Juan 19:31 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Esta porción que nos refiere lo del costado de Jesús traspasado por la lanza de un soldado y lo de la rotura de las piernas de los otros dos ajusticiados, se halla solamente en Juan.

I. Obsérvese la hipócrita superstición de los judíos, al pedir que los cuerpos no quedasen en la cruz una vez comenzado el sábado es decir, después de la puesta del sol del viernes: «Entonces los judíos, por cuanto era la preparación de la pascua, a fin de que los cuerpos no quedasen en la cruz en el sábado (pues aquel sábado era de gran solemnidad), rogaron a Pilato que se les quebrasen las piernas y fuesen quitados de allí» (v. Jua 19:31). Dándoles sepultura de inmediato, se quitaban de los ojos aquel espectáculo. Veamos:

1. La estima en que parecían tener el sábado, especialmente aquel sábado, porque era un sábado singularmente solemne. Estaban tan preocupados en aquella ceremonia, como si en ello les fuese la vida, cuando acababan de dar muerte al Autor de la vida (Hch 3:15). Si ellos, hipócritamente, estaban tan solícitos en guardar las formas de algo que había de pasar, ¿seremos nosotros menos diligentes en santificar toda la semana y, en especial, el día en que nos reunimos para rendir colectivamente culto al Señor y mantener viva la comunión fraternal en la congregación? (v. Heb 10:25).

2. El reproche en que pensaban incurrir por supuesta profanación grave del sábado, si consentían en que los cadáveres de los reos quedasen pendientes de sus respectivas cruces. Dichos cadáveres debían ser sepultados de inmediato. Habría sido una gran ofensa, no sólo para los habitantes de Jerusalén sino para la muchedumbre de forasteros que habían acudido para la celebración de la Pascua. Además, no podían soportar la vista de Jesús ni aun estando ya difunto.

3. La petición que hicieron a Pilato implicaba una tremenda crueldad, pues el quebrantamiento tan violento de las piernas de los crucificados, el cual provocaba el colapso inmediato al fallar el punto de apoyo, era un tormento que ocasionaba un dolor agudísimo e inimaginable. Así de abominable es la apariencia de piedad (2Ti 3:5) de los hipócritas.

II. La forma en que los soldados se deshicieron de los ladrones que habían sido crucificados con Jesús: «Vinieron, Pues los soldados, y quebraron las piernas al primero, y asimismo al otro que había sido crucificado con él» (v. Jua 19:32). De esta forma, Pilato les concedió lo que pedían. Uno de estos dos ladrones murió salvo, pues había recibido de Cristo la seguridad de que aquel mismo día, antes de ponerse el sol, estaría con Él en el Paraíso (Luc 23:43); sin embargo, murió con los mismos tormentos físicos y la misma condición miserable exterior que el otro ladrón. Pero lo extremo de la agonía de un moribundo no puede compararse con el consuelo firme y duradero que espera, más allá de la muerte, a los que durmieron en Jesús (1Ts 4:14-18).

III. Las evidencias que se exigieron para saber a ciencia cierta si el Señor Jesucristo había muerto o no.

1. No dudaron de su muerte los soldados: «Mas cuando llegaron a Jesús, como le vieron ya muerto, no le quebraron las piernas» (v. Jua 19:33). Jesús murió antes de lo acostumbrado entre los que eran crucificados. Con esto se mostraba, aparte de lo sugerido en otro lugar sobre la posible rotura del corazón, que Jesús entregaba su vida sin que nadie se la arrebatara por la fuerza. Se sometió voluntariamente a la muerte, no fue vencido por ella. Pero sus enemigos se quedaron satisfechos con verle muerto. Lo importante es que, al no tener que quebrarle las piernas, se cumplía la profecía que es citada en el versículo Jua 19:36.

2. Para tener seguridad de que estaba realmente muerto, «uno de los soldados le abrió el costado con una lanza, y al instante salió sangre y agua» (v. Jua 19:34). Así que:

(A) Este soldado, al que la Tradición ha dado el nombre de Longinos, resolvió tomar una medida decisiva para que no quedase duda de la muerte de Jesús y, con esta profunda incisión en el costado, no había necesidad de aplicar a Jesús la misma dolorosa forma de despachar a los otros dos crucificados con Él. Como ya lo dijimos en otro lugar, un médico eminente, el doctor Bergsma, se inclina a interpretar literalmente el Sal 69:20, evidentemente mesiánico como se ve por el contexto, y concluye que Cristo murió de rotura (siempre voluntariamente sufrida) del corazón con lo que se explica satisfactoriamente la acumulación de sangre y agua en el pericardio. Esto mismo demostraba con toda evidencia que Cristo estaba ya muerto cuando el soldado le abrió el costado con la lanza; de lo contrario, la sangre habría salido en su puro estado normal. Y, si murió de veras, la resurrección no admite truco.

