Romanos 12:3 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Lo dicho en los dos versículos anteriores tiene igual validez y medida para todos los creyentes. Pero, dentro de la unidad del Cuerpo de Cristo hay diversidad de capacidades, de dones, de servicios, etc. (vv. Rom 12:4-8, comp. con 1Co 12:4-6). El apóstol hace la exhortación que sigue «por la gracia que me ha sido dada» (v. Rom 12:3); no se refiere aquí a la gracia por la que somos salvos, sino por la gracia del apostolado (Rom 1:5), que también a él se le ha dado «conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno» (v. Rom 12:3, al final), donde vemos que «fe», en este contexto, significa «el poder espiritual que se ha dado a cada cristiano al efecto de cumplir con su responsabilidad» (F. F. Bruce). Este poder se da en la medida que el desempeño de cada servicio requiere dentro de la comunidad eclesial. Con esta necesaria aclaración por delante, se entiende mejor toda esta porción.

1. Pablo exhorta a no tener (de sí mismo) un concepto más alto que el concepto que se debe tener, sino a tener un concepto que sirva para pensar con sensatez (v. Rom 12:3). Esto es muy interesante y merece un análisis textual detallado. El apóstol echa mano aquí de tres verbos griegos: (A) phronéo, que sale 26 veces en el Nuevo Testamento y, con muy distintos matices, tiene un sentido fundamental de «tener la mente controlada por unos determinados sentimientos, intereses, etc., que estimulan a inclinarse en una dirección específica». De este vocablo se deriva «frente», a través de la raíz latina front. En la porción que nos ocupa significa tener un concepto estimativo determinado; (B) huperphronéo, verbo que sale únicamente aquí; es compuesto de phronéo y, como puede verse por el prefijo huper (o hyper), significa un concepto sobreestimativo (¡un sentimiento de superioridad!); (C) sophronéo, verbo que sale 6 veces en el Nuevo Testamento y, con diversos matices, viene a significar tener un concepto estimativo sensato, equilibrado; el prefijo so indica sanidad de juicio (de la misma raíz que el verbo sozo, sanar o salvar). Las tres palabras «de sí mismo» no están en el original, pero se suplen para dar el sentido conveniente.

2. Lo que Pablo, pues, desea de cada creyente, dentro de la iglesia, es que cada uno tenga un concepto estimativo equilibrado (sano juicio), tanto del don recibido de Dios, como del servicio encomendado y la capacidad personal para desempeñarlo. Aunque no siempre la gracia se adapta a la naturaleza, la experiencia (y la Biblia) enseña que Dios suele repartir sus dones conforme a la capacidad (no necesariamente la inclinación natural) de cada uno. Esto es de suma importancia. Es cierto que hay hermanos que tienen de sí un concepto más alto del que debían tener (complejo de superioridad) y aspiran a ministerios a los que Dios no los llama. Pero también es cierto que hay hermanos que tienen de sí un concepto más bajo que el que debían tener (complejo de inferioridad, que es tan falso como el otro, pues proviene de la pereza, así como el otro surge de la ambición). Aunque se vista con capa de humildad, este concepto deshonra a Dios, pues le es ingrato, daña al propio sujeto, pues le impide el crecimiento espiritual, y causa perjuicio a la iglesia al privarla de una contribución necesaria por parte de cada miembro, así como perjudica a la iglesia el que cree tener el monopolio del Espíritu y no deja lugar para que otros ejerciten los dones que Dios les ha dado.

3. El apóstol ilustra esto (y, con más detalle, en 1Co 12:7.) con el ejemplo del cuerpo humano (v. Rom 12:4), el cual, en un solo organismo, dispone de diferentes miembros para las distintas funciones. Y prosigue (v. Rom 12:5): «Así también nosotros, a pesar de formar un gran grupo, en Cristo somos un solo cuerpo; y cada uno de nosotros es miembro de todos los demás» (NVI). Al dejar para el comentario a 1Co 12:1-31 el detallar las responsabilidades y los privilegios que esto comporta, debemos ya adelantarnos a decir que, si esta enseñanza bíblica se entendiese bien y se practicase con amor y humildad, cada iglesia local sería un centro de edificación espiritual y de expansión misionera, sin envidias ni recelos de ninguna clase.

