Lucas 18:35 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Cristo vino, no sólo a traer luz a un mundo en tinieblas, y poner así ante nuestros ojos los objetos a los que hemos de dirigir nuestra mirada, sino también a dar vista a las almas ciegas, a fin de que estén capacitadas para contemplar dichos objetos en la perspectiva debida. Aquí tenemos el relato de la curación de un ciego cerca de Jericó. Marcos nos ha guardado su nombre (Mar 10:46). Mateo habla de dos (Mat 20:30). Ambos dicen que eso ocurrió saliendo de Jericó mientras que Lucas dice que «aconteció al acercarse Jesús a Jericó» (v. Luc 18:35). La aparente discordancia ha sido explicada ya en nuestro comentario a dichos lugares paralelos.

I. Este pobre ciego «estaba sentado junto al camino, mendigando». Se ve, pues, que no sólo era ciego, sino también pobre, un buen ejemplo de la humanidad a la que Cristo vino a curar y salvar. Estaba mendigando porque, al estar ciego, no podía ganarse la vida con su trabajo. Los semejantes nuestros que yacen junto al camino no deben ser objeto de menosprecio o negligencia de nuestra parte, sino que hemos de imitar a Cristo, quien se interesó por un pobre mendigo ciego.

II. «Al oír pasar a una multitud, preguntó qué era aquello» (v. Luc 18:36). Es un detalle que nos ha conservado Lucas y nos enseña a ser buenos observadores de las oportunidades que nos salen al encuentro, pues, tarde o temprano, hallaremos el beneficio apetecido. Quienes carecen de vista deben afinar el oído; ya que no pueden usar sus propios ojos, han de inquirir y preguntar a otros, y hacer así uso de los ojos ajenos. Así lo hizo este ciego, y de este modo se enteró de «que pasaba Jesús nazareno» (v. Luc 18:37).

III. Su petición estaba llena de fe y fervor: «Entonces dio voces, diciendo: ¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!» (v. Luc 18:38). Vemos que tiene fe en que el Mesías puede socorrerle y apela con fervor a la compasión de Jesús, porque la compasión de Jesús es la fuente de todos los demás beneficios que podamos recibir de su mano.

IV. Quienes, con fe y fervor, acuden a Cristo en demanda de favor y socorro, no serán impedidos de recibir lo que desean, por muchos y grandes que sean los obstáculos que se les crucen en el camino. Aquí vemos que «los que iban delante le increpaban para que callase», pues, al hablar según sus propios sentimientos, pensaban que también Jesús se sentía molesto por las voces de este pobre ciego. Pero la reprensión que le daban, sólo le sirvió al ciego para redoblar su petición y sus voces: «Pero él clamaba mucho más: ¡Hijo de David, ten compasión de mí!»

V. Cristo anima entonces al ciego «deteniéndose y mandando traerle a su presencia» (v. Luc 18:40). Con esto, muestra Jesús más ternura y compasión por los necesitados que ninguno de los que le acompañaban. Así que los mismos que reprendían al ciego para que callase, tienen que echarle ahora una mano para que se acerque a Jesús.

VI. Aun cuando Cristo conoce todas nuestras necesidades, quiere que se las expongamos personalmente; por eso, le dijo al ciego: «¿Qué quieres que te haga?» (v. Luc 18:41). Entonces, el pobre ciego abrió su corazón delante de Jesús y le dijo: «Señor, que recobre la vista» (v. Luc 18:41).

VII. La oración de fe nunca es pronunciada en vano (v. Luc 18:42): «Jesús le dijo: Recóbrala, tu fe te ha salvado». De esta frase, como de otras parecidas (v. por ejemplo, Luc 8:48 y Luc 8:50), no puede deducirse la salvación eterna, sino la sanación del cuerpo, aunque es cierto que, en muchos casos, dentro y fuera del texto sagrado, la curación del cuerpo prepara para la del alma. De ahí que el griego original emplee el mismo verbo (sozo) para la una y para la otra; lo cierto es que el Hijo del Hombre vino a salvar cuerpos y almas: «todo lo que estaba perdido» (Luc 19:10). Con todo, es necesario distinguir entre la fe en el poder de Cristo para curar como es el caso de este ciego, y la fe en la gracia de Cristo para salvar eternamente (v. Efe 2:8).

VIII. El ciego, ya curado, correspondió con agradecimiento a la merced que había recibido del Señor, pues «le seguía, glorificando a Dios» (v. Luc 18:43). La mejor manera de agradar a Cristo cuando hemos sido curados por Él, es glorificar a Dios por ello; así como el mejor modo de agradar a Dios es alabar a Cristo y tributarle el honor que se merece. También el pueblo reaccionó correctamente ante el beneficio otorgado a un semejante: «Y todo el pueblo, cuando vio aquello, dio alabanza a Dios».

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