Mateo 8:23 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Cristo había dado orden a sus discípulos de hacerse a la vela y pasar al otro lado del lago (v. Mat 8:18), pues había decidido marchar de este modo, ante el agobio de la multitud que le detenía por tierra. Es un consuelo para los que descienden al mar en naves (Sal 107:23), y se encuentran con frecuencia con muchos peligros allí, saber que tienen un Salvador en quien confiar y al que orar, el cual conoce lo que es hacerse a la mar, y las tormentas que en la mar se producen. Sus discípulos le siguieron; los Doce le seguían de cerca. Sólo los que están dispuestos a embarcarse con Cristo y a seguirle en medio de peligros y dificultades, se hallan entre los verdaderos discípulos del Maestro. Muchos se contentarían con seguir a Cristo por tierra, pero quienes deseen descansar después con Jesús, deben seguirle ahora adondequiera que Él los lleve, ya sea a un barco como a una cárcel, lo mismo que a un palacio.

I. El peligro y la ansiedad de los discípulos en este viaje. Los que siguen a Jesús, han de contar con las dificultades (v. Mat 8:20).

1. Se levantó en el mar una tempestad tan grande que las olas cubrían la barca (v. Mat 8:24). Esta tempestad era para la gloria de Dios y el provecho de los discípulos, como en el caso de Jua 11:4, Jua 11:15. Cristo quería mostrar que los que atraviesan con Él el océano de este mundo, deben esperar tormentas en el viaje. Sólo la región superior disfruta de perfecta calma, mientras que esta inferior está siempre expuesta a ser perturbada y perturbadora.

2. Jesucristo dormía. Nunca leemos que Cristo durmiese, excepto en esta ocasión; no era este un sueño de falsa seguridad, como el de Jonás durante la tormenta, sino de santa serenidad y dependencia del Padre; no abrigaba en su interior culpa ni miedo que perturbase su reposo. Quienes pueden reclinar su cabeza sobre la almohada de una conciencia limpia, pueden dormir tranquilamente en medio de una tormenta (Sal 4:8), como Pedro en la cárcel (Hch 12:6). Dormía Jesús ahora para poner a prueba la fe de sus discípulos, a ver si confiaban en Él ahora que parecía desinteresarse de ellos.

3. Los pobres discípulos, aunque acostumbrados al mar, se asustaron mucho y se le acercaron en demanda de socorro (v. Mat 8:25). ¿A quién otro podían ir? ¡Qué bien que lo tenían tan cerca! Le despertaron con sus súplicas, diciendo: ¡Señor, sálvanos, que perecemos! Hay un proverbio que dice: Quien quiera aprender a orar, que se haga a la mar. Los peligros claros, inminentes e inevitables, conducen espontáneamente a la gente hacia el único que puede prestar ayuda en momentos de extremo apuro. Su petición fue: Sálvanos. Sabían que Él podía salvarles; le piden que quiera. Cristo vino al mundo a salvar (Luc 19:10) pero sólo serán salvos los que invoquen el nombre del Señor (Hch 1:21). Le llaman Señor, y luego le piden: Sálvanos. Cristo no salvará sino a los que estén dispuestos a recibirle como Señor (Col 2:6). El motivo de su súplica es: que perecemos; era el lenguaje del miedo; habían recibido en su interior respuesta de muerte, y dicen: «Perecemos, a menos que tú nos salves; ten, pues, compasión de nosotros»; era también el lenguaje del fervor. Nos va bien el tener que esforzarnos y luchar en la oración; por eso dormía Cristo, para darles esta oportunidad.

II. El poder y la gracia de Jesucristo acuden en auxilio de ellos. Puede parecer que Cristo duerme mientras su Iglesia se encuentra en medio de una tormenta, pero su Espíritu siempre vela para no dejarla desamparada.

1. En primer lugar, reprende a los discípulos: ¿Por qué teméis, hombres de poca fe? (v. Mat 8:26). No les echa en cara el que le hayan perturbado con sus oraciones, sino el que se hayan dejado perturbar por sus temores. Les reprende antes de salvarles: ¿Por qué teméis? ¿Vosotros, mis discípulos? Y luego les descubre la causa de sus temores: Hombres de poca fe. Efectivamente tenían varios motivos para confiar en Cristo y no dejarse llevar del pánico. Por una parte, tenían consigo en la barca la persona de Cristo, suficiente garantía de que las olas no les harían naufragar y por otra parte tenían la palabra de Cristo, que había mandado pasar al otro lado. Con un poco más de fe, habrían entrevisto la orilla opuesta a través de la tormenta. También nosotros debemos avivar nuestra fe, y saber que, tras las tormentas de esta vida arribaremos a las tranquilas playas de una eternidad bienaventurada. No les dice: Hombres sin fe, sino hombres de poca fe. Hay muchos que tienen fe verdadera, pero es pequeña y les sirve para poco en las tormentas de la vida.

2. Después reprendió a los vientos y al mar. (A) ¡Con qué facilidad! Con sola Su palabra. (B) ¡Con qué eficacia! Sobrevino gran calma, inmediatamente. Ordinariamente, pasado lo peor de una tormenta, todavía queda mucho oleaje hasta que el mar se sosiega por completo; pero, a la voz de Cristo, no sólo cesa la tormenta, sino todo lo que queda de ella. A veces, las grandes tormentas de dudas y temores acaban en una calma maravillosa.

3. Esto les produjo a los discípulos gran asombro: Los hombres se maravillaron (v. Mat 8:27). ¡Aquí había uno que era más que Jonás! (Mat 12:41). Dice hombres, ya sea refiriéndose especialmente a otras personas que estuviesen con los discípulos, o porque estos, a causa de su poca fe, no merecían ser llamados de otra manera. Todos ellos estaban acostumbrados al mar, pero no habían visto jamás en su vida una tormenta que se calmase de forma tan rápida y completa. Obsérvese: (A) Su admiración de Cristo: ¿Qué clase de hombre es éste? Cristo es un hombre completamente diferente de todos los demás; todo en él es admirable: nadie es tan sabio, tan poderoso, tan amable y benigno, como Él. (B) La razón de tal asombro: Aun los vientos y el mar le obedecen. Según este relato, Cristo es digno de admiración por disponer de un poder tan portentoso, que se impone incluso a la naturaleza inanimada, que es incapaz de ser hechizada por la palabra humana. El que puede hacer esto, puede también hacer cualquier cosa por difícil que parezca; tiene poder para avivar nuestra confianza en Él, en medio de las mayores tormentas.

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