4. A continuación, el apóstol detalla siete dones diferentes, y aconseja la forma en que se deben ejercitar «según la gracia que nos es dada» (v. Rom 12:6), frase que equivale a la de «conforme a la medida de la fe» del versículo Rom 12:3. Aunque el original no tiene el verbo «úsese», se suple convenientemente (contra la opinión de Denney, citado por el Prof. Trenchard). Del mismo modo que en 1Co 12:8-10; 1Co 12:28, 1Co 12:29 y Efe 4:11, también aquí se observa cierto orden. Observa J. Murray que Pablo no menciona el ministerio de apóstol, porque no lo había, por este tiempo, en Roma. Veamos ya los dones que menciona, así como el modo correcto de usarlos:

(A) Menciona primero el don de profecía, que consistía en comunicar mensajes inspirados por Dios, con lo que este ministerio constituía una ayuda tan importante al ministerio apostólico que el mismo Pablo asegura (Efe 2:20) que la iglesia está edificada sobre el fundamento de los apóstoles y profetas (comp. con Efe 4:11). Esto por otra parte, indica que tal ministerio, por ser «fundante», ha desaparecido de la escena. Es cierto que cualquier hermano puede sentirse movido por Dios a comunicar algún pensamiento que el Espíritu haya puesto en su corazón, pero no es en virtud del ministerio profético específico, sino del que es común a toda la congregación. Este don había de ejercitarse «conforme a la analogía de la fe» (v. Rom 12:6. lit.); es decir, no significa aquí «conforme a la medida de fe» (v. Rom 12:3), pues sería una repetición innecesaria, sino «de acuerdo con la revelación ya existente». Como dice J. Murray, «el criterio por el que se ha de juzgar la pretensión de un profeta es el canon de la revelación que ya poseemos» (v. Hch 17:11).

(B) Después viene el ministerio (gr. diakonía, comp. con 1Co 12:5). Aunque bien podría significar el ministerio de la palabra, no puede descartarse la posibilidad de que se incluya aquí el diaconado específico del que Pablo habla en 1Ti 3:8. La exhortación es a dedicarse de corazón al ministerio que tal oficio comporta. No es probable que aquí se trate de «servir a las mesas», ya que a esto se alude, al parecer, en el versículo Rom 12:8.

(C) Tras la «profecía» y el «ministerio», los cinco dones restantes mencionan directamente a la persona que ejerce el don. «El que enseña, etc.» (v. Rom 12:7). El original dice ho didáskon, el que enseña, no didáskalos (comp. con Efe 4:11), con lo que se da a entender que no se trata de un oficio más o menos permanente, propiamente pastoral, sino del ejercicio de la enseñanza bíblica a cargo de hermanos y hermanas capacitados (v. Hch 18:26) para ello, ya sea desde el púlpito o en la Escuela Dominical, etc. Contra la mayoría de los autores (nota del traductor), opino que, aun cuando la dedicación a este ministerio es propia de los que ejercen el cargo pastoral, no deben excluirse aquí los hermanos capacitados a quienes los líderes de la congregación, una vez reconocidos el don y la habilidad personales, encargan este ministerio.

