Mateo 6:16 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Aquí se nos previene contra la hipocresía en el ayunar.

I. Se da por supuesto en esta porción que el ayuno, como devoción religiosa, es algo en que los discípulos de Cristo deben ejercitarse. Se nos presenta en último lugar, porque, más que un deber en sí mismo, es un medio que nos dispone para cumplir mejor otros deberes. La oración ocupa el lugar intermedio entre la limosna y el ayuno, no porque sea la segunda en importancia, sino porque es el alma que vivifica tanto a la limosna como al ayuno. Lo que Cristo condenó en el fariseo de Luc 18:11-12, no fue que ayunara dos veces a la semana, sino de que se jactara de hacerlo como quien ofrece a Dios más de lo preceptuado. El ayuno es un acto de negación de sí mismo y de humillación bajo la mano de Dios, y es una pena que se practique tan poco entre los cristianos. El hecho de que su práctica haya sido mal entendida y pervertida en la Iglesia de Roma, no es motivo para abandonarla del todo. El más maduro de los cristianos tiene así que reconocer, mediante el ayuno, que, lejos de tener nada de qué sentirse orgulloso, es indigno incluso del pan de cada día.

II. Se nos amonesta que no ayunemos como los hipócritas, para que no perdamos la recompensa que lleva aneja. Ahora bien, los hipócritas:

1. Presumían de ayunar sin que en ellos hubiese ni un átomo de la humildad y de la contrición de corazón que es la vida y el alma de tal devoción. Sus ayunos eran una burla, un gran figurón sin sustancia y una sombra sin cuerpo.

2. Proclamaban tan alto sus ayunos para que cuantos les viesen se diesen buena cuenta que era día de ayuno para ellos. En esos días se presentaban en las calles y plazas para que la gente pudiese observar con cuánta frecuencia ayunaban, y les ensalzaran como a personas devotas y mortificadas. Cosa triste es que, quienes han dominado en cierta medida su placer, que es maldad sensual arruinen su alma mediante el orgullo, que es maldad espiritual; y no menos peligrosa. También éstos tienen ya toda su recompensa, y eso es todo lo que les queda.

III. Aquí se nos instruye sobre el modo de practicar un ayuno personal. Jesús no nos dice con cuánta frecuencia tenemos que ayunar; el Espíritu que hay en la Palabra lo ha dejado en manos del Espíritu que está en el corazón; pero podemos seguir la siguiente pauta, cuando quiera que nos sintamos con ánimo de practicar el ayuno: procuremos hacerlo siempre para ser aceptos a Dios, y no para que los hombres tengan una buena opinión de nosotros. Cristo no trata de rebajar nada del hecho ni de la cantidad del ayuno; no nos dice: «Tomad un poco de alimento o de bebida», sino: «está bien que doméis los instintos y las apetencias de vuestro cuerpo (v. 1Co 9:27), pero no lo hagáis por ostentación; poned cara alegre, unge tu cabeza y lava tu rostro, como haces los demás días, a fin de que no se note siquiera tu devoción; y no vais a perder por eso, a la larga, la alabanza consiguiente; no será la de los hombres, pero sí la de Dios, que vale infinitamente más». El objetivo del ayuno es la humillación del corazón; esa debe ser, por tanto, nuestra principal preocupación. Si somos sinceros y humildes en la práctica de nuestros ayunos, y tenemos por testigo de ellos a un Dios omnisciente, y por galardón a un Dios todosuficiente, hallaremos que Él ve en lo secreto, y nos recompensará en público. Los ayunos devocionales, practicados correctamente, pronto serán recompensados con un eterno festín.

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