(B) Pero esta efusión de sangre y agua tenía un simbolismo que salta a la vista, y que el propio Juan entendió sin duda como muy significativo (comp. con 1Jn 5:6):

(a) En primer lugar, cuando queremos sincerarnos con alguien, es ya proverbial la expresión de «abrirle nuestro corazón», como símbolo de nuestra disposición a que nuestros pensamientos y nuestras intenciones le sean conocidas sin ambages ni rebozos. A través de esta especie de ventana abierta en el pecho de Jesús, podemos contemplar el interior de su corazón, con un amor flameante hacia nosotros, un amor más fuerte que la muerte (Cnt 8:6, comp. con Rom 8:35.).

(b) Pero lo más significativo de esta efusión de sangre y agua es el carácter que las Escrituras atribuyen a estos dos líquidos en su simbolismo espiritual (comp. con Lev 14:1-57), pues indican los dos grandes beneficios que se obtienen mediante la obra redentora de Jesús: la sangre es para expiación (Lev 17:11); el agua, para purificación (Eze 36:25). La culpabilidad contraída, sólo con sangre puede borrarse; la mancha del pecado, sólo con agua viva se puede limpiar. Ambas operaciones deben ir siempre de la mano; Cristo las juntó, e hizo que de su costado salieran juntamente la sangre y el agua, y nadie debe separarlas (v. también Zac 13:1).

(c) También es fácil hallar en estos dos líquidos un simbolismo de los dos sacramentos u ordenanzas de la religión cristiana: el agua nos simboliza el bautismo, pues no es el agua del baptisterio la que nos limpia de la mancha del pecado, sino el agua que salió del costado de Jesús; la sangre simboliza la Cena del Señor pues al instituirla, Jesús expresó su significado del «nuevo pacto en mi sangre» (Luc 22:20); no es, pues, la «sangre» de la uva, el vino de la ordenanza, lo que refrigera el alma y expía la culpa del pecado, sino la sangre de Cristo, derramada por nosotros (v. 1Jn 1:7).

(d) Agustín de Hipona, al alegorizar demasiado la incisión hecha en el costado de Cristo, vio en este fenómeno el origen de la Iglesia, la cual según él brota del costado del Postrer Adán muerto, en forma semejante a como sacó Dios a Eva del costado del Primer Adán dormido.

3. Una última consideración, digna de tenerse en cuenta, acerca de la muerte de Jesús en la tarde del viernes es que, al contrario que los judíos, a quienes no era lícito «dejar que el cuerpo pasara la noche sobre el madero» (Deu 21:23), los romanos no se preocupaban de los cadáveres de los ajusticiados, sino que permitían que los devorasen las fieras o las aves de rapiña. Si la crucifixión del Señor no se hubiese llevado a cabo el viernes, y precisamente en la víspera del sábado más solemne del año, el cuerpo del Señor, como el de los otros dos crucificados con Él, habría quedado pendiente de la cruz, quizá durante varios días, expuesto a la corrupción. Pero los judíos fueron instrumentos en las manos de Dios para el cumplimiento de las profecías de que había de resucitar al tercer día del sepulcro (Sal 16:8-11; Hch 2:24-31; Hch 13:33-35; 1Co 15:4) y, especialmente, por la que Jesús mismo profirió al decir: «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré» (Jua 2:19), pues el propio evangelista hace notar que «se refería al templo de su cuerpo» y que los discípulos se acordaron de ello «cuando resucitó de entre los muertos» (vv. Jua 19:21-22). Así que los judíos, con Caifás a la cabeza, y los gentiles, con Pilato a la cabeza, se combinaron inconscientemente para dar cumplimiento a la señal de Jonás, al apresurarse a que Jesús fuese sepultado el viernes y resucitase al tercer día, en la madrugada del domingo, con lo que las profecías se cumplían con exactitud, y la mesianidad de Cristo se demostraba contundentemente.

IV. La confirmación de la verdad del relato por parte del propio evangelista, que fue testigo de vista de lo que aquí refiere (v. Jua 19:35). En este versículo vemos:

1. Cuán competente fue el testigo que nos dejó este informe ya que testificó de lo que había visto; era, pues, testigo de primera mano, y testigo de excepción. Refirió fielmente la verdad, y con todo detalle: toda la verdad. Además, su informe es infaliblemente cierto, por cuanto lo escribió bajo la inspiración del Espíritu Santo. Así, la certeza que tenía de los hechos no podía ser más segura: «Y el que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero» (v. Jua 19:35).

2. Cuánto empeño puso este testigo para que los lectores quedasen perfectamente persuadidos de las verdades del Evangelio, ya que:

(A) Pone de relieve que es consciente de que dice la pura verdad: «Él sabe que dice verdad». Su certeza acerca de la realidad de los hechos que refería era plena, absoluta, de forma que no quedase ninguna duda en quienes leyesen esta porción.

