Jeremías 46:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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El primer versículo es el titulo de esta parte del libro que se refiere a las naciones vecinas. Es «la palabra de Jehová que vino al profeta Jeremías acerca de las naciones», esto es, de los gentiles. En el Antiguo Testamento tenemos la palabra de Dios contra los gentiles; en el Nuevo Testamento, la palabra de Dios a favor de los gentiles, para que los que estaban lejos viniesen a juntarse con los que estaban cerca, y ser hechos ellos mismos cercanos a Dios por medio de Jesucristo (v. Efe 2:11-22).

Comienza por Egipto, porque ellos habían sido los antiguos opresores de Israel y los modernos engañadores de los judíos que allí se habían refugiado tras de la caída de Jerusalén. En estos versículos se profetiza la derrota del ejército del Faraón Necó, a manos de Nabucodonosor, en el año cuarto de Joacim. Esta derrota (como vemos en 2Re 24:7) le hizo a Necó pagar muy cara la expedición que llevó a cabo para ayudar al rey de Asiria cuatro años antes, en la cual el Faraón mató al rey Josías (2Re 23:29). Este acontecimiento es aquí predicho con gozosas expresiones de triunfo sobre Egipto, tan humillantemente derrotado, de lo que Jeremías había de hablar con gran placer, porque la muerte de Josías era ahora vengada en el Faraón Necó.

1. Se les echa en cara a los egipcios la tremenda preparación que están haciendo para esta expedición, en la que el profeta les desafía a que hagan todo lo posible (v. Jer 46:3): «Preparad escudo y coraza y acercaos a la batalla». Egipto era famoso por sus caballos (v. Jer 46:4): «Uncid caballos y montad, etc.». Compara la expedición al desbordamiento del Nilo (v. Jer 46:8) que amenaza con inundar todas las tierras limítrofes. Es un ejército verdaderamente formidable. El profeta los espolea (v. Jer 46:9): «Subid, caballos; y alborotaos, carros etc.». Les reta a que traigan con ellos todas las tropas confederadas (v. Jer 46:9), los etíopes, que descendían del mismo tronco familiar que los egipcios (Gén 10:6) y eran sus vecinos y aliados, los libios y los lidios, ambos en África, al oeste de Egipto, de los que los egipcios alquilaban sus fuerzas de apoyo. Todo será en vano; quedarán vergonzosamente derrotados, porque luchará Dios contra ellos (Pro 21:30, Pro 21:31).

2. Se les echa en cara la gran esperanza que habían concebido con respecto a esta expedición. Ellos conocían sus propios pensamientos, y también Dios los conocía, pero ellos no conocían los pensamientos de Jehová ni entendieron su consejo; pues Él los junta como gavillas en la era (Miq 4:12). Egipto decía (v. Jer 46:8): «Subiré, cubriré la tierra, y nadie me lo impedirá, destruiré la ciudad, es decir, cualquier ciudad que se oponga a mi avance. Como el antiguo Faraón, perseguiré y los alcanzaré». Pero Dios dice que ese día no será el del triunfo de Egipto, sino el día del triunfo de Jehová de las huestes (v. Jer 46:10), en el que Él será exaltado con la derrota de los egipcios.

3. Se les echa en cara su cobardía (vv. Jer 46:5, Jer 46:6): «¿Por qué los veo medrosos y retrocediendo, a pesar de tanto preparativo y de un ejército tan numeroso y tan bien equipado?» Incluso los valientes, de los que podía esperarse que se mantuviesen firmes, huyen a la desbandada, como un solo hombre, pero en plena confusión; no tienen tiempo ni ganas para volverse a mirar atrás, sino que el terror los rodea por doquier. Todos (v. Jer 46:6) tropiezan y caen, precisamente al norte, junto a la ribera del Éufrates, porque en lugar de volverse atrás, a su país, la confusión en que se hallan no les permite reconocer el lugar donde se encuentran, con lo que, sin quererlo, todavía se acercan más a la tierra del enemigo.

4. Se les echa en cara la incapacidad para recuperarse de esta derrota (vv. Jer 46:11, Jer 46:12). La virgen hija de Egipto (epíteto aplicado antes a Jerusalén véase el comentario a 14:17), que vivía en gran pompa, ha quedado gravemente herida con esta derrota. Busque ahora bálsamo en Galaad; que eche mano de todas las medicinas que sus sabios puedan prescribirle para reparar la pérdida experimentada con esa derrota; todo será en vano; «no hay curación para ti» (v. Jer 46:11, al final). Nunca más podrá poner de nuevo en pie de guerra un ejército tan formidable. Sólo le queda (v. Jer 46:12) vergüenza y clamor. Comenta Asensio: «Mal interno irremediable de quien un día pensó inundar la tierra con su poder, y ahora la contempla testigo de su fracaso, de cara a la ignominia absoluta de su pueblo y al clamor doloroso de sus héroes en derrota».

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