Lucas 9:37 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Este pasaje sigue inmediatamente, en Mateo y Marcos, al relato de la transfiguración y de la conversación con los discípulos después de ella; pero aquí se nos dice que sucedió «al día siguiente, cuando descendieron del monte» (v. Luc 9:37). No fue sino al día siguiente cuando descendieron del monte y hallaron que las cosas no marchaban bien entre los restantes discípulos.

1. Vemos primero cuán deseosa estaba la gente de recibir a Cristo a Su regreso del monte: «Una gran multitud les salió al encuentro».

2. Vemos después cuán apremiante era la súplica del padre del joven endemoniado para que Cristo le socorriese: «Maestro, te ruego que veas a mi hijo» (v. Luc 9:38). Este es simplemente su ruego; una mirada compasiva de Cristo puede poner las cosas en orden. Vayamos a Cristo y llevemos nuestros hijos a Él, para que les vea. Y añade: «pues es el único que tengo». Quienes tienen varios hijos pueden hallar en uno o más de uno compensación consoladora de la aflicción que otro de ellos pueda causarles.

3. Vemos cuán deplorable era la condición de este joven (v. Luc 9:39): Estaba bajo el dominio de un espíritu inmundo que le tomaba y le hacía prorrumpir en gritos que lacerarían el corazón del padre; este demonio no se contentaba con eso, sino que sacudía con violencia al muchacho y le quebrantaba torturándole sin apartarse de él ni dejarle momentos de descanso. Por aquí vemos el daño que hace Satanás a quienes caen bajo sus garras, pero ¡dichosos los que tienen acceso a Cristo!

4. Ante esta lamentable situación, la actuación de los discípulos no pudo ser más decepcionante. Aun cuando Cristo les había dado poder para expulsar demonios, no pudieron (v. Luc 9:40). Una de dos: o no tuvieron fe suficiente para echar mano del poder que Jesús les había otorgado, o no se ejercitaron en la oración lo bastante para que ese poder resultara efectivo en sus manos, como se deduce de lo que Cristo les echa después en cara.

5. Finalmente, vemos cuán efectiva fue la curación que el Señor Jesús llevó a cabo en el muchacho (v. Luc 9:42). Él puede hacer por nosotros lo que no pueden hacer Sus discípulos: «El demonio derribó al muchacho y le sacudió con violencia», ante la cercanía de Jesús; «pero Jesús increpó al espíritu inmundo, sanó al muchacho y se lo devolvió a su padre». Aunque el demonio se esforzó por hacer al joven todo el mal que podía, una sola palabra de Cristo bastó para ahuyentar al espíritu inmundo y para sanar al muchacho de todo el mal que el diablo le había causado. «Y se lo devolvió a su padre». Cuando nuestros hijos se recobran de sus enfermedades, debemos recibirlos como si el Señor nos los entregara de nuevo devueltos a la vida. «¡Tómalo y sé agradecido! ¡Tómalo y críalo para mí, pues lo has recibido de mi mano!» Con este pensamiento, los padres habrían de recibir a los hijos de las manos de Cristo: para ponerlos después confiadamente en las manos de Cristo.

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