Lucas 19:11 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Ahora, el Señor Jesús se halla de viaje hacia Jerusalén para asistir a la última Pascua que iba a celebrar, y en la que había de ser sacrificado como la gran Víctima Pascual (1Co 5:7). Vemos:

I. Cómo se elevó la expectación de sus amigos en esta ocasión (v. Luc 19:11): «Pensaban que el reino de Dios iba a manifestarse inmediatamente». También los fariseos lo esperaban para este tiempo (v. Luc 17:20). Los discípulos pensaban que el Maestro lo iba a introducir inmediatamente con pompa y poder temporales. Jerusalén por supuesto, había de ser la sede de su reino; por consiguiente, ahora que va directamente allá, no cabe duda de que pronto le van a ver sentado allí en su trono. También los buenos están expuestos a equivocarse en cuanto al reino de Cristo (incluso los que se expresan así. Nota del traductor).

II. Cómo quedaron fallidas estas expectaciones de los discípulos, y rectificados sus errores. Esto lo hace Jesús en cuanto a tres cosas:

1. Ellos esperaban que el Maestro apareciera en su gloria de inmediato, pero Él les dice que habrá que esperar bastante tiempo hasta que sea instalado en su reino. Es como «un hombre noble que se fue a un país lejano, para recibir un reino» (v. Luc 19:12). Debe recibir primero el reino, «y volver». Cristo volverá en aquel gran día, que aguardamos en esperanza de bienaventuranza y manifestación gloriosa (Tit 2:3). ¡Mantengamos viva y activa esta expectación!

2. Esperaban que, al ser los apóstoles de Cristo y sus servidores más cercanos serían promovidos a los puestos del más alto rango, pero Él les declara que, en lugar de pensar en honores, se pongan a trabajar, y negociar con el tesoro que pone en sus manos. Ellos soñaban con sentarse a la derecha y a la izquierda del Rey (Mat 20:21; Mar 10:37), pero Cristo les hace despertar a la dura realidad de los próximos trabajos, en lugar de animarles en los sueños de glorias todavía lejanas. Les viene a decir:

(A) Que tienen un gran trabajo que llevar a cabo al presente. El Señor les entrega, como a los siervos de la parábola (v. Luc 19:13), un tesoro con el que han de negociar hasta que Él venga. En la parábola, los siervos son diez, lo mismo que las minas que se entregan a cada uno (cada mina equivalía a 560 dólares oro) por ser «diez» el número base para formar un grupo; de ahí que, en las sinagogas judías, no se comience el servicio propiamente dicho hasta que asistan, por lo menos, diez miembros varones (así se entiende mejor Gén 18:32; Rut 4:2). Esta parábola se distingue de la de los talentos (Mat 25:14.) en que allí el talento significa la capacidad de cada siervo (v. Luc 19:15) y la retribución es, por consiguiente, proporcional a la capacidad; mientras que aquí la mina es la misma para todos, pues representa el tesoro de los medios de gracia (en especial, la Palabra de Dios) con que los siervos han de negociar. De ahí que, con un tesoro igual, los resultados son diferentes, mientras que en Mat 25:14., a dones diferentes corresponden premios comparativamente iguales. Por eso, esta parábola nos exhorta a echar mano, con la mayor diligencia posible, de los medios que Dios nos proporciona, los cuales no están limitados a los pastores de almas ni a los predicadores de la Palabra de Dios, sino a todo creyente que debe «estar siempre preparado para presentar defensa con mansedumbre y respeto ante todo el que le demande razón de la esperanza» (1Pe 3:15). En el verdadero cristianismo no hay «profesionales» de la religión, sino que todo creyente ha de ser «hombre de Dios», y todo hombre de Dios ha de estar «bien pertrechado [de las Escrituras] para toda buena obra» (2Ti 3:16-17).

(B) Que tienen una gran cuenta que rendir en breve, pues se les llamará, para saber lo que ha negociado cada uno (v. Luc 19:15). Los que hayan trabajado fielmente, saldrán ganadores. Muchos negociantes salen perdedores con su negocio, por mucha diligencia que pongan en él; pero en este negocio, nadie que trabaje fielmente saldrá perdedor, aun cuando muchas veces no vea el fruto de su trabajo. Cada alma que se convierte mediante un buen testimonio del Evangelio es una clara ganancia para Jesucristo y también para el siervo de Dios, por cuyo medio ha sido presentado el mensaje (v. por ej. 2Ti 4:7-8). Vemos en la parábola:

