Lucas 12:22 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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«Por tanto, porque hay tantos a quienes la avaricia arruina, os digo a vosotros, mis discípulos, guardaos de ella.» Como dice Pablo: «Mas tú oh hombre de Dios, huye de estas cosas» (1Ti 6:11 con referencia a los vv. Luc 12:9-10 del mismo cap.), lo mismo que tú, oh hombre del mundo. En la presente porción, Jesús exhorta a los suyos a no afanarse por las cosas de la tierra y a disponerse para las cosas del Cielo.

I. Les encarga que no se inquieten ni se afanen por las cosas más necesarias para el sustento y el vestido: «No os afanéis por vuestra vida» (v. Luc 12:22). En la parábola anterior les había amonestado contra la forma de avaricia más corriente entre los ricos. Ahora les previene contra otra forma de avaricia más corriente entre los que poseen pocas cosas en este mundo: la angustiosa solicitud por las cosas necesarias para la vida temporal: «No os afanéis por vuestra vida, qué comeréis, ni por el cuerpo, qué vestiréis». Es el mismo tema que vimos en Mat 6:25., y los argumentos que usa allí se asemejan mucho a los de la presente porción:

1. Si Dios nos ha concedido lo principal, podemos depender de Él en cuanto a lo secundario. Si nos ha dado la vida y el cuerpo bien podemos dejar en sus manos el que nos provea de alimento para sustentar la vida, y de vestido para defender el cuerpo.

2. Si Dios provee de lo necesario a las criaturas inferiores bien podemos esperar nosotros, seres hechos a su imagen y semejanza, que nos provea de todo lo necesario. Bien podemos depender, en cuanto al alimento, del «Dios que alimenta a los cuervos que ni siembran, ni siegan, ni tienen despensa ni granero» (v. Luc 12:24). Y añade: «¡Cuánto más valéis vosotros que las aves!» Igualmente podemos depender de Dios en cuanto al vestido, pues Él viste espléndidamente a los lirios del campo, que no trabajan ni hilan y llegan a cubrirse de colores más vistosos que los de los regios mantos de Salomón en el pináculo de su gloria. Si así viste a efímeras plantas del campo, ¿cuánto más a nosotros, hombres de poca fe? (vv. Luc 12:27-28). Por donde vemos que la ansiedad de nuestras preocupaciones se debe a la poquedad de nuestra fe, puesto que una confianza práctica y filial en la todosuficiencia de nuestro Dios sería bastante para derribar todos esos baluartes de perplejidad perturbadora, levantados por una imaginación no dominada por la fe.

3. Esas ansiedades innecesarias, además de mostrar falta de fe en nuestro Padre Celestial, demuestran falta de sensatez, puesto que con ellas no conseguimos otra cosa que turbar la paz de nuestra alma: «¿Y quién de vosotros podrá con afanarse añadir a su estatura un codo? Pues si no podéis ni lo más pequeño, ¿por qué os afanáis por lo demás?» (vv. Luc 12:25-26). Si somos incapaces de crecer más de dos palmos por medio de autosugestión, ¿cómo vamos a incrementar nuestra fortuna mediante la mera preocupación? De modo que, así como hemos de conformarnos con nuestra estatura y sacar el mejor partido de ella (¡cuántos se libraron de la guerra civil en España por ser «cortos de talla»! Nota del traductor), también hemos de estar satisfechos con nuestras posesiones y sacar el mejor partido de ellas al confiar en Dios para el mañana y trabajar honradamente en el día de hoy, porque con la ansiedad y preocupación sólo conseguiremos perder el sueño y la salud.

