Marcos 6:30 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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I. El regreso de los apóstoles que Cristo había enviado a predicar y expulsar demonios (v. Mar 6:7). «Se reunieron con Jesús, y le contaron todo cuanto habían hecho y enseñado» (v. Mar 6:30). Los ministros del Señor habrán de darle cuenta de lo que han hecho y enseñado. El orden de los verbos que es el mismo que Lucas aplica a Jesús en Hch 1:1: «… hice mención de todas las cosas que Jesús comenzó a HACER y ENSEÑAR». Es menester hacer y enseñar lo que podemos referir a Jesús sin quedar avengonzados. Y de poco servirá el enseñar cosas muy buenas si no las hacemos (v. Jua 13:17). Como dijo un creyente a cierto predicador: «Las obras de usted hablan tan alto que no me dejan escuchar sus palabras».

II. La ternura con que Cristo les recibió, después de la fatiga que su comisión les había proporcionado «Entonces les dice: Venid vosotros mismos a un lugar solitario y descansad un poco» (v. Mar 6:31). Al parecer, los discípulos de Juan vinieron a Cristo con las tristes nuevas de la muerte de su maestro (v. Mat 14:13) casi al mismo tiempo en que los propios discípulos de Jesús volvieron de su expedición. Cristo tiene en cuenta la pesadumbre de unos y la fatiga de otros y provee para ambas clases de discípulos el alivio adecuado: descanso para los fatigados y refugio para los apenados. ¡Con qué amabilidad y compasión les dice: «Venid … y descansad»! Los más activos siervos de Cristo no pueden estar siempre bregando, pues tienen un cuerpo que necesita relajarse y descansar. Y el Señor es para el cuerpo, considera de qué estamos hechos, y no sólo nos concede tiempo para descansar, sino que dispone nuestra mente para el descanso. Quienes trabajan con diligencia y fidelidad, han de retirarse gozosamente a descansar. Vemos que: 1. Cristo les llama para que «vengan aparte». Si han de descansar como es debido, han de retirarse a un lugar apropiado. 2. Les invita, no a lugar de diversión, sino «a un lugar solitario». No ha de extrañarnos que, quien hizo de una barca su cátedra de predicación, haga de un desierto el lugar de descanso. 3. Les pide que vengan a descansar «un poco», sólo para respirar libremente y volver de nuevo al surco. 4. La razón para ello: «Pues eran muchos los que iban y venían, y ellos no tenían tiempo conveniente ni aun para comer». Cada cosa a su tiempo, como dice el refrán, y así se puede llevar a cabo mucho sin fatigarse demasiado; pero si la gente no para de ir y venir, hasta los pequeños trabajos se hacen con grandes molestias. 5. Para evadirse más fácilmente de la multitud, «se marcharon en la barca» (v. Mar 6:32). Yendo por mar les resultaría menos fatigoso que yendo por tierra.

III. El empeño que las multitudes ponían por seguir a Jesús. No se les reprende aquí por eso, ni se les despide para que se vayan, sino que todos son bien acogidos. Una falta de buenos modales en quienes siguen a Cristo, fácilmente será excusable si se comete en medio de la abundancia de los buenos afectos. Le seguían «desde todas las ciudades» (v. Mar 6:33), y dejaban sus casas y sus quehaceres. Y le seguían «a pie», aunque Él se había marchado por mar. Y no sólo iban a pie, sino que «corrieron allá en tropel … y llegaron antes que ellos». Le siguieron, a pesar de que se iba a un lugar retirado, porque la presencia de Cristo es capaz de tornar en paraíso un desierto.

IV. La forma en que Cristo los acogió (v. Mar 6:34): «Salió Él, y vio una gran multitud; pero, en lugar de incomodarse por su presencia «se le enterneció el corazón de compasión hacia ellos» pues su situación espiritual era lamentable, ya que «eran como ovejas que no tienen pastor». Parecían bien inclinados, fácilmente gobernables, como las ovejas, pero sin pastor que les guiase y condujese por el camino recto. La oveja es precisamente el animal más propenso a desviarse sin guía, y el más torpe para hallar por sí misma el camino de vuelta si no hay quien la conduzca. Así que, no sólo «sanó de ellos a los que estaban enfermos» (v. Mat 14:14), sino que también «comenzó a enseñarles muchas cosas».

V. La provisión que hizo para todos ellos. Aunque estaban en un desierto, Jesús se convirtió en anfitrión de todos sus oyentes, y allí les puso mesa espléndida. Y lo llevó a cabo por medio de un gran milagro.