(B) Declara el importante y piadoso designio que le movía a escribir esto (comp. con Jua 20:31), con lo que da razón del énfasis que pone en su propia certeza de la realidad: «Para que también vosotros creáis», es decir, «todos cuantos leáis esto». Hendriksen da como probable que el pronombre personal, «él», en la frase: «Él sabe que dice verdad», se refiera a Jesucristo. No hay en el texto (nota del traductor) fundamento para tan extraña suposición; más probable (dentro de la inseguridad de esta opinión personal) sería que, al comparar este versículo con Jua 21:24, esta referencia se debiese, no a Juan, sino, en conformidad con el uso del pronombre griego ekeinos = aquél (un sujeto más bien remoto), a uno de los discípulos de Juan, también inspirado para dar informe infalible de esta especie de paréntesis textual.

(C) El testimonio al que se refiere por dos veces el versículo Jua 19:35 se extiende, según algunos autores, únicamente al episodio de la lanzada, pero es más probable que se refiera a toda la porción, ya que el versículo Jua 19:36 habla de «estas cosas», en plural. En todo caso, este solemne testimonio sirve para silenciar los temores de los creyentes débiles y para estimular sus esperanzas, al tener este firme fundamento (v. Heb 11:1) de que, en medio de nuestras penas y aflicciones, hay una gloriosa esperanza en la seguridad que nos ofrece el amor fidelísimo de Dios, una esperanza que «no avergüenza, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones» (Rom 5:5) y en ninguna cosa se ha probado mejor este amor de Dios a nosotros que en enviar a su Hijo Unigénito a morir por nosotros en la cruz del Calvario (Jua 3:16; Rom 5:8; Rom 8:32; 2Co 5:19-21, etc.).

V. El cumplimiento de las Escrituras en todo esto: «Porque estas cosas sucedieron para que se cumpliese la Escritura …» (vv. Jua 19:36-37).

1. La Escritura se cumplió al ser preservadas las piernas del Señor de quebrantamiento llevado a cabo por los soldados en las piernas de los otros dos ajusticiados, puesto que Cristo era el verdadero Cordero Pascual al que no se le podía quebrar ningún hueso (v. Jua 19:36, comp. con Éxo 12:46; Núm 9:12; 1Co 5:7 «… nuestra Pascua, que es Cristo …»). V. también Jua 1:29, Jua 1:36. Había una promesa acerca de esto, aplicable a todo justo (Sal 34:19-20), pero apuntaba principalmente a Jesucristo, el Justo (1Jn 2:1) por excelencia. El cordero pascual era mero tipo, figura profética del «Cordero» de Dios (Isa 53:7); si en el tipo no se podía quebrar ningún hueso, mucho menos en el que cumplía con la realización plena del tipo, es decir, en el antitipo. Hay también un significado importante en esto, aunque sólo es detectable en el hebreo, pues el vocablo ?etsem = hueso, comporta la idea de fuerza, firmeza o robustez, como si diese a entender que la fuerza del cuerpo humano está en los huesos, como así es en el sentido de que es esta armazón ósea de nuestro organismo la que nos sostiene y soporta. Así que, aun cuando Cristo «fue crucificado en debilidad» (2Co 13:4) por el estado de humillación que había tomado, su fuerza para salvarnos no se disminuyó, sino que, al contrario, «fuimos enriquecidos con su pobreza» (2Co 8:9). El pecado quebranta nuestros huesos (v. Sal 51:8), pero no quebró los de Cristo, se mantuvo firme bajo el peso, siempre poderoso para salvar a quienes a Él se allegan.

2. También se cumplió la Escritura en lo de la lanza que traspasó el costado de Jesús: «Mirarán al que traspasaron» (v. Jua 19:37 comp. con Zac 12:10; Apo 1:7). Dos detalles son dignos de considerar en esta cita de la profecía de Zac 12:10:

(A) No se alude en el texto de Jua 19:37 ni en la profecía de Zac 12:10 a los clavos que traspasaron las manos y los pies de Jesús, sino solamente a la lanzada que le traspasó el costado. Por el contexto de la profecía de Zacarías, con la confirmación clarísima de Apocalipsis, el sentido pleno de Jua 19:37 apunta hacia la futura conversión de Israel, pues fueron los israelitas como hace notar Alford los que traspasaron a Jesús «por manos de inicuos», es decir, de los soldados romanos, «inicuos» en el sentido de no pertenecientes al pueblo «santo» de Dios (v. Hch 2:23, al final). En este sentido proléptico, los habitantes de Jerusalén pudieron poner sus ojos en el que habían traspasado aunque la realidad de la verdad profética se cumpliera ya, y se siga cumpliendo, en todos los que, al poner los ojos en la cruz de Cristo, como los israelitas mordidos por las serpientes venenosas los ponían en la serpiente de bronce, alcancen salvación (Jua 3:14-15, comp. con Núm 21:9), al sentir sus corazones traspasados de compunción ante la presentación del mensaje del Crucificado (v. Hch 2:37 «se compungieron de corazón». Lit. «fueron punzados en su corazón»). ¿Quién no sentirá su corazón traspasado de compunción sincera por sus pecados, cuando el corazón del inocentísimo Jesús fue traspasado por nosotros?

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