(D) Tras el que enseña, el cual se dirige a la mente, viene el que exhorta (v. Rom 12:8), el cual se dirige al corazón. La dedicación a este ministerio requiere gran fidelidad al Señor, mucha humildad (comp. con Gál 6:1) y tacto exquisito. Es cierto que paráklesis significa, sobre todo, consolación, pero, como advierte Murray, «la exhortación necesita ser dirigida al cultivo de la paciencia y de la perseverancia, y éstas están íntimamente relacionadas con la consolación». Por ello, aunque la reprensión no se menciona por su nombre, entra también en este departamento, ya que la exhortación no ha de ser solamente estímulo, sino también freno. De ahí la dificultad de un correcto uso de este don. Los hombres (incluidos los creyentes) no suelen sentir repugnancia a que se les diga lo que deben saber, sino a que se les advierta lo que deben hacer.

(E) Luego viene (v. Rom 12:8) el que comparte (mejor que «reparte»). Como el significado del verbo metadídomi no es repartir, sino compartir, es muy improbable que aquí hable el apóstol del tesorero o del encargado de dar de los fondos de la iglesia. «Dar» es un don que Dios da y bendice (Hch 20:35), y Pablo exhorta a usarlo con sencillez, es decir, con liberalidad, con rectitud de intención (comp. Efe 6:5, el mismo vocablo), con alegría (comp. 2Co 9:5-7).

(F) Extraña ver en penúltimo lugar al «que preside». Católicos como Vicentini y anglicanos como Alford se niegan a ver aquí a líderes que gobiernan en la iglesia, pero resulta que, en la lista de 1Co 12:28, también aparecen en penúltimo lugar. Dice el deán Alford: «Es difícil de creer que los que gobiernan la iglesia, como tales, sean introducidos tan tardíamente en la lista, o que se designen con un término tan general como éste.» W. Newell comenta con cierta ironía: «Naturalmente los que gustan del oficio desearían que se cambiara el orden expresado». En mi opinión (nota del traductor), la solución de esta aparente anomalía se halla en 1Ti 5:17, donde leemos: «Los ancianos que gobiernan (el mismo verbo que aquí) bien, sean tenidos por dignos de doble honor (respeto por el oficio que ejercen, y remuneración véase el versículo Rom 12:18 por la solicitud con que se dedican), principalmente los que trabajan en predicar y enseñar». Esto demuestra que hay líderes de iglesia («ancianos», considerado como «oficio») que no pastorean con la predicación o la enseñanza de la Palabra, pero Dios les ha capacitado con intuición, dotes de gobierno, iniciativa, discernimiento y sentido común para el gobierno de la comunidad, por lo que son muy útiles para compartir el liderato. A éstos exhorta Pablo a ejercer su don con diligente solicitud (NVI), no por lucro, sino de buena gana (v. 1Pe 5:1.) y, como dice Trenchard, con «una dosis especialmente fuerte de gracia y de humildad, pues al «yo carnal» le gusta destacarse y mandar». Aparecen, pues, en este lugar, más como «oficio» que como «ministerio», del que ya hemos visto a comienzo del versículo Rom 12:7.

(G) Finalmente, se menciona al que tiene el don de hacer misericordia o, como parafrasea la NVI para dar bien el sentido, el que tenga el (don) de asistir a los que se hallan en apuros. No cabe duda de que se trata aquí del ministerio de visitación a los enfermos o afligidos y así lo entienden comúnmente los autores. Comenta atinadamente E. Trenchard: «Los miembros de una congregación pasan por muy variadas circunstancias, a veces por su propia culpa, a veces por fuerzas externas e inevitables. El hecho es que pueden hallarse postrados, desanimados o apremiados por diversas presiones. Muy a menudo es preciso que sean visitados para que haya la posibilidad de extenderles una mano de ayuda y mostrarles la compasión y la simpatía necesarias para levantarles de su postración». Esta labor ha de hacerse, dice el apóstol, con alegría (lit. con hilaridad, como en 2Co 9:7). El vocablo griego indica aquí prontitud, disponibilidad y sincero deseo de ayudar, como quien goza en ello; todo lo contrario del «rostro sombrío», la visita de etiqueta y las fórmulas rutinarias, manidas, que más bien producen desaliento que consuelo (comp. con el v. Rom 12:15).

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