Mateo 25:14 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Tenemos aquí la parábola de los talentos encomendados a tres siervos; esto implica que a la necesidad de una preparación habitual interior (parábola de las diez vírgenes) ha de seguir el ejercicio de una ocupación habitual exterior; es una parábola de servicio, como la anterior lo era de expectación. El amo es Cristo, los siervos, los llamados a servirle, con aplicación a todos los creyentes. Jesús había expuesto unos días antes, en Jericó la parábola de las diez minas (Luc 19:11.); no se trata de una versión distinta de la parábola presente, pues tiene un objetivo también diferente. La parábola de las minas tendía a ilustrar la enseñanza de que dones iguales, usados de manera desigual, reciben recompensas desiguales; mientras que la parábola de los talentos tiende a ilustrar la enseñanza complementaria de que dones desiguales, usados con la misma fidelidad, obtienen igual recompensa. Tres cosas se pueden considerar, en general, en esta parábola de los talentos:

I. La encomienda hecha a estos tres siervos: El amo les encomendó sus bienes. Por bienes podemos entender todo el conjunto de cualidades naturales y gracias espirituales que nos cualifican para determinados servicios en la obra de Dios. Todo eso nos es dado con la grave responsabilidad de usarlo para la gloria de Dios, nuestra propia santificación y el provecho del prójimo. De Cristo nos viene todo, pues todo fue creado en Él, por medio de Él y para Él (Col 1:16); de nosotros mismos, sin él, nada provechoso puede salir (Jua 15:5). De Él nos viene todo para que lo usemos según su plan, no según el nuestro. De Él nos viene todo para que lo administremos, pues a Él tenemos que rendirle cuentas, por cuanto Él es el propietario.

1. Este hombre encomendó sus bienes a esos tres siervos al irse de viaje (v. Mat 25:14). El Maestro se marchó para un viaje largo: Subiendo a lo alto … dio dones a los hombres (Efe 4:8). Al marcharse, procuró Jesús que su Iglesia quedase equipada con todo lo necesario para subsistir, crecer y llevar a cabo la gran comisión. Por eso, confió sus bienes a sus discípulos: Como me envió el Padre, así también yo os envío (Jua 20:21).

2. En qué proporción les fue hecha esta encomienda. A los tres les dio talentos, que era la moneda (acuñada o en lingote) de más valor. El griego especifica que eran de plata (argyrion, v. Mat 25:18), y tenían un valor entre 1.080 y 1.625 dólares cada uno. Los dones de Cristo son ricos y valiosos, como adquiridos a gran precio, al precio inestimable de su propia sangre, y ninguno de ellos es de baja calidad. A un siervo, el amo le dio cinco talentos, a otro le dio dos, y a otro le dio uno, de acuerdo con las respectivas capacidades. Cuando la divina providencia hace diferencia en las capacidades de cada persona, confiere los dones de acuerdo con esas capacidades, pero todavía las capacidades mismas provienen de Dios. Cada ser humano normal tiene, por lo menos, un talento, un don, porque Dios no hace nada inútil. Con ese talento tiene que negociar, ser útil, servir; y todo lo que sirve para algo, es provechoso para la comunidad. No todos somos iguales en capacidad ni en dones, pero no hay inútiles ni mutilados de guerra para el Señor. Es cierto que el que tiene cinco talentos, puede hacer muchas variaciones en su actividad, mientras que el que tiene uno ha de limitarse, como dice Meyer, a ser como violín de una cuerda, instrumento de monotonía, con tentación de abandonar el oficio pero cinco hombres con un talento cada uno pueden desarrollar una labor más eficaz que uno con cinco talentos, porque en igualdad de gama de actividades, la energía vital es quíntuple que la del hombre con cinco talentos.

II. La forma en que cada uno negoció con los talentos (vv. Mat 25:16-18).

1. Dos de los siervos negociaron bien con sus respectivos talentos.

(A) Fueron diligentes y fieles: Fue y negoció con ellos, etc. Tan pronto como el señor se marchó, inmediatamente pusieron manos a la obra. Los que tienen mucho quehacer, como le pasa a todo creyente, necesitan ponerse a trabajar en seguida para no perder tiempo: Negociaron con los talentos. El verdadero cristiano es realmente un negociante en el negocio más importante de esta vida («negocio» significa la negación del ocio). El buen negociante, tan pronto como aprende bien su oficio, se esmera en desempeñarlo lo mejor que puede, y trata de mejorar constantemente los medios de que dispone y empeña en él sus energías de tal manera que todas las demás actividades quedan subordinadas a la tarea principal. No tenemos reservas propias, pero tenemos siempre a mano la reserva que Dios nos suministra en cada momento de nuestra labor (ese es el sentido del «pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo»; 1Co 15:10). Con esa reserva que Cristo proporciona abundantemente a todo siervo fiel (v. Flp 4:13), las posibilidades de que disponemos cubren siempre la medida de las necesidades en cada circunstancia.

