Jeremías 8:14 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

Estudio Bíblico | Explicación de Jeremías 8:14 | Comentario Bíblico Online

1. Bajo la presión del desastre, el pueblo se hunde en la desesperación. Ahora que la calamidad se cernía sobre ellos, los que antes carecían de miedo, carecen ahora de esperanza y no tienen ánimos para hacer frente al enemigo ni para aguantar lo que se les viene encima (v. Jer 8:14): «¿Por qué nos estamos sentados? Reuníos y entremos en las ciudades fortificadas». No es que tengan confianza en que allí van a sobrevivir, pues están persuadidos de que allí también perecerán. En efecto:

(A) Se percatan de que Dios está enojado contra ellos (v. Jer 8:14): «Jehová nuestro Dios nos ha destinado a perecer y nos ha dado a beber aguas de hiel, porque pecamos contra Jehová». Como si dijesen: «¿Para qué vamos a luchar contra el destino cuando Dios mismo lucha contra nosotros?» Por fin, comienzan a ver extendida la mano de Dios en estas calamidades y reconocen que le han provocado.

(B) Se percatan también de que el enemigo va a ser demasiado fuerte contra ellos (v. Jer 8:16): «Desde Dan se oyó el bufido de los caballos …». Las noticias de la fuerza de la caballería caldea pronto se divulgaron y todos temblaron al sonido de los relinchos de sus corceles. Vienen y no hay modo de detenerles (v. Jer 8:16): «Vinieron y devoraron la tierra y su abundancia, la ciudad y los moradores de ella».

(C) Están decepcionados de la esperanza que tenían en ser librados de la catástrofe (v. Jer 8:15): «Esperábamos paz, y no hubo bien alguno; no ha venido ninguna noticia buena; esperábamos día de curación, de prosperidad para la nación, y lo que tenemos es terror (comp. con Jer 14:19), esto es, alarmas de guerra que infunden terror». Sus falsos profetas les habían repetido «paz, paz» (v. Jer 8:11). Las esperanzas de liberación habían resultado fallidas (v. Jer 8:20): «Pasó la siega, terminó el verano, y nosotros no hemos sido salvos». Comenta Asensio: «Como el labrador ante la cosecha frustrada, nos encontramos, con las manos vacías, abocados al destierro». El porvenir no puede presentarse más negro. Dice M. Henry: «Ha pasado la estación de actuar; se fue el verano y la recolección, y se acerca un invierno frío y melancólico. A sí mismos se hacen perjuicio y atrancan su propia puerta, y no son salvos porque no están en disposición de ser salvos».

(D) Se han engañado en las mismas cosas de las que esperaban obtener seguridad (v. Jer 8:19): «He aquí la voz del clamor de la hija de mi pueblo, que viene de una tierra lejana». Dice Freedman: «Jeremías adelanta la cautividad, como si ya se hubiese llevado a cabo»… «¿No está Jehová en Sion? ¿No está en ella su Rey?» En estas dos cosas habían puesto ellos su confianza durante todo el tiempo: (a) En que tenían entre ellos el templo de Dios y las señales de su presencia especial con ellos. (b) En que tenían el trono de la casa de David. Se decían a sí mismos: «¿No protegerá el Dios de Sion al rey de Sion y a su reino?» Este clamor de ellos es como una acusación a Dios y, por eso, les replica de inmediato (v. Jer 8:19, al final): «¿Por qué me hicieron airar con sus imágenes de talla, con vanidades ajenas?»

2. Jeremías sigue lamentándose personalmente.

(A) Él era testigo de vista de las desolaciones de su país (v. Jer 8:18): «Aunque quisiera consolarme de mi pesar, mi corazón desfallece dentro de mí». Como si dijese: «Todo intento de aliviar mi pesadumbre sólo sirve para agravarla». A veces la tristeza es de tal calibre que cuanto más se la quiere reprimir, más rebota. Éste es el caso de muchas personas piadosas, como el de Jeremías aquí, cuando el alma se resiste a recibir consuelo. Y continúa diciendo (v. Jer 8:21): «Soy presa de angustia por el quebrantamiento de la hija de mi pueblo; angustiado por su miseria y, sobre todo, por sus pecados, que son los que le han traído tal desgracia; estoy negro, es decir, vestido de luto, el espanto me ha sobrecogido, de forma que no sé a qué lado volverme». Una persona buena sufre por las miserias ajenas. Él había profetizado la destrucción de Jerusalén y, aun cuando el pueblo no le había creído, no sentía él regocijo alguno en que los hechos demostrasen la verdad de dicha profecía, ya que prefería el bienestar del país antes que su personal reputación.

(B) Cuán tenues eran sus esperanzas (v. Jer 8:22): «¿No hay bálsamo en Galaad? ¿No hay medicina apropiada para un reino enfermo, agonizante? ¿No hay allí médico? ¿No hay mano hábil y fiel que aplique la medicina?» Si se mira a los falsos profetas y a los sacerdotes del pueblo, la respuesta ha de ser negativa. Pero tenían a Dios que les hablaba la verdad por boca del propio Jeremías y, con eso, tenían bastante para haber llegado al arrepentimiento, alcanzado la curación y apartado de sí la destrucción. Ciertamente, no era por falta de médico ni de medicina, sino porque no querían admitir la aplicación del fármaco ni someterse a los métodos de curación. Médico y medicina estaban al alcance de la mano, pero el paciente estaba obstinado en su mal y rehusaba ser sometido a la medicación apropiada

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