Jeremías 2:14 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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La insensatez de abandonar a Dios les había costado ya muy cara, pues a ella se debían todas las calamidades bajo las cuales estaba gimiendo ahora su nación.

1. Sus vecinos, que eran sus enemigos declarados, prevalecían contra ellos.

(A) Habían esclavizado a Israel (v. Jer 2:14): «¿Es Israel siervo?» ¡No! Es mi hijo, mi primogénito (Éxo 4:22). Son hijos, herederos, descendencia de Abraham, destinados a mandar, no a servir. «¿Por qué ha venido a ser presa? ¿Quién le ha despojado de su libertad? ¿Por qué es usado como hijo de una esclava, es decir, como esclavo por nacimiento? ¿Por qué se ha hecho a sí mismo esclavo de sus pasiones, de sus ídolos, de lo que no aprovecha? (v. Jer 2:11). ¿Qué cosa es ésta, que una tal primogenitura se haya vendido por un plato de potaje, que su corona yazca en el polvo? ¡Los príncipes, hechos esclavos de sus súbditos! ¡Los amos, esclavos de sus criados! ¿Nacieron esclavos? ¡No! Por sus maldades fueron vendidos (Isa 50:1). Vinieron los príncipes vecinos y los esclavizaron. Lo mismo ocurre en nuestras personas: ¿Fue formado el hombre para ser un esclavo? ¡No! Fue formado para señorear. ¿De dónde, pues, le viene la esclavitud? Es porque ha vendido su libertad y se ha hecho a sí mismo esclavo de diversas pasiones y concupiscencias.

(B) Habían empobrecido a Israel. Dios los había introducido en una tierra fértil (v. Jer 2:7), pero todos sus vecinos habían hecho presa en ella (v. Jer 2:15). El león asirio había sembrado en Palestina la desolación (comp. con Jer 4:7; Jer 50:17; Isa 5:29). Unas veces, un enemigo; otras, otro; otras, varios enemigos coligados, caían sobre Israel, lo vencían y se llevaban como botín lo mejor de la tierra (v. Jer 2:15): «asolaron la tierra; quemadas están sus ciudades, sin morador». Incluso (v. Jer 2:16) los hijos de Menfis (hebr. Nof) y de Tajpanés (lit.) te roen el cráneo. ¡Esos despreciables egipcios, no afamados precisamente por su bravura ni por su fuerza, se habían aprovechado de la debilidad de Israel! Según Freedman, «la figura (de la última frase del v. Jer 2:16) parece ser la del ganado que rumia la hierba en un campo».

(C) Todo esto se debía a su pecado (v. Jer 2:17): «¿No te acarreó esto el haber dejado a Jehová tu Dios cuando te conducía por el camino?» ¿Por qué camino? Ya sea por el camino del desierto o, más probable, por el camino de la virtud, según lo habían señalado los profetas enviados por Dios.

2. Sus vecinos, los que profesaban ser sus amigos, no les habían ayudado; también esto se debía al pecado de ellos.

(A) En vano habían buscado el auxilio de Egipto y de Asiria (v. Jer 2:18): «¿Qué te va a ti en el camino de Egipto, para que bebas agua de Shijor, esto es, del Nilo?» Dice Freedman: «Shijor significa probablemente oscuro y describe las turbias aguas de ese río». La misma pregunta vemos acerca de Asiria y del Éufrates (v. Jer 2:18). Freedman resume así el contexto histórico de dicho versículo Jer 2:18: «Los gobernantes de Judá e Israel habían vacilado entre los dos grandes poderes, Egipto y Asiria. Menajem, rey de Israel, buscó la ayuda de Asiria contra Egipto; Oseas cambió la estrategia política de Menajem y llamó a Egipto contra Asiria; mientras que Josías murió peleando contra Egipto en ayuda de Asiria. Ninguna de estas alianzas les reportó ningún beneficio. Estas eran las cisternas rotas mencionadas en el versículo Jer 2:13. La única salvación de Israel estaba en volverse a Dios».

(B) También esto les había ocurrido a causa de su pecado (v. Jer 2:19): «Tu propia maldad te castigará, y tus rebeldías te condenarán; sabe, pues, y ve cuán malo y amargo es el haber dejado tú a Jehová tu Dios, pues eso es lo que da poder a tus enemigos, y quita fuerza a tus amigos». El pecado es abandonar a Jehová como a Dios nuestro, y dejar el alma alienada de Él. La causa del pecado es que falta en nosotros el temor de Dios (v. Jer 2:19). El pecado es un mal que no tiene nada bueno en sí; es amargo; el salario del pecado es muerte, y la muerte es amarga. Y, al ser en sí malo y amargo, tiende directamente a hacernos miserables: «Tu propia maldad te castigará, y tus rebeldías te condenarán»; el castigo sigue tan inevitablemente al pecado que se dice que es el pecado el que castiga.

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