(B) Tuvieron gran éxito: doblaron los bienes encomendados (vv. Mat 25:16-17). La mano del siervo fiel y diligente multiplica las ricas bendiciones de la gracia divina, al acumular tesoros de obras fructuosas (Efe 2:10; 2Pe 1:8). Gran parte del fruto que se espera en la edificación de la Iglesia, así como en la evangelización, depende de la diligencia en usar los talentos, pues el interés amoroso por una tarea presta energía al organismo, pábulo a la imaginación, nuevos métodos a la inteligencia, mayor perseverancia a la voluntad, anhelos de cooperación conjunta con los demás hermanos al sentimiento. A quien más se ha dado, más se le exigirá por eso, el de los cinco talentos tuvo que poner más ahínco que los demás, por la mayor envergadura del negocio. Dios no mira la cantidad total, sino la fidelidad; especialmente, cuando se tiene un solo talento, la fidelidad en lo pequeño; como dice el adagio latino: máximus in mínimis = «ser muy grande en las cosas pequeñas»; ese es el secreto de la fidelidad. Dar la vida en el campo de batalla no es difícil para un soldado avezado a la lucha; pero dar la vida gota a gota en el cumplimiento del deber diario, monótono, sin más testigo que Dios, sin brillo para el mundo presente ni fama para la posteridad, eso es más difícil a la larga, pero muestra la fidelidad del siervo mejor que ninguna acción de las llamadas «heroicas».

2. El tercer siervo cumplió mal: Cavó un hoyo en la tierra, y escondió el dinero de su señor (v. Mat 25:18). Este siervo había recibido un talento, pero esto no le servía de excusa; al contrario, al tener menos, podía negociar más fácilmente. Sin duda, hay muchos que tienen cinco talentos, y los ponen todos bajo tierra; grandes ventajas, grandes habilidades, que permanecen en continuo barbecho. Pero el Señor quería enseñarnos: (A) Que si el que tenía un talento, fue juzgado severamente por no usarlo, más severamente serían tratados los que, al tener más de uno, no usan ninguno: (B) Que, de ordinario, los que tienen pocos dones, los emplean todavía menos que los que tienen más. Esta circunstancia sirve de agravante del ocio, en vez de ser atenuante.

Cavó un hoyo en la tierra, y escondió allí el talento, por miedo a que se lo robaran. Como decía F. Bacon, el dinero es como el estiércol de los animales o fiemo, que produce mal olor y ningún bien si está en un montón, pero es de mucho provecho si se distribuye por el campo. Lo mismo pasa con los dones espirituales, tenerlos y no usarlos para provecho común es quitarles la finalidad con que fueron encomendados. Nótese que escondió el dinero de su señor. Si hubiese sido suyo, podía haberlo usado como mejor le pluguiera. La fidelidad y la actividad de sus compañeros deberían haberle estimulado a negociar con el único talento que le había encomendado el amo. Al estar otros tan activos, ¿nos atreveremos a permanecer ociosos?

III. El señor viene y ajusta cuentas con sus siervos (vv. Mat 25:19.). El ajuste de cuentas se demora: Después de mucho tiempo (v. Mat 25:19). Pero, al fin, llega: Volvió el señor de aquellos siervos, y ajustó cuentas con ellos. Todos hemos de rendir cuentas, del bien y del mal que nos hemos hecho a nosotros mismos, y del bien y del mal que hemos hecho a los demás.

