Lamentaciones 1:12 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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En estos versículos, el profeta, en nombre del pueblo que se lamenta reconoce particularmente la mano de Dios en estas calamidades, y la justicia de dicha mano.

1. Sion muestra aquí la magnitud de su aflicción a todos cuantos la ven (v. Lam 1:12): «¿No os conmueve a cuantos pasáis por el camino? Mirad, y ved si hay un dolor como el dolor que me aflige». Esto pudo aplicarse quizá con toda razón a Jerusalén en su tremenda calamidad; pero somos muy propensos a aplicárnoslo a nosotros mismos al menor agobio que padecemos. Si las aflicciones del mundo entero pudiesen echarse en un solo saco y se repartiesen después entre todos a partes iguales, la mayoría de lo hombres diría: «Por favor, devuélvame la aflicción que tenía antes».

2. Mira luego, por encima de los instrumentos, al autor de su aflicción (v. Lam 1:12): «Porque Jehová me ha afligido en el día de su ardiente furor y me ha afligido porque está muy enfadado conmigo». La fiebre se la come hasta los huesos (v. Lam 1:13): «Desde lo alto envió (Dios) fuego y lo hizo penetrar en mis huesos». Dice Goldman: «El Midrash toma esto a la letra para significar que Dios mismo le pegó fuego al Templo a fin de que los gentiles no pudiesen jactarse de haberlo destruido ellos». También se ve como metida (v. Lam 1:13) en una red, en la que se le enredan más y más los pies cuanto más procura ella desenredarse. Dios la ha hecho volver hacia atrás, a fin de que no pueda huir hacia adelante, hacia donde ella desea ir, y así la dejó desolada y con dolor todo el día (v. Lam 1:13).

3. Especialmente interesante es la figura bajo la que se ve Sion en el versículo Lam 1:14: «El yugo de mis rebeliones (o transgresiones) está impuesto por Su mano; entretejidos han subido sobre mi cuello» (lit.). Dice Goldman: «Figura complicada, cuyo significado es que Dios, como si hubiese entretejido las transgresiones de Jerusalén con un yugo, se lo hubiera puesto en el cuello para hundirla con él». El yugo de los preceptos de Cristo es fácil y ligero (Mat 11:30), pero el de nuestros pecados es pesado. Cuando la conciencia, como voz de Dios, nos ata para llevarnos a Su juicio, entonces el yugo va atado y entretejido por la mano de Su justicia, y solamente la mano de Su misericordia perdonadora lo desatará.

4. También es Dios quien (v. Lam 1:15), después de quitar de en medio a los más valientes del pueblo, ha convocado solemne asamblea para aplastar a los jóvenes de Sion, y a ella misma, la inviolable virgen (Lam 4:12) de Judá, la ha estrujado como en un lagar. Dice Goldman: «El derramamiento de sangre es comparado con el estrujamiento de las uvas en un lagar para sacarles el jugo». Esa sangre la derraman los enemigos de ella y de Dios, pero ellos son instrumentos en la mano de Dios (v. Lam 1:14): «Me ha entregado el Señor (hebr. Adonay) a merced de aquellos ante quienes no podré resistir». El que (Sal 44:4) decretaba las victorias de Jacob, ahora ordena una invasión contra Jacob (v. Lam 1:17), porque Jacob ha desobedecido los preceptos de Su Ley. 5. Sion justifica su pesadumbre (v. Lam 1:16): «Por esta causa lloro; mis ojos, mis ojos se deshacen en lágrimas (lit. aguas; comp. con v. Lam 1:2)». Extiende sus manos (v. Lam 1:17), pero no tiene quien la consuele. Extiende las manos no como gesto de deseo, sino más bien de desesperación, pues su Dios se ha retirado de ella. No es extraño que el alma de los santos desmaye, cuando Dios, que es el único Consolador que puede aliviarles, se mantiene a distancia. Sus hijos le han sido arrebatados y no pueden venir en ayuda de ella. ¿Cómo podrán ayudar a su madre cuando no pueden ayudarse a sí mismos? (v. Lam 1:18): «Mis doncellas y mis jóvenes fueron llevados al cautiverio». Sus amigos tampoco pueden ayudar a Sion; unos, porque no quieren; otros, porque no pueden. Sus amantes (v. Lam 1:19, comp. con v. Lam 1:2) la han engañado; esperaba de ellos ayuda, pero no acudieron. Los que habrían estado encargados de mirar por ella, los sacerdotes y los ancianos (v. Lam 1:19) perecieron de hambre. Los que no mueren a espada (v. Lam 1:20), mueren de hambre y de pestilencia dentro de la ciudad. Y, para mayor congoja, los enemigos (v. Lam 1:21), especialmente los más cercanos (edomitas y amonitas), se alegran de lo que Dios le ha hecho. Les gusta ver que Dios e Israel están mutuamente enemistados.

6. Pero no por eso deja de justificar a Dios, pues reconoce que sus pecados han merecido estos castigos. El yugo que tanto le pesa en el cuello y tanto aprieta es el yugo de sus transgresiones (v. Lam 1:14). Los palos que sufrimos nos vienen de nuestra propia vara. Reconoce la equidad de Dios, al reconocer su propia iniquidad: «Jehová es justo, porque contra su palabra me rebelé» (v. Lam 1:18); y, de nuevo (v. Lam 1:20), «mi corazón se retuerce dentro de mí, porque me rebelé en gran manera». Nunca debemos minimizar la culpa de nuestros pecados, ni tratar de excusarlos, sino que hemos de considerarlos y llamarlos como lo hace la Palabra de Dios: transgresión, iniquidad, rebelión, etc. No puede haber sincero arrepentimiento del pecado si falta la debida consideración de la enorme gravedad que encierra cada pecado.

7. En el presente caso apela juntamente a la misericordia y a la justicia de Dios. Apela a la justicia de Dios con respecto a las injurias que los enemigos le han infligido (vv. Lam 1:21, Lam 1:22), y pide que llegue pronto el día en que sufran ellos lo que ella está ahora padeciendo. Esta súplica equivale a una protesta contra todo pensamiento de coligarse con sus enemigos. Nuestras oraciones deben estar acordes con la palabra y la voluntad de Dios; y aunque estamos obligados por el amor que debemos a nuestros enemigos a orar por ellos y perdonarles, podemos también pedir para que se cumpla lo que Dios ha predicho contra los enemigos Suyos y de Su Iglesia. Asensio ha captado muy bien todo el sentido de esta plegaria de Sion para que llegue el día en que, lo que ahora sufre ella, lo sufran sus enemigos. «Esta igualdad de trato, dice Asensio, pondrá a salvo la justicia de Jehová como justicia universal. La Jerusalén culpable se rinde ante ella; la Jerusalén religiosa la pide igual para todos; la Jerusalén arrepentida hace una llamada a la misericordia de su Dios».

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