Mateo 10:5 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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En esta porción tenemos las instrucciones que Cristo dio a sus discípulos cuando les encargó la antedicha comisión: Les dio instrucciones (v. Mat 10:5), en forma de preceptos y en realidad de bendiciones. Vemos primero:

I. Las gentes a las que les envió:

1. No a los gentiles ni a los samaritanos. No debían ir por camino de gentiles. En cuanto a los samaritanos, no podían evitar ir por el camino de ellos, ya que Samaria estaba entre Galilea y Judea, pero no debían entrar en las ciudades de ellos ¿A qué se debía esta restricción cuando el Señor había sido favorablemente acogido en Samaria? (Jua 4:39-42). Probablemente a que, al ser tan profunda la enemistad entre judíos y samaritanos los apóstoles no estarían aún en las debidas condiciones para romper esta barrera de sentimientos (v. Luc 9:52.) desfavorables. Esta restricción fue levantada más tarde, al darles el Señor la comisión de predicar por todo el mundo, incluido Samaria (Hch 1:8).

2. Sino id más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel (v. Mat 10:6). La primera oferta del Evangelio había de ser hecha a los judíos (Hch 3:26). El Señor tenía una preocupación especial y muy tierna por la casa de Israel, a pesar de que fue en Judea donde peor fue recibido (Mat 23:37); precisamente tenían menos excusa, pues no podían poner como pretexto que había enviado a sus discípulos a predicar en Samaria o en la gentilidad. Cristo miraba con inmensa compasión a estas ovejas perdidas, a las que Él, como buen pastor quería reunir sacándolas de las sendas del pecado y del error, donde se encontraban descarriadas y en trance de perecer si no las rescataba y las juntaba en su redil. Cristo describe así ante sus apóstoles la condición de las gentes a las que les enviaba para estimularles a ser diligentes en su labor. Al ser ellos mismos de la casa de Israel, habían de sentir mayor compasión por el estado de tales ovejas, y mayor deseo de prestarles ayuda.

II. Vemos después el mensaje que les encomienda para que lo proclamen. No les envía, no, sin ton ni son, sino que les dice: Al ir, predicad (v. Mat 10:7). Debían predicar el comienzo y la quintaesencia del Evangelio: El reino de los cielos se ha acercado. No es que no hubiesen de decir nada más pues en Mar 6:12 leemos: Y yéndose de allí, predicaron que se arrepintiesen, lo cual era la necesaria condición para recibir las bendiciones que comportaba el acercamiento del reino de los cielos. Este mensaje venía a ser como la luz del alba que anuncia la proximidad de la salida del sol. Así se proclamaba que la salvación estaba al alcance de la mano; Ciertamente cercana está su salvación a los que le temen … La misericordia y la verdad se encontraron (Sal 85:9, Sal 85:10). La misma presencia física del Rey presagiaba la irrupción en medio de ellos de las gracias espirituales que tal reino comportaba, aunque la plena realización del reino sobre la tierra estaba reservada a los últimos tiempos, que con la nueva era ya habían iniciado su aparición.

Ahora bien, este mensaje era el mismo con que Juan el Bautista y el mismo Jesús habían inaugurado su ministerio público (Mat 3:2; Mat 4:17). La gente necesita que, una y otra vez, se les prediquen las verdades fundamentales y, si se predican con renovado vigor y se escuchan con nuevos sentimientos, jamás pierden su frescura original. Habrá una consumación de este reino en la gloria, del cual también hemos de predicar que está al alcance de la mano, para avivar la diligencia de los oyentes con la consideración de una bienaventuranza tan gloriosa.

III. El poder que les dio de obrar milagros para confirmar la verdad de su mensaje (v. Mat 10:8). Al enviarles a predicar el mismo mensaje que Él mismo había proclamado, les confió los mismos sellos divinos que garantizan su autenticidad ya que no pueden estamparse sobre una mentira. No hay por qué reclamar ahora los mismos sellos para garantizar el mensaje, porque eso equivaldría a echar de nuevo los cimientos cuando el edificio ha alcanzado la altura suficiente. Aquí se instruye a los Apóstoles:

1. A que usen tal poder para hacer el bien: Sanad enfermos, limpiad leprosos, etc. (v. Mat 10:8). Son enviados a impartir grandes bendiciones para dar a entender al mundo que el amor y la bondad eran el espíritu y el genio del Evangelio que venían a predicar y del Reino que venían a anunciar. Con esto se mostraría que eran los siervos de Dios, que es bueno para todos, que hace el bien a todos y cuya misericordia está sobre todas sus obras. No leemos que resucitaran a nadie antes de Pentecostés, pero fueron instrumentos en manos de Dios para resucitar a muchos a la vida espiritual.