1. La buena cuenta de los siervos fieles (vv. Mat 25:20, Mat 25:22): Señor, me entregaste cinco talentos; mira he ganado otros cinco … Señor me entregaste dos talentos; mira, he ganado otros dos … Los siervos fieles de Dios reconocen agradecidos los dones que les ha encomendado. Hay una falsa e hipócrita humildad en muchos que hablan de sí mismos bajamente, y niegan tener dones y cualidades que de veras tienen. Con esta actitud cometen numerosos pecados: ingratitud a Dios, que les dio los dones; mentira, por negar algo que poseen; pereza, por servirles de excusa para no hacer nada; orgullo, porque lo que buscan con frecuencia rebajándose es que el interlocutor les ensalce, etc. Por otra parte, hemos de reconocer que esos dones nos vienen de Dios, que nosotros no nos los hemos ganado con nuestro esfuerzo ni con nuestro mérito, y que, precisamente por eso, hemos de usarlos «con temor y temblor» (Flp 2:12), como quien tiene que rendir cuentas al amo con respeto y sentido de la responsabilidad, pues eso es lo que la frase de Pablo significa. Es un gran privilegio el que Dios nos encomiende tales tesoros en nuestros frágiles vasos de arcilla (2Co 4:7), y cuanto mayores y mejores son los dones que pone en nuestras manos tanto más deudores le somos en el uso de tales dones. Los siervos fieles presentan al amo lo que han ganado; eso es mostrar la fe por las obras (Stg 2:18). El verdadero sabio y entendido muestra por la buena conducta sus obras en sabia mansedumbre (Stg 3:13). Nótese que el que tenía dos talentos nada más, rindió sus cuentas con el mismo gozo que el que tenía cinco. ¡Qué gran consuelo, pensar que, en el día de la cuenta, será nuestra fidelidad lo que cuente, no nuestro éxito en cifras! Será de acuerdo con la rectitud de nuestro corazón, no según las oportunidades que presente la diversidad de circunstancias.

2. La aprobación que el amo da a los siervos fieles (vv. Mat 25:21, Mat 25:23). Veamos:

(A) Cómo los alaba: Muy bien (gr. euge, con énfasis), siervo bueno y fiel. Quienes honran a Dios con su vida, serán honrados por Él sin medida y pronto. Cristo les aplica dos excelentes epítetos: bueno y fiel; aprueba con énfasis el trabajo que han llevado a cabo: Muy bien hecho; sólo a los siervos buenos acepta Dios el trabajo como bien hecho. Si hacemos el bien y lo hacemos bien, recibiremos del Señor la misma alabanza que estos siervos. Hay amos que son morosos en reconocer los buenos servicios de sus criados, pero Jesús no se tarda en alabar lo que está bien hecho; con eso nos ha de bastar, aun cuando no recibamos ninguna alabanza de los hombres.

(B) Cómo les premia: La fidelidad con que han negociado con los bienes del amo va a ser ricamente recompensada. Esta recompensa es expresada aquí de dos maneras:

(a) Sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré. Esta expresión da a entender que el amo tenía grandes caudales y muchos negocios que atender, y todo esto lo iba a confiar a quienes habían demostrado su fidelidad en lo poco. Es costumbre en todos los estamentos de la sociedad que quienes han desempeñado con acierto cargos inferiores sean promovidos a puestos de mayor privilegio y responsabilidad. ¡Cuánto honor y cuánto servicio tiene el Señor en reserva para sus siervos buenos y fieles! Obsérvese la desproporción entre el trabajo y la recompensa: sobre poco … sobre mucho. En comparación con los servicios que Dios nos tiene reservados para después (comp. Apo 22:3), lo que aquí podemos hacer por el Señor es muy poco; con el gozo de lo venidero puesto delante, todo esfuerzo, fatiga, dolor y aflicción son soportables (Heb 12:2).

(b) Entra en el gozo de tu señor. Notemos, primero, que el estado de los bienaventurados es un estado de gozo: perfecta comunión con Dios, perfecta santidad y perfecta compañía han de proporcionar perfecto gozo; Segundo, que es gozo del Señor; un gozo que Él ha comprado y provisto para ellos; el gozo de los redimidos, a costa de las aflicciones del Redentor; un gozo como compete a un Señor como Dios, excepcionalmente grande. No es el gozo del Señor el que entra en los siervos (¿el océano en un pocito?), sino que son los siervos los que entran en el gozo del Señor, como sumergiéndose para siempre en el océano de la dicha inmensa y eterna que sólo Dios puede proporcionar. Cristo, el Unigénito del Padre (Jua 1:14, Jua 1:18), los admite como coherederos suyos (Rom 8:17), y entrarán en la eternidad de Dios como en su propio elemento.

3. La mala cuenta del mal siervo (vv. Mat 25:24-25). En ella vemos:

(A) Cómo se excusa, cuando no tenía ninguna excusa; había recibido un talento, y por un talento se le pedían cuentas. A nadie pide Dios cuenta por más de lo que ha recibido, sino sólo por lo que nos ha puesto en las manos. Esta excusa toma muchas formas, todas ellas abominables:

(a) Una falsa confianza: Aquí tienes lo que es tuyo (v. Mat 25:25). Como diciendo: «No lo he aumentado como los otros, pero tampoco lo he disminuido; no puedes acusarme de haberlo derrochado o perdido». Así esperaba salir del paso, si no con alabanza, al menos con seguridad; como los malos profesantes que no se atreven a hacer mucho por Dios y, sin embargo, esperan recibir la misma recompensa y disfrutar de las mismas bendiciones que quienes ponen todo su empeño en el servicio de Dios y en el provecho del prójimo. Este siervo se creía que todo iría bien, ya que podía decir: Aquí tienes lo que es tuyo. Muchos que se llaman cristianos edifican grandes esperanzas para el cielo sobre años enteros de ociosidad y falta de fruto como si fuese bastante con profesar el nombre y dejarse ver en los cultos; no se dan cuenta de que están edificando sobre arena (Mat 7:26-27).

