Jeremías 17:5 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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No todos los sermones del profeta eran proféticos, sino que algunos eran de carácter práctico. Véase lo que dice:

1. En cuanto a la decepción y al dolor que de cierto sentirán los que, cuando se hallan en apuros, dependen de criaturas para su éxito y alivio (vv. Jer 17:5, Jer 17:6): Maldito (es decir, miserable) es el varón que obra de ese modo, porque se apoya en una caña rajada. El pecado que aquí se condena es hacer de la carne nuestro brazo, esto es, poner como brazo poderoso en que apoyarse, el brazo con que trabajamos y en el que confiamos tener nuestra protección, carne, esto es, la fragilidad humana. Dios es el brazo de Su pueblo (Isa 33:3). La gran malignidad que hay en este pecado:

(A) Por este pecado, el corazón se aparta de Jehová (v. Jer 17:5, al final). El corazón perverso (v. Jer 17:9) se aleja, por su incredulidad, del Dios viviente. Los que ponen la confianza en el hombre se apartan de hecho de Dios, aunque se acerquen a Dios con los labios. Adherirse a la cisterna es, a fin de cuentas, renunciar a la fuente (Jer 2:13) y, en consecuencia, Dios se resiente de ello.

(B) Por este pecado, el hombre se engaña a sí mismo, porque (v. Jer 17:6) será como la retama en el desierto, triste arbusto, producto de un suelo estéril, sin savia, sin utilidad, sin valor, todos sus consuelos le abandonarán y se marchitará, y será desechado y pisoteado por todos los que transiten por allí; y no verá cuando viene el bien, pues no tendrá parte en él; aun en tiempo de lluvia no le llegará la humedad, porque morará en los sequedales del desierto, en tierra salitrosa y deshabitada donde sus raíces no se benefician del agua. Así todos los que confían en sí mismos o en otros hombres, en punto a salvación espiritual, es imposible que prosperen: ni producirán frutos de servicios aceptables a Dios ni cosecharán frutos de bendiciones saludables venidas de Dios.

2. En cuanto a la abundante satisfacción de que disfrutan los que ponen en Dios su confianza, que viven por fe y, en los tiempos de mayor intranquilidad, descansan en el poder y el amor de Dios (vv. Jer 17:7, Jer 17:8). El deber que se nos impone es hacer de Jehová nuestra confianza; de Su favor, el bien que esperamos; de su poder, la fuerza en que esperamos.

(A) El que obra así será como el árbol plantado junto a las aguas (v. Jer 17:8, comp. con Sal 1:3), un árbol escogido en el que se ha puesto mucho interés para plantarlo en el mejor suelo. Como árbol bien plantado, extenderá sus raíces junto a la corriente, de donde sacará savia abundante. Quienes hacen de Dios su esperanza viven cómodos, pues disfrutan de continua seguridad y de perfecta serenidad mental.

(B) Un árbol plantado de esta manera no teme la venida del calor, pues le sube tanta humedad desde las raíces que está suficientemente preservado de la sequía. Su follaje está siempre frondoso, como árbol de hoja perenne: alegre para sí y hermoso a la vista de los demás. Y, así como no pierde la hoja, tampoco deja de dar fruto. No tenemos por qué preocuparnos si se quiebra la cisterna, con tal que tengamos la fuente. Los que confían en Dios y, por fe, sacan de Él fuerza y gracia, no cesarán de dar fruto (comp. con Jua 15:5).

3. En cuanto a la pecaminosidad del corazón humano y la divina inspección con que es examinado (vv. Jer 17:9, Jer 17:10). Es locura confiar en el hombre, porque no sólo es débil, sino falso y engañoso. Pensamos que confiamos realmente en Dios, cuando no lo estamos, como se ve por el hecho de que nuestras esperanzas y nuestros temores suben o bajan conforme las causas segundas nos sonríen o nos fruncen el ceño. Hay en nuestro corazón maldades que ni siquiera nosotros mismos nos damos cuenta de que están allí ni sospechamos que las haya en nosotros. El corazón, lo más íntimo del hombre, es, en el estado de naturaleza caída, engañoso más que todas las cosas. Llama bueno a lo malo, y malo a lo bueno, y cambia el color real de las cosas. Cuando los hombres dicen en su corazón que no hay Dios, o que Dios no ve, el corazón les engaña. De cierto que el caso es grave cuando la conciencia, que debería rectificar los errores de las demás facultades del hombre, es en sí misma una madre de falsedades y la pionera en toda clase de engaños. No conocemos nuestro corazón ni de lo que es capaz en un momento de tentación (David no lo conoció, ni Ezequías ni Pedro). Mucho menos podemos conocer el corazón de otros ni depender en forma alguna de ellos. Pero Dios ve toda maldad que anida en el corazón (v. Jer 17:10) Yo Jehová, escudriño el corazón y pruebo los riñones. Y, con el juicio que hace en base a este examen, da a cada uno según sus caminos, según el fruto de sus obras.

4. En cuanto a la maldición pronunciada contra las riquezas mal adquiridas (v. Jer 17:11): El que injustamente amontona riquezas, aunque ponga en ellas sus esperanzas, no disfrutará de ellas; en la mitad de sus días las dejará y al final resultará un insensato (hebr. nabal, lo mismo que en Sal 14:1 y otros lugares). El vocablo hebreo no indica «falta de capacidad intelectual, sino carencia de entendimiento moral e incapacidad para distinguir entre lo recto y lo malvado» (Freedman). En cambio, los que desean abundar en gracia son sabios al final (Pro 19:20), ya que tienen su consuelo en que la muerte les conduce a una feliz eternidad, mientras que quienes ponen su confianza en las riquezas se darán cuenta de su necedad cuando sea demasiado tarde. En cuanto al símil de la perdiz, Freedman advierte que «había en la antigüedad una creencia popular de que la perdiz incubaba huevos que no eran suyos. Tristram piensa que esto no es verdad y comenta sobre este versículo: «La perdiz pone gran cantidad de huevos, pero tiene muchos enemigos no es el hombre el menos destructivo que van a la caza de su nido y le roban los huevos … Lo que el profeta quiere decir es que el hombre que se enriquece por medios injustos disfrutará muy poco de su mal ganada fortuna, pues la dejará prematuramente como la perdiz que comienza a incubar, pero le roban prontamente las esperanzas de tener cría».

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