2. A que usen tal poder de balde: De regalo recibisteis, dad de regalo. Tenían que sanar gratis, para significar la naturaleza y condición del Evangelio, que es Evangelio de gracia, de pura gracia. Y la razón es que de regalo recibisteis. La consideración de todo el bien que Cristo nos ha hecho y dado gratis, debe estimularnos a hacer el bien a otros gratis también.

IV. Las cosas de que han de proveerse para esta expedición. En cuanto a esto:

1. No deben proveerse de ningún dinero, no sólo de oro y plata, sino aun de cobre (v. Mat 10:9). Así como, por una parte, no habían de procurarse haciendas con su trabajo, así tampoco habían de gastar en esta expedición lo poco que tendrían. Cristo quería enseñarles: (A) A actuar conforme a la prudencia. Iban a emprender una breve expedición; por tanto, ¿para qué cargarse de cosas innecesarias? (B) A actuar dependiendo de la Providencia. Ya habían sido instruidos a no afanarse por su vida (Mat 6:25.). Quienes marchan en comisión recibida del Señor, tienen mayor motivo que los demás para confiar en Dios para el sustento necesario. Los siervos de Cristo tendrán pan suficiente para sí mismos y para compartir con otros. Si somos fieles a Dios y a nuestro deber, y procuramos hacerlo todo del mejor modo posible, bien podemos descargar sobre Él todos los demás cuidados.

2. Tienen derecho a esperar que aquellos a quienes son enviados les provean de lo necesario para su sustento (v. Mat 10:10). No debían pensar en ser alimentados milagrosamente como Elías, pero sí en confiar plenamente en que Dios movería los corazones de la gente entre la que iban a convivir, para que se portasen con ellos amablemente y les proveyesen de todo lo necesario. Los ministros de Dios son obreros, trabajadores, y quienes cumplen fielmente con su tarea, son dignos de su sustento. Cristo desea de sus discípulos que no desconfíen de Dios, pero también desea que no desconfíen, sin motivo suficiente, de sus compatriotas en cuanto a obtener de ellos la conveniente manutención. Si se les predica el mensaje que necesitan y se pone esfuerzo en procurarles el bien de seguro que proporcionarán la comida y la bebida suficientes para cubrir las necesidades; si lo hacen así, no hay por qué desear cosas superfluas; Dios nos dará después una medida llena, colmada, apretada y sobreabundante.

V. El procedimiento que habían de seguir al llegar a cada lugar (vv. Mat 10:11-15).

1. Cristo les instruye acerca del modo como se han de conducir con los extraños.

(A) En ciudades y aldeas extrañas: En cualquier ciudad o aldea donde entréis, informaos quién es digno en ella. Se supone que en cada lugar había personas mejor dispuestas que otras para recibir el Evangelio y a los predicadores. En los peores tiempos y lugares, podemos esperar que haya quienes nadan contra la corriente y son como el trigo entre la paja. Hasta en casa de Nerón había creyentes. Informaos quién es digno; es decir, temeroso de Dios y hospitalario con sus mensajeros. La buena disposición hacia la Palabra de Dios es siempre un gran estímulo para los predicadores del Evangelio. Siempre hay esperanza cuando hay aceptación, aunque no siempre los más simpatizantes son los más cercanos a la salvación; hay una simpatía mezclada con indiferencia o falta de coraje, que es mucho peor que la oposición violenta del que da coces contra el aguijón. Deben, de todos modos, informarse de las personas mejor dispuestas, sin buscarlas en los alojamientos públicos, a los que se va o con dinero o por dinero, sino en las casas particulares, donde los que les acojan bien no esperarán de ellos otra recompensa que la del profeta y del apóstol: oraciones y mensajes. Quienes acogen a un obrero del Señor no deben escatimar las expensas que ello comporta, sino tener por un gran privilegio hospedarlos como si hospedaran al Señor (v. Gén 18:3; Gén 19:2; Heb 13:2). Por otra parte, los obreros han de encontrarse en casa de otros creyentes como entre hermanos, ya que quien ama al que engendró, ha de amar al que ha sido engendrado por Él (1Jn 5:1). Al encargarles Cristo que se informen de quién es digno, les da a entender que seguramente podrán encontrarle. Cualquiera podrá decirles: Sí, aquí vive un hombre honrado, sobrio y bondadoso; pues la bondad, como el buen perfume, se descubre por sí misma y llena toda la casa con su aroma. También les encarga que, si son bien recibidos, se queden en aquella casa hasta que se marchen del lugar. Quienes cambian constantemente de alojamiento, son sospechosos, al menos, de maligna curiosidad. Aun en la actualidad, los orientales rivalizan en su hospitalidad y, si no se observa rigurosamente un turno en aceptar las invitaciones de todo el poblado o de todo el grupo fácilmente surgen rencillas y contiendas entre los del lugar. Otra ventaja de hospedarse en la misma casa es que queda más tiempo para la obra.