(b) Una confesión vergonzosa: Fui y escondí tu talento en tierra. Habla de ello como si fuese una cosa normal; escondido, estaba seguro; no había peligro de que se lo robaran. Se cree que con eso se merece gran alabanza, ya que ha sido prudente en ponerlo a salvo, sin correr riesgos innecesarios.

(c) Una rudeza descortés y villana: Te conocía que eres hombre duro … por lo cual tuve miedo. Esto muestra hasta qué punto nuestra relación con Dios está profundamente afectada por el concepto que tenemos de Él. Se trata de algo sumamente importante puesto que la Psicología Profunda ha demostrado palmariamente la influencia que tiene en nuestra conducta el concepto que, desde la niñez nos hemos formado de Dios, de acuerdo con la imagen misma de nuestro padre terrenal, y del temor o del amor con que nos ha sido impartido el conocimiento de las verdades religiosas. Cuando se tiene de Dios el concepto bíblico: Dios es luz … Dios es Amor … Dios es Espíritu (Jua 4:24; 1Jn 1:5; 1Jn 4:8, 1Jn 4:16), se tiene mucho andado para una conducta de santidad, de generosidad y de actividad espiritual, porque la luz engendra luz, y el amor engendra amor, y el amor nos hace fieles y diligentes; pero una opinión dura acerca de Dios provoca miedo, y el miedo provoca egocentrismo y retraimiento (ya desde Gén 3:10 «tuve miedo … y me escondí»). Examinemos de cerca las palabras de este villano para ver los sentimientos que expresan:

Primero: Los sentimientos de un enemigo: Te conocía que eres hombre duro, que siegas donde no sembraste y recoges donde no esparciste. Con estas frases, la defensa se convierte en una gran ofensa. Obsérvese con qué tono de necia suficiencia habla: Te conocía. ¿Cómo podía conocerle, cuando el Universo entero le aclama como Bueno para con todos (Sal 145:9), y que Del fruto de sus obras se sacia la tierra (Sal 104:13), De tu misericordia, oh Jehová, está llena la tierra (Sal 119:64) y los salmos Sal 103:1-22 y Sal 104:1-35, entre otros muchos lugares? ¿Que siega donde no sembró y recoge donde no esparció, cuando siembra tanto y recoge tan poco? Por desgracia esta manera de hablar tiene numerosos imitadores en los malvados de todos los tiempos, que achacan a Dios la culpa de todo lo malo que sucede en el mundo: desgracias, accidentes, injusticias, como si esto se debiese a connivencia de Dios, cuando es fruto de la humana perversidad, empezando por la del primer padre, por quien la tierra cesó de ser un paraíso para convertirse en un lugar que produce espinos y cardos (Gén 3:18). Por otra parte, Dios a nadie niega su gracia; si perecemos, es sólo culpa nuestra. Nadie se condena sin culpa propia; ésta es una verdad bíblica, que ningún sistema teológico puede echar abajo sin torcer toda la Escritura.

Segundo: Los sentimientos de un esclavo: Tuve miedo. Si hubiese amado al amo, no habría hablado así, porque en el amor no hay miedo (1Jn 4:18). El verdadero creyente está libre de este miedo: Pues no habéis recibido espíritu de servidumbre (esclavitud) para recaer en el temor (miedo), sino que habéis recibido espíritu de adopción como hijos (libertad; Heb 4:16), por el cual clamamos: ¡Abbá, Padre! (Rom 8:15). Los pensamientos de miedo apartan del servicio de Dios, pues quienes creen que es imposible complacer a Dios y que de nada vale el servirle, no harán nada que merezca la pena.

(B) La respuesta del amo a esta mala excusa. Su señor hace que lo que ha dicho se vuelva contra él mismo, haciéndole enmudecer. Veamos:

(a) Cómo lo declara convicto de:

(i) Negligencia: Siervo malo y negligente (v. Mat 25:26). Los siervos que son negligentes, son malos siervos. El que no muestra interés en la obra de Dios está próximo a ocuparse en la obra del diablo. La omisión es un gran pecado, y tiene que venir a juicio (no es un accidente que el juicio de los versículos Mat 25:41-46 sea sobre cinco pecados de omisión); la negligencia da paso a la perversidad. Cuando la casa queda vacía del bien, enseguida toman posesión de ella los espíritus del mal. El enemigo sembró cizaña mientras dormían los hombres (Mat 13:25).