4. Esas ansiedades acerca de las cosas materiales, aun cuando se trate de las cosas más necesarias para la vida son indignas de los hijos de Dios (vv. Luc 12:29-30): «Vosotros, pues, no andéis buscando lo que habéis de comer, ni lo que habéis de beber, ni estéis en ansiosa inquietud». Los discípulos de Cristo no han de andar ansiosos por el pan de cada día, sino pedirlo con fe a su Padre que está en los cielos, no dudando nada (comp. con Stg 1:6), por cuanto:

(A) Estas ansiedades son propias de la gente mundana: «Porque todas estas cosas las buscan con afán las gentes del mundo» (v. Luc 12:30). Los que no tienen otra preocupación que por las cosas de este mundo, es de esperar que se afanen por la comida y la bebida como se afanan por la diversión (v. Luc 12:19), pero los que han de poner la mira, ante todo, en las cosas de arriba (Col 3:1), no deben afanarse por las cosas de abajo. Y si el afán por las cosas materiales llega a dominarnos alguna vez, hemos de preguntarnos: ¿Soy cristiano o soy mundano? Y, si realmente soy cristiano, ¿cómo puedo rebajarme al nivel de los que se afanan por las cosas materiales únicamente?

(B) No es necesario que se inquieten con preocupaciones sobre las cosas necesarias para la vida: «Vuestro Padre sabe que tenéis necesidad de estas cosas» (v. Luc 12:30). Al agradecer el donativo que, por mano de Epafrodito, había recibido de los filipenses, les dice Pablo: «Y mi Dios proveerá a todas vuestras necesidades conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús» (Flp 4:19). Él es nuestro Padre y, por consiguiente, no permitirá que carezcamos de ninguna cosa buena.

(C) Hay cosas más importantes en las que pensar y por las que preocuparse: «Buscad más bien el reino de Dios, y todas estas cosas os serán añadidas» (v. Luc 12:31). Todos cuantos tienen almas que salvar han de buscar primero el reino de Dios, que es lo único necesario y sin lo cual de nada les va a servir todo el oro del mundo. Si nos ocupamos con toda diligencia en las cosas del espíritu podemos estar seguros de que Dios se encargará de que no nos falten las cosas necesarias para el cuerpo.

(D) Hay igualmente mejores cosas en las que poner nuestra esperanza: «No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino» (v. Luc 12:32). Sólo Lucas registra esta consoladora frase de Jesús. Cuando nuestra imaginación nos asuste con aprensión de males que nos puedan sobrevenir, rechacemos vigorosamente esa tentación de desconfianza, al saber que somos pueblo suyo, rebaño de su mano, ovejas de su pastoreo (Sal 74:1; Sal 95:7; Sal 100:3). Aquí vemos que los discípulos de Cristo eran una manada pequeña, como un pequeño rebaño de ovejas en medio de tantos lobos, pero no tenían por qué temer, por cuanto estaban bajo el cuidado del Buen Pastor, que da la vida por sus ovejas (Jua 10:11). Deducir de este versículo que son pocos los que se han de salvar, no tiene fundamento en la Escritura y bastaría Apo 7:9-10 para refutarlo. Pero por muy pequeñas que se sientan las manadas de creyentes en medio de un mundo lleno de impiedad y corrupción, el Señor les declara que al Padre le ha placido otorgarles de pura gracia las bendiciones espirituales del reino de Dios, que son suficientes para cubrir todas las necesidades y silenciar todos los temores. En efecto, «nada puede separarnos del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro» (Rom 8:39).

II. Les encarga que hagan bueno el fruto de sus afanes y labores, allegando tesoros en el cielo (vv. Luc 12:33-34):

1. «Vended lo que poseéis, y dad limosna» (v. Luc 12:33). Como muy bien parafrasea Bliss: «En lugar de vivir pensando en lo que habréis de conseguir, despojaos a vosotros mismos de lo que tenéis, de esas cosas que distraen vuestra mente. Dándolas como limosnas, no sólo dejan de ser un estorbo, sino que se convierten en una fuente positiva de favor divino y de fruición eterna». ¡Cuántos pobres podrían tener suficiente con lo superfluo de tantos ricos! La Iglesia primitiva entendió bien este precepto (v. Hch 4:32-35) y el apóstol Juan hizo de ello el «test» del verdadero cristianismo (v. 1Jn 3:16-18), pero ¡cuán presto se olvidó! (v. por ej. 1Co 11:22; Stg 2:1-13). En la actualidad, una tercera parte de la población del mundo se muere de hambre, mientras unos pocos millares de supermillonarios derrochan en vicios y multitud de cosas enteramente superfluas. Sin embargo, el Verbo de Dios, que no puede engañarse en materia de finanzas, como en ninguna otra materia, nos asegura que únicamente el Banco de los Cielos está asegurado (v. Luc 12:33), y sólo él rinde el más alto interés (v. Luc 16:9).

