Hechos 16:6 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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I. Pablo viaja de una parte a otra haciendo el bien. 1. Él y Silas atravesaron Frigia y la región de Galacia (v. Hch 16:6). 2. El Espíritu Santo les impidió hablar la palabra en Asia proconsular. No sabemos por qué medio dio esta orden el Espíritu Santo, aunque es probable que lo hiciese por medio de un profeta. Tampoco sabemos por qué lo impidió. Lo cierto es que el Señor quería usarles en una nueva obra, la de predicar el Evangelio en la colonia romana de Filipos. La retirada de los ministros de Dios de una parte a otra se ha de hacer siempre bajo la guía y conducción de Dios. 3. También intentaron ir a Bitinia, pero el Espíritu de Jesús (comp. Rom 8:9) no se lo permitió (v. Hch 16:7). Todo parece apuntar a que la voluntad de Dios era que fuesen cuanto antes a Macedonia (v. Hch 16:9). 4. Pasaron junto a Misia (v. Hch 16:8) y no cabe duda de que pasarían sembrando la semilla del Evangelio, descendiendo a Tróade (o Troas), donde hallamos después una iglesia floreciente (Hch 20:5-12). En Tróade, Lucas se unió a los expedicionarios, pues el versículo Hch 16:10 da comienzo a la narración en primera persona del plural, aunque no siempre estuvo en compañía de ellos, pero sí ciertamente en Hch 20:5; Hch 21:18 y Hch 27:1-44; Hch 28:1-16.

II. Especial llamamiento para que fuesen a Macedonia y, dentro de esta provincia, a Filipos, colonia romana (v. Hch 16:21).

1. La visión que tuvo Pablo (v. Hch 16:9). La expresión «una visión de noche» da a entender que la tuvo Pablo en sueños: un varón macedonio estaba en pie, rogándole y diciendo. Pasa a Macedonia y ayúdanos. En otras ocasiones, los apóstoles recibían sus órdenes por medio de un mensajero celeste, pero ahora Pablo recibe de un mensajero humano la orden de pasar a Macedonia; no se nos dice que fuese un magistrado ni un sacerdote de los dioses, sino un varón sencillo y corriente. La invitación era: «Pasa a Macedonia y ayúdanos». Como si dijese: «Ven a predicarnos el Evangelio, por el cual has llevado la salvación a muchos. También nosotros la necesitamos. Ven cuanto antes, pues ése es tu oficio, y ésa es nuestra necesidad. No te contentes con orar por nosotros, sino ven a obrar entre nosotros».

2. La interpretación que dieron a esta visión. No sólo fue Pablo quien interpretó la visión como una orden del cielo, sino también sus acompañantes, Silas y el propio Lucas, que aquí se incluye en primera persona: «Cuando vio la visión (v. Hch 16:10), enseguida procuramos partir para Macedonia, dando por cierto que Dios nos llamaba para que les anunciásemos el evangelio». Dios nos llama a veces por medio de la llamada de un hombre, aunque es cierto que, en cada caso, hemos de discernir si es o no un verdadero llamamiento de Dios. Pablo poseía el don de discernimiento y por eso, no cabía ninguna duda para él.

III. El viaje a Macedonia. Pablo no fue desobediente a la visión celestial (comp. Hch 26:19), sino que siguió las instrucciones divinas con mayor satisfacción que si hubiese seguido con sus propios planes. Partieron enseguida (v. Hch 16:10). Así como Pablo seguía a Cristo, sus compañeros le seguían a él, y así todos resolvieron ir a Macedonia. Los llamamientos de Dios han de ponerse por obra cuanto antes, para que no se pierda la oportunidad y nos hallemos culpables de desaprovechar la ocasión de salvar, aun cuando así sea, una sola alma. Zarparon de Tróade (v. Hch 16:11) y parece ser que navegaron con viento en popa, pues dice Lucas: «vinimos con rumbo directo a Samotracia, y el día siguiente a Neápolis», que significa (como Nápoles) «ciudad nueva». «De allí (v. Hch 16:12) a Filipos», unos 12 km más allá, no por mar, sino por tierra. De Filipos dice Lucas que era «una ciudad principal de la provincia de Macedonia» o, según la lectura más probable, «la ciudad más importante, etc.». Comenzaron por allí, porque si el Evangelio era bien recibido en Filipos, era probable que se recibiese bien igualmente en las demás ciudades de aquella provincia. Era una colonia; como dice Ryrie: «como un pedazo de Roma trasplantado al extranjero, de forma que quienes poseían la ciudadanía en una colonia, gozaban de los mismos derechos que habían tenido si viviesen en Italia». Había sido fundada en 356 a. de C., por Filipo, padre de Alejandro Magno.