(a) La buena cuenta que rindieron algunos de estos diez siervos y la aprobación que recibieron del amo (vv. Luc 19:16, Luc 19:19). Los dos que aquí se mencionan habían obtenido ganancias, aunque no iguales, ya que la mina del uno había producido diez, mientras que la del otro había producido cinco. Ambos habían sido fieles, aunque no habían tenido éxito igual. Por el contexto, no podemos aventurarnos a pensar que el uno había puesto más diligencia que el otro, sino que había encontrado menos dificultad en el desempeño del negocio. Ambos también reconocen que el tesoro no era de ellos, sino del amo, pues dicen: «tu mina» (vv. Luc 19:16, Luc 19:18). A ambos dice el amo: Está bien (lit. muy bien, o ¡bravo!), buen siervo (v. Luc 19:17; implícito en el «también» del v. Luc 19:19). Ha de importarnos, ante todo, lo que diga el Señor de nuestro trabajo, no lo que piensen o digan los demás (v. 1Co 4:3-5). En cuanto a la recompensa, dice Lenski: «¿Qué son esas diez ciudades , y qué significa estar sobre ellas? Todo lo que somos capaces de decir es que aquí se muestra el más alto grado de gloria para los fieles en el cielo. Más allá de esto, hemos de esperar hasta que llegue el gran día. Así Jesús podía hablar de estas realidades sólo por medio de figuras, porque ningún lenguaje humano es capaz de expresar las realidades». Lo único claro aquí es que, así como los castigos no serán iguales para todos (v. Luc 12:47-48), así tampoco las recompensas serán iguales (comp. con 1Co 3:12-15).

(b) La mala cuenta que rindió uno de los siervos y la sentencia que el amo pronunció contra él (v. Luc 19:20). También éste reconoció que la mina no era suya («tu mina», v. Luc 19:20), pero pensaba que, al no haber malgastado el dinero, ya había cumplido con el encargo del amo. Este siervo representa a los que se tienen por «creyentes», pero nunca aprovechan la oportunidad de dar un buen testimonio, como si tuvieran el mensaje envuelto en un pañuelo. ¡Y todavía se atreve a excusarse con la expresión injuriosa de que el amo es «exigente» (en el griego, «austero») y que quiere «segar donde no sembró», como si la Palabra de Dios no fuera una «semilla» destinada a producir cosecha! (v. Mar 4:14, Mar 4:26-28). El jesuita portugués Vieyra hubo de confesar, en una célebre homilía que la única causa por la que la gente no se vuelve a Dios es «porque en los púlpitos no se siembra la Palabra de Dios». ¿Qué predicamos, a Cristo Crucificado (1Co 1:23; 1Co 2:2) o a nosotros mismos (2Co 4:5)? Pero la mala excusa se volvió contra el mal siervo, pues el amo le dijo: «Por tu propia boca te juzgo» (v. Luc 19:22). Si pensaba que el amo era exigente, tanto mayor razón para que él fuese diligente. Además, con haber puesto el dinero en el Banco, se conformaba el amo (v. Luc 19:23); eso, pocos sudores había de costarle al siervo. Aquí vemos que las razones del holgazán son siempre sinrazones (v. Pro 20:4; Pro 26:13-16). Así que le es quitada la mina, y entregada al que mejor había negociado (v. Luc 19:24), puesto que todo amo prudente promueve al que mejor le sirve en el negocio, y despide al que no le es útil, esto es lo que significa la respuesta del amo en el versículo Luc 19:26. (Véase también Mat 13:12, con el comentario a dicho lugar.) ¡Triste condición la de un creyente (y, especialmente, la de un ministro de Dios) que, al tener tales tesoros en su mano (v. 2Co 4:7), no los aprovecha para la gloria de Dios y la salvación de almas inmortales!

3. Esperaban, en fin los apóstoles que simultáneamente con la pronta aparición del reino de Dios, el grueso de la nación judía entraría sin dificultad en él, pero Cristo les dice que, cuando Él se marche, la generación de aquel tiempo persistiría en su rebeldía y obstinación. Lo cual se muestra en esta parábola:

(A) En el mensaje que los ciudadanos enviaron al señor, luego que Él se marchó: «No queremos que éste reine sobre nosotros» (v. Luc 19:14). Podemos ver este grito en la boca de los principales sacerdotes el día de la crucifixión del Señor (Jua 19:15) pero la profecía de Jesús se cumplió especialmente después de su ascensión a los cielos, pues desde entonces hasta la fecha, la mayoría inmensa de los judíos se han negado a creer que Jesucristo es el Mesías; menos aún, que es el Hijo de Dios. Podría incluso preguntarse si muchos de los que creen en Cristo como Salvador, están dispuestos a someterse al yugo que Él impone como Rey. No se puede olvidar que el mismo que es Jesús y Cristo, es también Señor (v. por ej. Hch 2:36; Col 2:6).

(B) En la sentencia que el señor pronuncia a su vuelta (v. Luc 19:27): «Pero a aquellos mis enemigos que no querían que yo reinase sobre ellos, traedlos acá, y degolladlos delante de mí». Cuando los fieles siervos del Señor hayan sido recompensados, será el tiempo de que el Señor tome venganza de sus enemigos. La porción de todos los que persistan en su enemistad con Cristo será una ruina total (v. Mat 10:28). En esta «política» no caben neutrales: los que no se sometan al suave yugo del Rey eterno, serán contados por enemigos declarados del Soberano Divino. Todo el que rehúse ser gobernado por la gracia de Cristo, será arruinado sin escape ni remedio por la ira del Cordero (Apo 6:16-17).

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