2. «Haceos bolsas que no se envejezcan, tesoro en los cielos que no se agote, adonde el ladrón no se acerca, ni la polilla corroe» (v. Luc 12:33). La gracia irá con nosotros al otro mundo, pues está tejida en nuestra alma, y las buenas obras seguirán con nosotros (Apo 14:13). Éstos serán los tesoros que nos enriquecerán por toda la eternidad, porque: (A) es un tesoro que no se agota (v. 1Pe 1:3-4), porque es la herencia viva de un Padre eterno (v. Rom 8:17-18); (B) es un tesoro que no puede ser robado, pues en la Nueva Jerusalén todo estará seguro y no habrá necesidad de cerrar las puertas, porque allí entrarán solamente los que están inscritos en el libro de la vida del Cordero (v. Apo 21:24-27); (C) es un tesoro que no se echa a perder con el paso del tiempo, así como no se gasta ni se consume por el disfrute de su volumen, porque la polilla no lo corroe y no hay ácido que pueda atacarle.

3. Por consiguiente, si tan excelente es el tesoro celestial, es en el Cielo donde deben centrarse nuestros cuidados y adonde han de dirigirse nuestros afanes: «Porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón» (v. Luc 12:34). Todo aquello en que un ser humano se interesa principalmente, es como un imán que atrae su mente y su corazón. Lo vemos en los hombres de negocios, en los deportistas y en los amigos de toda clase de hobbies: día y noche tienen la mente y el corazón puestos en aquello que constituye su máximo interés. Por eso, es una muestra de suma prudencia y sabiduría poner nuestro corazón en algo que pueda satisfacer plenamente y durar eternamente. Pablo dio a los fieles de Filipos una hermosa lección de profunda psicología al escribir: «Todo lo que es verdadero, todo lo respetable, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buena reputación; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad» (Flp 4:8). En efecto, así como el cuerpo se nutre de lo que come, así el espíritu se nutre de lo que piensa. De todo hombre se puede decir lo que la Escritura dice del avaro: «Porque cual es su pensamiento en su corazón, tal es él» (Pro 23:7). Con esta frase, Salomón se adelantó más de nueve siglos a una frase similar del filósofo Séneca, y unos veintiocho siglos al psicólogo A. Adler.

III. Les encarga que se preparen a estar listos para la Segunda Venida del Señor (vv. Luc 12:35-40). Vemos:

1. Que Cristo es nuestro amo, y nosotros somos sus criados no sólo laborantes, sino también expectantes; ceñidos e iluminados en todo momento, porque el dueño puede venir en cualquier momento.

2. Que nuestro Señor, aunque se marchó de nosotros, ha de volver (v. Hch 1:11). Los siervos de Jesucristo se hallan ahora en estado de expectación: «Aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo» (Tit 2:13). Vendrá a pedir cuentas a sus siervos: «Porque todos nosotros debemos comparecer ante el tribunal de Cristo, para que cada uno recoja según lo que haya hecho mediante el cuerpo, sea bueno o sea ruin» (2Co 5:10, trad. lit.).

