Jerusalén Celestial (Heb 12:22). Para los hebreos destinatarios de la epístola, eso significaba, en primer lugar, salir de todo lo que el judaísmo comprendía como destinado a fenecer al advenimiento del Mesías.

(D) Como sacerdotes peregrinos, tenemos el deber de ofrecer sacrificios espirituales, pues el único sacrificio corporal, necesario para la expiación de los pecados, fue ofrecido en la Cruz del Calvario. Es cierto que el cristiano ha de ofrecer también su propio cuerpo, pero aun el sacrificio de su cuerpo es un sacrificio espiritual (v. el comentario a Rom 12:1).

(E) El autor sagrado singulariza dos clases de sacrificios que agradan especialmente a Dios:

(a) El sacrificio de la benedicencia (v. Heb 13:15), la alabanza a Dios, la cual, como la gratitud, debería ser una actitud continua, permanente, como sugiere el griego diá pantós (en todo tiempo, mejor que «siempre»). Esta alabanza, lo mismo que toda otra oración, se tributa a Dios por medio de Jesús. Éste es un sacrificio sumamente aceptable a Dios (comp. con Lev 7:12; Mal 2:11) y estaba ya profetizado en Ose 14:2: «te ofreceremos en vez de terneros la ofrenda de nuestros labios». De la misma manera que los sacrificios de la Ley se ofrecían por manos de los sacerdotes, así también estos sacrificios espirituales nuestros se ofrecen por medio de nuestro gran sumo sacerdote Jesús.

(b) El sacrificio de la beneficencia (v. Heb 13:16). Una de las mayores tentaciones del creyente «devoto» es dedicarse tanto a Dios que no le quede tiempo para ocuparse del prójimo, incluso del prójimo más próximo (esposo, esposa, hijos, etc.). Dícese de una señora muy «devota» que gastaba tanto tiempo en ejercicios de piedad que no le quedaba tiempo para atender a su marido. Por eso, dice el autor sagrado: «No os olvidéis de hacer el bien y de la ayuda mutua (lit. de la comunión; gr. koinonías, esto es, de compartir; comp. con Hch 2:42, Hch 2:44; Rom 15:26; 2Co 8:4.; 2Co 9:13; 1Ti 6:18; Stg 1:27; 1Jn 3:16-18; 1Jn 4:20).

5. Así como, en el versículo Heb 13:7, les había exhortado a acordarse de los guías o pastores que habían tenido en el pasado, ahora (v. Heb 13:17), les exhorta a obedecer a los guías (el mismo vocablo del v. Heb 13:7) que tienen al presente: «Obedeced a vuestros pastores y someteos a su autoridad; porque ellos velan por vuestras almas como quienes han de rendir cuentas. Obedecedles, a fin de que puedan ejercer su ministerio con gozo y no con lamentaciones, porque esto último no os traería ninguna ventaja» (NVI). Este versículo es de una importancia práctica muy grande, por lo que requiere un análisis especial.

(A) Con dos verbos distintos resume el autor sagrado la actitud que los creyentes deben observar en relación con sus pastores o guías espirituales: el primero es peíthesthe, que propiamente significa dejaos persuadir, lo que implica una sumisión como la que le debemos a la verdad de la fe (comp. con Rom 2:8; Gál 5:7); el segundo es hupeíkete, única vez que tal vocablo sale en todo el Nuevo Testamento y significa someterse en reconocimiento a la autoridad que los pastores ejercen de parte de Dios.

(B) El autor sagrado les hace ver que estos pastores no han venido a ellos por su propio impulso, sino que han sido llamados por Dios para este ministerio, y se sienten sumamente responsables ante Dios de la forma en que velan por las almas de los miembros de la congregación, pues a Dios han de rendir cuentas de su administración. S. Bartina hace notar que el verbo que el autor sagrado usa para velar «no es el simple vigilar (gregoréo), de uso frecuente en el Nuevo Testamento; aquí es el agrupnéo, con el matiz de estar desvelado, sin dormir , como por alguna preocupación».

(C) El autor sagrado apunta una razón sumamente práctica, por la que el obedecer a los pastores es sumamente ventajoso para los mismos que obedecen: Cuando la mayoría (al menos) de la congregación se dejan persuadir por los pastores, escuchan con atención lo que se les predica y enseña y ponen por obra las enseñanzas y normas que le son impartidas, el pastor, como todo buen maestro, ve que su labor no resulta estéril y se goza en el fruto de su ministerio. Pero (como es demasiado frecuente) cuando la predicación y la enseñanza entran por un oído y salen por el otro, como suele decirse, por muy fuerte que sea la constitución psicofísica y espiritual del pastor, fácilmente será presa del desánimo y de la depresión. Con ello, no sólo sufrirá él, sino que del destemple de su ánimo amargado, saldrán quejas y lamentaciones delante del Señor acerca de Su rebaño que, más bien que de ovejas sumisas, parece de cabras que, como dice el refrán, siempre tiran al monte. Es cierto que, si el pastor ha cumplido fielmente su ministerio, se encontrará con la aprobación y la recompensa del Pastor Supremo (1Pe 5:4), ya sea que su predicación haya sido «hedor de muerte que conduce a la muerte» u «olor de vida que conduce a la vida» (2Co 2:15, 2Co 2:16, NVI), pero, por lo que concierne a los fieles mismos, ninguna ventaja van a sacar con que el pastor tenga que dar al Señor quejas acerca de ellos. Dice J. Owen: «Con qué suspiros, gemidos y lamentos están frecuentemente acompañadas las cuentas que los fieles ministros rinden a Cristo, sólo Él lo sabe, y el último día lo manifestará. Que las cuentas de los ministros hayan de ser rendidas de este modo, no es provechoso para sus propias gentes. El corazón del ministro se desanima; el gran Maestro se desagrada; las señales de Su favor se retiran; prevalece la esterilidad espiritual; y parece como si las nubes hubiesen recibido el mandato de no llover sobre la infructuosa viña».

6. La sección termina con una petición que el autor sagrado hace a sus lectores para que oren por él y por sus colaboradores (vv. Heb 13:18, Heb 13:19): «Orad por nosotros. Estamos persuadidos de que tenemos la conciencia limpia y deseamos conducirnos decorosamente en todo. Yo personalmente os insto a que oréis para que cuanto antes pueda encontrarme entre vosotros» (NVI).

(A) Sea cual sea el autor humano de la epístola, dichas frases tienen un sabor netamente paulino. Basta comparar dichas frases con las que hallamos, de la pluma o de la boca del apóstol, en Hch 23:1; Hch 24:16; Rom 9:1; 1Co 4:1-4; 2Co 1:12; 1Ti 1:5-19; 1Ti 3:9; 2Ti 1:3.

(B) El versículo Heb 13:19 parece insinuar que el autor se halla impedido, por el momento, de salir del lugar donde se encuentra. Que no está preso se advierte por el versículo Heb 13:23, pero algún otro obstáculo le impedía ir a visitar a los destinatarios de la carta, y por ello les insta a que oren. Dice Bartina: «No es que el autor esté preso en cautividad, porque en el versículo Heb 13:23 aparece que puede proceder libremente. Son dificultades inciertas que hasta ahora le han impedido retornar. Pero la oración podrá superar estos obstáculos, y así más pronto (gr. tákhion) ser devuelto a aquella comunidad».

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