1. Los discípulos le insinuaron que debía despedirlos: «El lugar es solitario, y la hora es ya muy avanzada; déjalos marchar …» (vv. Mar 6:35-36). Esto es lo que los discípulos sugerían, pero no vemos que la multitud tuviera intención de marcharse. Los discípulos pensaban que se les hacía un favor con despedirlos. Sin embargo ellos tenían por mayor favor seguir escuchando las enseñanzas de Cristo. Cuando hay voluntad, el tiempo que se pasa en las cosas buenas nunca se hace largo.

2. Cristo ordenó que se les diese de comer (v. Mar 6:37). Para enseñarnos a ser cariñosos con quienes nos pueden resultar incómodos, ordenó que se les proveyese de alimento a base del pan que Él y Sus discípulos habrían llevado consigo al retirarse al desierto. Tan inclinado estaba el Señor a la hospitalidad que no le importaba tener que compartir el pan que habían llevado para comerlo allí tranquilamente. Después de nutrirles con el alimento espiritual de la palabra, no quería dejar que les faltase el alimento necesario para el cuerpo. El camino del deber, así como es el camino de la seguridad, también es el camino de la provisión. Cuando no se tienta, pero se confía en ella, la Providencia de Dios nunca desampara a ninguno de Sus fieles siervos, sino que brinda refrigerio en el momento oportuno, aun por medios extraordinarios.

3. Los discípulos objetaron que eso no era posible: «¿Iremos a comprar pan por doscientos denarios y les daremos de comer?» (v. Mar 6:37). En lugar de esperar a que Cristo les diese instrucciones, se enredan en sus propios fallidos proyectos. Cristo permite que reconozcan su propia necedad al hacer previsiones por su cuenta, a fin de que concedan mayor valor a la provisión que Él tiene dispuesta para la multitud.

4. Y, para satisfacción de todos, Cristo efectúa Su provisión. Después que le son presentados los cinco panes y los dos peces que tenían a mano, Cristo lleva a cabo el gran milagro. La provisión a mano, escasamente servía para que Él y los discípulos pudiesen probar un bocado, pero aun eso tienen que darlo. Vemos con frecuencia al Señor invitado a comer por otras personas, pero aquí es Él quien invita a comer, a Sus propias expensas, a una gran muchedumbre. Vemos:

(A) Que la provisión era ordinaria. No se trata de golosinas. Si tenemos lo que necesitamos, no importa que no tengamos para halagar el gusto o la vista. La promesa para los que temen al Señor es que tendrán para comer, no para banquetear.

(B) Que el orden en que los huéspedes fueron colocados era perfecto: «Él les dio instrucciones para que todos se acomodaran sobre la verde hierba. Y se acomodaron por grupos de ciento y de cincuenta» (vv. Mar 6:39-40), pues Dios no es Dios de confusión, sino de orden (v. 1Co 14:33, 1Co 14:40).

(C) La comida fue precedida de bendición divina: «levantó los ojos al cielo y bendijo» (v. Mar 6:41). Cristo no llamó a uno de sus discípulos para que implorara una bendición, sino que la dio Él mismo; y, en virtud de esta bendición, el pan se multiplicó de un modo asombroso, y lo mismo los peces, pues «comieron todos, y quedaron satisfechos», a pesar de que «los que comieron de los panes eran cinco mil hombres» esto es sin contar las mujeres ni los niños (v. Mat 14:21). Notemos que dice «satisfechos», no «hartos», pues la hartura es un obstáculo para la verdadera satisfacción. Vemos, pues, que Cristo vino al mundo, no sólo para ser el gran sanador, sino también el gran alimentador; y en Él hay bastante para alimentar a todo el que a Él se allegue, pues Él es «el pan vivo que descendió del cielo» (Jua 6:51). Sólo quien viene a Cristo lleno de sí mismo, se marcha de Cristo vacío.

(D) Cristo se cuida incluso de los fragmentos que sobraron pues «recogieron doce canastas llenas de trozos de pan y de pescado) (v. Mar 6:43). Con esto nos enseñaba a no malgastar, por mucho que tengamos a nuestra disposición. Dice admirablemente Lenski: «Doce cestas llenas, una para cada uno de los doce, ninguna para Jesús, lo que significa que quien fue creador de esta abundancia proporcionaba a los doce la oportunidad de compartir con Él algo de sus abundantes provisiones. De todo lo que El te da, tú tienes el privilegio de devolverle un poco. ¿Qué sentirían los doce, cuando al acercarse la noche, rodearon a Jesús con sus cestas repletas de alimento?»

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