(B) En casas extrañas. Cuando hayan encontrado alguien digno de recibir el mensaje al entrar en la casa han de saludarla (v. Mat 10:12). Ya es un buen comienzo adelantarse en el saludo a los moradores de la casa. Saludadla: (a) a fin de entrar mejor en el asunto; el mejor modo de presentar un mensaje es interesar a las personas en una conversación corriente antes de pasar, casi imperceptiblemente, a tratar el tema conveniente para la salvación o la edificación de los oyentes; esto requiere sabiduría, preparación y tacto. (b) Para ver qué clase de acogida se os dispensa; el que no recibe con amabilidad un saludo, no es de esperar que acoja con amabilidad un mensaje. (c) Para dar una buena impresión de vuestra persona, lo cual puede influir grandemente en la impresión que vaya a producir el mensaje; que vean que sois serios, pero no morosos ni aburridos; educados, pero no impertinentes ni pedantes. El fiel cristiano ha de ser también cortés y amable, presto a escuchar y a interesarse por los problemas ajenos. Un modelo de caballerosidad cristiana lo encontramos en la maravillosa carta de Pablo a Filemón. Bastaría ella sola para retratar de cuerpo entero al gran apóstol de los gentiles. Te ruego por amor … (Flm. v. Flm 1:9) ¿Quién puede resistirse a un ruego así? Veamos cómo habla Dios al obstinado Israel: Con cuerdas humanas los atraje, con cuerdas de amor (Ose 11:4).

Después del saludo, vendría la conversación y, por ella, se tendrían más elementos de juicio sobre la disposición de la familia: Si la casa es digna, vuestra paz vendrá sobre ella; pero si no es digna, vuestra paz se volverá a vosotros (v. Mat 10:13). Parece ser que, aun habiéndose informado de antemano, podían encontrarse con que no eran tan dignos como parecían aquellos que les acogían. Esto nos enseña a usar constantemente nuestra propia discreción sin confiar demasiado en informes de segunda o de tercera mano, aunque muchas veces es inevitable la necesidad de prestar atención a dichos informes. Esta instrucción del Señor estaba dirigida:

Primero, a la satisfacción de los apóstoles mismos. El saludo judío es: La paz (hebr. shalom, que compendia toda clase de bendiciones) sea contigo (o con vosotros). Así se entiende que este saludo fuese un preludio de la proclamación del mensaje del Evangelio, el cual trae a los hombres la Buena Noticia de la mayor bendición que Dios imparte a la humanidad: una salvación de puro regalo para los miserables pecadores, en virtud de la obra de Jesús en el Calvario. ¿Qué mejor bendición puede desearse a una familia? Por eso, si la casa era digna, receptiva del mensaje, se beneficiaría de todas las bendiciones que la paz bíblica comporta; pero si no es digna, vuestra paz se volverá a vosotros; es decir, saldrá de allí sin haber realizado el efecto al que estaba destinada (v. Isa 45:23; Isa 55:11). En realidad, la Palabra de Dios nunca vuelve vacía; o deja salvación o deja sin excusa. Por eso, puede afirmarse con toda certeza que toda persona que escucha un mensaje del Evangelio, nunca queda como estaba antes; si no ha recogido bendición, habrá recogido juicio (Jua 12:47-48).