(ii) Contradecirse a sí mismo: Sabías que siego donde no sembré, y que recojo donde no esparcí. Debías, pues, haber llevado mi dinero a los banqueros (vv. Mat 25:26-27). Es muy probable que el amo dijese todo esto en forma de interrogación: ¿Sabías, etc.? Como si dijese: «¿Eso es lo que tú pensabas, que yo era un amo duro y exigente? Pues, con tus mismas palabras te juzgo». Si no tenemos la energía y el coraje necesarios para emprender grandes cosas en la obra del Señor, ¿será excusa eso para no hacer nada y enterrar el don que Dios nos ha encomendado? Algo es siempre mejor que nada, una buena palabra a tiempo, ya sea de instrucción, de consuelo, de aliento, de amonestación en humildad y mansedumbre está siempre al alcance de todos (v. 1Pe 3:15).

(b) Cómo sentencia y condena al siervo negligente:

(i) A ser desposeído de su talento: Quitadle, pues el talento, y dádselo al que tiene diez talentos (v. Mat 25:28). El que no quiere aprovechar las ocasiones para obrar el bien cuando puede, suele ser castigado (y ¡ojalá pueda servirle aún de purificación espiritual!) con la pena de no poder obrarlo después en la medida que querría. Hay oportunidades que sólo se presentan una vez en la vida; si se dejan escapar, ya no vuelven jamás; y aun cuando vuelvan, ya no serán las mismas, porque la historia es irreversible. No es extraño que el apóstol hable de redimir el tiempo (gr. kairón = oportunidad), es decir, aprovechar las oportunidades que se pierden en el mercado del mundo (donde tantos «matan el tiempo»), comprándolas a buen precio para la obra del Señor (Efe 5:16), porque eso es muestra de sabiduría, según indica el versículo Mat 25:15 del mismo lugar. En este sentido, «el tiempo es oro»; sí, y más que oro, porque el resultado permanece por toda la eternidad, mientras que el oro es como dice Pedro, corruptible (comp. 1Pe 1:18 «corruptibles», con la «herencia incorruptible» del v. Mat 25:4). Por lo demás, para el versículo Mat 25:29, véase el comentario a 13:12.

(ii) A ser echado en las tinieblas de afuera (v. Mat 25:30). Véase:

Primero, la causa: Es un siervo inútil. El siervo negligente es, pues, un siervo inútil: un siervo que no sirve, como un miembro atrofiado en el cuerpo, de cuya inutilidad todo el organismo se resiente. En un determinado sentido, todos somos siervos inútiles (Luc 17:10), puesto que un siervo que se debe todo a su señor, no puede añadir ningún provecho ulterior al amo por medio de obras de supererogación, pero podemos ser útiles y provechosos dándole gloria con el fruto que produzcamos mediante una íntima comunión con el Señor Jesús (Jua 15:8).

Segundo, la sentencia: Echadlo en las tinieblas de afuera (v. Mat 8:12; Mat 13:42 y Mat 13:50; Mat 22:13; Mat 24:51), con lo que su estado será: primero, muy desalentador, ya que en la noche oscura nadie puede trabajar (Jua 9:4); justo castigo para el que no trabajó cuando era de día, al estar ocioso por mera negligencia. Tendrá que estar fuera de la luz, fuera de la fiesta, fuera del reino; segundo, su estado será muy doloroso, como lo indica el llanto y el crujir de dientes. Comoquiera que la frase última indica claramente la condenación eterna, no se trata aquí de un verdadero creyente que pierda la salvación por falta de obras (contra Jua 5:24, entre otros lugares), sino de alguien que, por falta de fruto, no ha podido mostrar su fe (comp. Stg 2:14-18), por eso, es tan notable el juicio sobre omisión de este siervo inútil, con los pecados de omisión en el siguiente juicio contra las naciones (vv. Mat 25:41.). La aplicación es válida para todos los tiempos, pero la solución mejor para sincronizar el juicio del siervo inútil con el de los dos siervos buenos y fieles, es referir este pasaje al tiempo inmediatamente posterior a la Gran Tribulación y, por ello, inmediatamente anterior al Milenio, y afecta especialmente, como en la parábola de las diez vírgenes, al remanente judío (comp. Eze 20:37-42).

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