IV. El frío recibimiento con que Pablo y sus compañeros fueron acogidos en Filipos. Podría pensarse que, después de haber tenido un llamamiento tan particular de Dios mismo, les habían de recibir allí con los brazos abiertos. ¿Dónde estaba el varón macedonio que se había aparecido a Pablo para pedirle ayuda inmediata? ¿Por qué no despertó los ánimos de sus compatriotas para salir al encuentro de los misioneros? «Y nos quedamos en aquella ciudad (v. Hch 16:12) algunos días», dice Lucas. Pablo solía proclamar el Evangelio primeramente a los judíos, pero es obvio que allí no había diez varones judíos, número necesario para formar grupo en una sinagoga, pero sí había un grupo de mujeres (v. Hch 16:13) que se habían reunido para orar, pues eran adoradoras del verdadero Dios, por lo que se habían reunido allí en sábado, según la costumbre judía. Si no tenemos otro lugar de reunión, bien podemos orar y adorar al Señor aunque sea «fuera de la puerta, junto al río». Allí, dice Lucas, «sentándonos, nos pusimos a hablarles» de forma familiar, como indica el verbo griego. «Con todo, como dice Trenchard, el mensaje sería el de siempre: las profecías mesiánicas cumplidas ya en la Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo.»

V. La conversión de Lidia. En los relatos de Hechos, no sólo tenemos la conversión de grandes grupos en las ciudades mencionadas, sino también de muchas personas individualmente, pues tal es el valor de las almas, que el llevar a Dios una sola es asunto de gran interés. Y no sólo tenemos conversiones individuales llevadas a cabo milagrosamente, como la de Pablo, sino también mediante los métodos ordinarios de la gracia, como es el caso de Lidia aquí.

1. Es un honor para ella tener su nombre registrado en el libro de Dios. Aunque no tengamos nuestro nombre registrado en la Biblia, nos bastará con tenerlo en el libro de la vida del Cordero. De Lidia se nos dice aquí que era (v. Hch 16:14) vendedora de púrpura, no vestida de púrpura; por lo que se deduce, ella misma llevaba el negocio; probablemente era viuda, más bien que soltera. Era nativa de la ciudad de Tiatira, entre Sardis y Pérgamo. La Providencia la había traído a Filipos, que se halla a gran distancia de Tiatira. Adoraba a Dios, frase equivalente a «temerosa de Dios». Al ser gentil de nacimiento, adoraba y servía al Dios de Israel y acudía a las reuniones que otras mujeres tenían para orar y leer las Escrituras. Los negocios seculares honestos no son obstáculo para el cumplimiento de nuestras devociones. También en el negocio puede y debe el creyente dar buen testimonio. Estas mujeres estaban bien dispuestas para recibir a Cristo, pues quienes sinceramente adoran y sirven a Dios, pueden percibir fácilmente la necesidad que tienen del Salvador.

2. Lidia estaba oyendo, es decir, estaba atenta a las palabras que los apóstoles dirigían a este grupo de mujeres. ¿Podemos esperar que Dios escuche nuestras oraciones si no estamos atentos a su Palabra? «El Señor abrió su corazón para que estuviese atenta a lo que Pablo hablaba», lo que indica fe en el mensaje que oía (comp. Hch 2:41). Dice el jesuita Leal: «Nótese cómo la conversión es obra de Dios». La persona cree libremente (nota del traductor), pero es Dios quien despierta el corazón con su gracia. Trenchard comete aquí un grave error al comparar este caso con Apo 3:20, donde no se trata de conversión, sino de comunión (v. todo el contexto). Dice bien M. Henry: «No es que nosotros no tengamos nada que hacer, pero, de nosotros mismos, sin la gracia de Dios no podemos hacer nada. Dios no se limitó a tocarle el corazón, sino que se lo abrió. Un corazón inconverso está cerrado y fortificado contra Cristo».

3. El efecto de esta obra de Dios en Lidia. No sólo se convirtió al Señor, sino que fue bautizada, así como su familia, es decir, las personas adultas (hijos, si los tenía, y criados) que vivían en su casa (comp. Hch 16:31.). La sinceridad de su conversión se echa de ver en su disposición a servir a los siervos de Dios y tener así mayor oportunidad de escuchar las enseñanzas de los apóstoles (v. Hch 16:15): «Nos rogó diciendo: Si habéis juzgado que soy fiel al Señor, entrad y hospedaos en mi casa. Y nos obligó a quedarnos». De este modo, deseaba también tener una oportunidad de mostrar su gratitud a quienes habían sido los instrumentos de Dios en el bendito cambio que en ella se había operado. Tan pronto como su corazón se abrió a Cristo, se abrió su casa a los ministros de Cristo. Su invitación no era de pura cortesía, sino tan sincera que, dice Lucas, «nos constriñó (el mismo vocablo de Luc 24:29) a quedarnos», lo cual insinúa que ellos se resistían, pero cedieron ante la insistencia de ella.

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