En segundo lugar, a la instrucción de los apóstoles mismos. Si al saludo de ellos, la familia visitada respondía favorablemente la extensión de la visita se reflejaría también en extensión de bendiciones, y la paz de Dios, que sobrepasa a todo entendimiento (Flp 4:7), se derramaría abundantemente sobre aquella casa; de lo contrario, una paz rechazada enseñaría a los apóstoles a no gastar más tiempo ni arrojar perlas a los cerdos. ¡Cuántas veces, por una negligencia que parece insignificante, se pierden grandes bendiciones; en el caso de la predicación del Evangelio, se puede perder toda una eternidad! ¡Qué cosa tan grave, tan seria, es incluso dejar para otra vez el oír esto (Hch 17:32; Hch 24:25), cuando nadie sabe si otra vez, y otra oportunidad van a llegar jamás!

2. Cristo les instruye también acerca del modo de conducirse con los que rehúsen recibirles y oír sus palabras (v. Mat 10:14). Sin duda habría quienes les tendrían en poco a ellos y a su mensaje, y llegarían al menosprecio y quizás al insulto. Los mejores y más poderosos predicadores del Evangelio han de encontrarse, sin duda, con algunos que, no sólo no recibirán su mensaje, sino que no se dignarán escucharles una sola palabra ni les guardarán siquiera el debido respeto. Hay muchos que prestan oídos sordos a los más alegres sonidos. El desprecio del Evangelio y el de los predicadores del Evangelio suelen ir juntos, y ambos vienen a recaer en el desprecio de Cristo, y como a despreciadores de Cristo se les juzgará. Pero todo fiel obrero ha de estar contento de participar del vituperio de Cristo (Heb 13:13; 1Pe 2:21) y de completar así lo que falta de las aflicciones de Cristo (Col 1:24). Nótese:

(A) Qué instrucciones da Cristo a sus Apóstoles para este caso. Deben salir de aquella casa o ciudad. El Evangelio no tiene por qué detenerse entre los que lo rechazan. Y cuando salgan, deben sacudir el polvo de sus pies. Esto había de ser un símbolo expresivo de que no querían tener que ver con ellos en nada y ni el polvo querían llevarse de allí, considerándolo como inmundo y contaminador. Este gesto denunciaba también la ira de Dios que un día caería sobre aquella ciudad o casa; Dios habría de sacudirlos a ellos como algo vil e indigno de ser llevado ni siquiera bajo la suela del calzado, pues quienes desprecian a Dios y a su Evangelio no merecen ningún aprecio.

(B) Cuál será la sentencia contra los que voluntariamente rechacen el mensaje del Evangelio (v. Mat 10:15): En el día del juicio, será más tolerable el castigo para la tierra de Sodoma y de Gomorra, que para aquella ciudad. A pesar de lo abominables que Sodoma y Gomorra fueron, los que rechazan el Evangelio son considerados por el Señor como más abominables todavía, pues quienes voluntariamente se niegan a oír la doctrina que habría de salvarlos, tendrán que oír la sentencia que habrá de arruinarlos para siempre. En el juicio ante el Gran Trono Blanco, habrá diferentes grados de castigo según sus obras (Apo 20:12, Apo 20:13); todos irán al Infierno para una muerte eterna, al no estar inscritos en el libro de la vida (Apo 20:14-15), pero unos tendrán mayor castigo que otros, porque hay pecados mayores que otros (Jua 19:11). El pecado de Sodoma y Gomorra era extremadamente grave (v. Gén 13:13; Gén 18:20; Gén 19:4-14); sin embargo, todavía será más tolerable el castigo que recibirán en el día del juicio que el que han de recibir quienes se niegan a recibir a los ministros del Señor y escuchar su mensaje. «¡Hijo, acuérdate …!» (Luc 16:25). ¡Cómo sonarán estas palabras en los oídos de quienes tuvieron al alcance de la mano la amorosa oferta de salvación, de vida eterna, de parte de un Dios que es Amor, y prefirieron la muerte eterna! ¿Qué mayor tormento durante toda la eternidad que ese recuerdo: Pude ser salvo y no quise?

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