Hechos 8:26 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Tenemos ahora el relato de la conversión de un alto funcionario de Etiopía a la fe de Cristo.

1. Felipe, el diácono evangelista, es enviado al camino donde había de encontrarse con este funcionario de Etiopía (v. Hch 8:26). Un ángel le da la dirección: «Vete hacia el sur, por el camino que baja de Jerusalén a Gaza; es un camino solitario» (NVI). Véase cómo actúa la providencia de Dios en los movimientos, lo mismo que en la fijación de residencia, de sus ministros. El Señor guía con seguridad por el mejor camino a todos los que le siguen con sinceridad por buen camino. Nunca se le habría ocurrido a Felipe dirigirse a un camino solitario, donde había tan pocas probabilidades de hallar trabajo, pero Dios abre con frecuencia puertas de oportunidad a sus ministros en los más inverosímiles lugares. Felipe obedeció prontamente (v. Hch 8:27), sin objetar palabra: «Él se levantó y fue».

2. El informe que se nos da del funcionario etíope (v. Hch 8:27). Se le describe como eunuco, vocablo que no siempre ha de tomarse en sentido literal, pero es probable que lo fuera en este caso, por ser alto funcionario de una reina. Por ser eunuco, no podría ser prosélito con todos los derechos (v. Deu 23:2), pero observaba la religión judía pues había venido a Jerusalén para adorar al verdadero Dios. Estaba a cargo de todos los tesoros de la reina, lo que hoy diríamos «ministro de Hacienda». Candace no era el nombre personal de la reina, sino el título común de las reinas de Etiopía, como «Faraón» el de los reyes de Egipto. Era de raza negra, con lo que vemos que para Dios no hay acepción de personas por el color de su piel. Hay quienes opinan que había en Etiopía restos de conocimiento del Dios de Israel desde los tiempos de la reina de Sebá (1Re 10:1-13).

3. Encuentro de Felipe con el eunuco. Ahora sabrá Felipe lo que significaba la orden de dirigirse a un camino solitario.

(A) «Y el espíritu dijo a Felipe. Acércate y júntate (lit. apégate, el mismo verbo de Luc 15:15) a ese carro». ¡Cuánto bien podríamos hacer a muchas personas con las que nos encontramos cuando vamos de viaje! El eunuco volvía de Jerusalén, donde los apóstoles predicaban la fe de Cristo. La gracia de Dios persigue a este hombre, le da alcance en un camino solitario y allí le vence. Como Felipe, tampoco nosotros debemos mostrarnos tímidos ante personas de otra nación o raza. Aunque no sepamos absolutamente nada más de las personas, hay una cosa importante que sabemos de todas ellas y es que tienen alma.

(B) Felipe halla al eunuco leyendo la Escritura conforme viajaba en su carroza (v. Hch 8:28): «Iba sentado en su carruaje, leyendo el Libro del profeta Isaías» (NVI). Redimía, pues, bien el tiempo de tan largo y tedioso viaje. Para todos es útil el estudio de las Escrituras, pero especialmente para la gente de la clase alta, pues su buen ejemplo puede influir en muchos. Los que son diligentes en escudriñar la Biblia obtendrán el gozo de ir progresando en el conocimiento de Dios y de su plan de salvación para los hombres.

(C) Nótese la obediencia de Felipe a la voz del espíritu (v. Hch 8:30): «cuando Felipe se acercó, no andando, sino corriendo, le oyó que leía al profeta Isaías». Le oyó porque el eunuco iba leyendo en voz alta, como solía hacerse en la antigüedad. Tanto es así que, ya en el siglo IV de nuestra era, Agustín de Hipona se asombró de ver al obispo de Milán, Ambrosio, leyendo con sólo un ligero movimiento de los labios. Preguntó Felipe al eunuco (v. Hch 8:30): «Pero, ¿entiendes lo que lees?» Realmente, de poco sirve leer si no se entiende lo que se lee. Cuando leemos la Biblia, debemos preguntarnos si entendemos o no lo que estamos leyendo. Es asombroso lo poco que conocemos el texto sagrado hasta que obtenemos una buena explicación del texto y del contexto.

(D) El eunuco, con admirable humildad y deseo de conocer el sentido de las Escrituras, invita a Felipe a que suba al carruaje y se siente junto a él (v. Hch 8:31), para que le guíe (¡el mismo verbo griego de Jua 16:13!) en el conocimiento de lo que va leyendo. «¿Cómo podré, dice, si alguno no me guía?» Se muestra, no sólo humilde para reconocer que no entiende, sino también deseoso de aprender y de ser enseñado. ¡Ojalá todos los que se profesan creyentes poseyeran estas cualidades! No sólo los «bebés en Cristo», sino también los que se tienen por «maestros de la Palabra» necesitan humildad para reconocer que no son infalibles y que les falta mucho por aprender (1Co 8:2). Tampoco sirven las excusas de que «es una porción muy difícil» o «ya me lo explicará el Espíritu Santo», tópicos manidos para cubrir la pereza.

4. La porción de las Escrituras que el eunuco leía y ciertas cosas de lo que Felipe le dijo con respecto a ella.

(A) El capítulo que leía era el Isa 53:1-12 de Isaías, dos de cuyos versículos se citan aquí (vv. Hch 8:32, Hch 8:33). Se nos ofrecen conforme a la versión de los LXX que varían un poco del hebreo original. La mayor variación es: «En su humillación le fue quitado el juicio», es decir, no se le hizo justicia, mientras que el hebreo dice: «Por arresto y por juicio fue quitado» (Isa 53:8). En dichos versículos se predecía con respecto al Mesías: (a) Que había de morir, llevado al matadero, como las ovejas que se ofrecían en sacrificio. (b) Que había de morir injustamente, pues se le había de condenar siendo inocente. (c) Que había de morir con toda paciencia, sin abrir la boca, no sólo como cordero delante del que lo trasquila, sino también como oveja delante del matarife. Nunca se dio un ejemplo de paciencia como el del Señor Jesús: callado cuando le insultaban, y callado cuando le maltrataban.