3. Que el tiempo en que nuestro amo ha de regresar no lo sabemos, puede venir antes o después de la medianoche (a la segunda o a la tercera vigilia, v. Luc 12:38), pero siempre a una hora en que la mayoría suele estar durmiendo, excepto los pastores en el campo o los sacerdotes en el templo. No todos son «pastores» en la Iglesia, pero sí son todos «sacerdotes» (v. 1Pe 2:9). «Vosotros, pues, también, estad preparados, porque a la hora que no Penséis, el Hijo del Hombre vendrá» (v. Luc 12:40). Esto nos da a entender la falsa seguridad de la mayoría de los seres humanos, a quienes la Venida del Señor ha de tomar por sorpresa, por cuanto no piensan, de modo que, cuando Él venga, será cuando menos lo piensen.

4. Lo que el Señor espera de sus siervos es que, «al llegar Él y llamar, le abran en seguida» (v. Luc 12:36), porque estarán vestidos y velando, con las lámparas encendidas (v. Luc 12:35). Sobre el ceñir los lomos, explica Lenski: «La vestidura oriental consistía en un manto largo, suelto y flotante. Cuando se requería una rápida acción, tal manto se quitaba totalmente, como lo hicieron los testigos cuando arrojaron sus vestidos a los pies de Saulo, mientras apedreaban a Esteban; o se sujetaban con un cinto alrededor de la cintura, como cuando los israelitas comieron apresuradamente la primera Pascua, listos para partir rápidamente de Egipto. Así, cuando iban de camino, los hombres ceñían sus lomos; y los que servían a la mesa, donde se requerían movimientos rápidos, también hacían lo mismo».

5. Serán «dichosos aquellos siervos a los cuales su señor, cuando venga, halle velando» (v. Luc 12:37). Entonces tendrán por muy bien empleado el tiempo que pasaron velando y aguardando listos para abrir la puerta a la primera llamada del Señor. La dicha de estos siervos se describe a continuación: «De cierto os digo que se ceñirá [¡el Señor!], y hará que se sienten a la mesa, y, pasando cerca de cada uno, les servirá». Que en un banquete de bodas, el novio se incline para servirle a la novia, nada tiene de extraño (no se olvide que la Iglesia es la Esposa de Cristo, 2Co 11:2, Apo 19:7. Nota del traductor), pero que el amo se incline a servir a sus criados, no es normal (v. Luc 17:7-8). Sin embargo, el Señor Jesucristo condescendió a ceñirse y lavar los pies de sus discípulos (Jua 13:4-5). En ese inciso maravilloso de «pasando cerca de cada uno» (según indicación del original), vemos que el Señor no nos ve «en masa», sino a cada uno con singular atención. Cada uno de nosotros, creyentes, puede decir como Pablo: «me amó y se entregó a sí mismo POR MÍ» (Gál 2:20). ¡Por mí, y por cada pecador arrependido, como si sólo yo existiese en su presencia! No es extraño que, al citar a Bessen, diga Lenski al referirse a la segunda parte de este versículo Luc 12:37: «Tal como ningún israelita se atrevía a mirar descubierto al Arca de la Alianza, así ninguno debería contemplar este pasaje sin primero haberse envuelto totalmente en el manto de la humildad».

6. Por consiguiente, a fin de que estemos siempre preparados, se nos deja en la incertidumbre en cuanto al tiempo preciso en que el Señor vendrá: «Pero sabed esto, que si supiese el padre de familia a qué hora iba a venir el ladrón, velaría, y no permitiría que horadaran su casa» (v. Luc 12:39). Por descuidado que fuese, velaría. Igualmente, nosotros, no sabiendo a qué hora será el toque de alarma, debemos estar siempre de guardia. ¡Cuán miserable será el caso de aquellos a quienes la Venida del Señor sorprenda sin estar preparados! ¿Qué será de los incrédulos, qué de los endurecidos en el pecado? Si los hombres tienen tanto cuidado de que sus casas no sean horadadas y despojadas, ¿cómo estaremos descuidados de lo que tiene que ver con nuestras almas por toda la eternidad? «Vosotros, pues, también, estad preparados» (v. Luc 12:40); tan preparados, por lo menos, como estaría el padre de familia si supiera a qué hora iba a venir el ladrón.

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