(B) La pregunta del eunuco: «¿De quién dice el profeta esto, de sí mismo o de algún otro?» (v. Hch 8:34). Era por cierto, una pregunta atinada, como si dijese: «¿Esperaba el profeta ser usado y abusado de esta manera, como solían serlo los profetas, o está hablando de otro profeta?» El modo de recibir buenas instrucciones es hacer buenas preguntas.

(C) Felipe aprovecha la oportunidad para explicarle el gran misterio del Evangelio con respecto a Jesucristo, y éste crucificado. «Abriendo su boca (v. Hch 8:35), expresión bíblica que indica que se va a decir algo muy importante, y comenzando desde esta escritura, le evangelizó a Jesús» (lit.). Esto es todo lo que se nos dice del mensaje de Felipe. Éste es un ejemplo de cómo hablar bien de las cosas de Dios: comenzar por buena base y seguir con un propósito bien definido.

5. El eunuco es bautizado en el nombre de Cristo (vv. Hch 8:36-38).

(A) La modesta petición que el eunuco presenta a Felipe para que lo bautice (v. Hch 8:36): «Yendo por el camino, llegaron a cierta agua», cuya vista le trajo al eunuco el pensamiento de ser bautizado. Así es como Dios, por medio de providencias que parecen casualidades, les hace a los suyos a la memoria sus deberes, que sin dichas providencias les habrían pasado desapercibidos. El eunuco no sabía por cuánto tiempo estaría Felipe con él y, por tanto, si a Felipe le parecía bien, bueno era aprovechar la oportunidad que se le presentaba de cumplir con la ordenanza del Señor: «Aquí hay agua; ¿qué impide que yo sea bautizado?» No demanda, sin más el bautismo. No dice: «Aquí hay agua y he decidido bautizarme». Pero expone su deseo de ser bautizado ahora, a no ser que Felipe pueda mostrar la causa por la que esto no puede llevarse a cabo ahora. En la mayoría de las cosas, es imprudente precipitarse; pero en la dedicación a Dios, es preciso darse prisa y no demorarla, porque el tiempo presente es el mejor tiempo.

(B) La única disposición que le requirió Felipe (v. Hch 8:37): «Si crees de todo corazón, te está permitido» (lit.). Ha de creer de todo corazón, pues «con el corazón se cree para justicia» (Rom 10:10); no sólo con la cabeza al prestar el asentimiento, sino con la voluntad al prestar a la verdad evangélica, al Señor Jesús, el consentimiento. El eunuco hizo entonces su profesión de fe: «Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios». Antes ya era un sincero adorador del Dios verdadero, así que todo lo que tenía que hacer ahora era recibir a Jesucristo como a Señor y Mesías. Cree que Jesús, el Salvador, es el Cristo, el Mesías, y el Hijo de Dios. (Nota del traductor: Todo este versículo falta en los mejores MSS.)

(C) El bautismo del eunuco (v. Hch 8:38): «Mandó parar el carruaje». Fue la mejor parada que hizo en sus viajes. «Y descendieron ambos al agua». Aunque hacía poco que Simón Mago había engañado a Felipe, éste no tuvo escrúpulo en bautizar de inmediato al eunuco bajo su profesión de fe. Si hay hipócritas que se cuelan en la iglesia por la puerta falsa, no por eso se ha de hacer la puerta de admisión más estrecha de lo que Cristo quiso que fuese. En cuanto al modo de dicho bautismo, dice Trenchard (contra la opinión de M. Henry): «Todo indica aquí que el bautismo es un rito para personas que reciben la Palabra de una forma consciente y desean confesar su fe en Cristo Jesús. Además, el acto de bajar ambas personas al agua, tanto el convertido como el siervo de Dios que realizaba el acto, para subir luego del agua, da la impresión del bautismo por inmersión».

6. Felipe y el eunuco se separan el uno del otro después de dicho acto, lo cual es tan sorprendente como los demás detalles de este relato (v. Hch 8:39): «Cuando subieron del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe». La operación de este milagro en Felipe fue una confirmación de su enseñanza, tanto como lo pudo haber sido cualquier otro milagro que pudiese haber llevado a cabo: «el Espíritu le arrebató, y el eunuco no le vio más», pero, al haber perdido de vista al ministro, volvió a usar su Biblia. Veamos cuál fue en cada uno de ellos el efecto de esta repentina partida:

(A) El eunuco «siguió gozoso su camino» (v. Hch 8:39). Sus asuntos de Estado le reclamaban en Etiopía, puesto que no hay ninguna inconsecuencia en que un buen cristiano continúe, después de su conversión, en cualquier oficio honesto que haya estado desempeñando en el mundo. Pero se marchó gozoso por haber hallado la luz del Evangelio; nunca había estado tan contento en toda su vida. Además, ahora tendría la oportunidad de anunciar a sus compatriotas las Buenas Noticias de la salvación en Cristo.

(B) «Felipe se encontró en Azoto, la antigua Asdod» (v. Hch 8:40). Pero, dondequiera se hallase, no estaba ocioso: «anunciaba el evangelio en todas las ciudades, hasta que llegó a Cesarea», donde estaba por ahora establecido, pues allí le encontramos después (Hch 21:8) en una casa de su propiedad.

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