Romanos 2:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Los continuadores de M. Henry nota del traductor opinan, con los más competentes exegetas modernos (J. Murray, J. I. Vicentini, entre otros), que todo el capítulo Rom 2:1-29 se refiere a los judíos, especialmente por la fraseología de los versículos Rom 2:3-5, aunque en su comienzo habla en términos generales, a fin de que los versículos Rom 2:17. no les tomen por sorpresa.

1. Aunque Pablo habla en términos generales al decir (v. Rom 2:1): «oh hombre, quienquiera que seas tú que juzgas», al comparar esta frase con los versículos Rom 2:17-23, se ve que el apóstol se dirige a un judío. Dice Vicentini: «Frente al espectáculo de los paganos, el mundo judío no tiene motivos para gloriarse. Pese a condenar a los paganos, los judíos no escaparán al castigo, porque Dios no hace acepción de personas, sino que es juez justo». El «tú que juzgas … al otro» se parece al «tú que enseñas a otro» del versículo Rom 2:21. Los judíos miraban con sumo desprecio a los pobres paganos, y hasta los creían incapaces de salvación (v. el comentario a Hch 11:18), mientras que ellos mismos eran tan inmorales como los paganos, aun no siendo idólatras (no volvieron a serlo desde después de la cautividad de Babilonia). Por tanto, eran inexcusables, pues caían en los mismos pecados que condenaban en los gentiles; tenían, en realidad, menos excusa, ya que los gentiles disponían únicamente de la luz natural, mientras que los judíos poseían la revelación positiva y directa de Dios por medio de Moisés y de los profetas.

2. Declara después la invariable justicia del gobierno de Dios (vv. Rom 2:2, Rom 2:3). Dios es un Dios justo: «Ahora bien, sabemos que el juicio de Dios contra los que practican tales cosas está basado en la verdad y va de veras» (v. Rom 2:2 NVI). Es «conforme a la verdad», no se basa en teorías ni en la apariencia externa de las personas; se rige por la realidad de los hechos y por la motivación del corazón. Esto debe ser tenido en cuenta de manera especial por los que juzgan a otros sin percatarse de que ellos incurren en los mismos pecados. Predicar contra el pecado no sirve de expiación por los pecados de uno mismo. Por eso, el apóstol desea despertar la conciencia del que así juzga y le dice: «¿Te imaginas (lit. razonas, piensas) … que tú escaparás del juicio de Dios?» (v. Rom 2:3). La cosa es tan clara que debería ser inconcebible tal presunción, como si dijese: «¿Es posible que llegues a la conclusión de que tú estás sin pecado y, por eso, no vas a incurrir en la ira de Dios?» Sin duda, esto era lo que se imaginaba el fariseo de la parábola (Luc 18:11, Luc 18:12).

3. Es precisamente esta presunción del judío que se cree observante de la Ley, la que le cierra los ojos y le endurece el corazón (comp. con Jua 9:39-41), para no darse cuenta de que la benignidad de Dios le guía al arrepentimiento (v. Rom 2:4) y de que está almacenando juicio, ira de Dios para el último día (v. Rom 2:5). Hay en esa presunción un menosprecio (v. Rom 2:4) de las riquezas de la benignidad, paciencia y longanimidad de Dios. Las tres cualidades van regidas por «riquezas», para expresar la inmensa abundancia de la benignidad (gr. khrestotes, bondad bienhechora), paciencia (lit. aguante para soportar; la misma raíz anokhé del vocablo griego para «soportándoos» de Efe 4:2) y longanimidad (gr. makrothumía, lit. grandeza de ánimo para amar y esperar, así como perdonar y olvidar), la cual siempre se refiere a personas, pues la paciencia para sobrellevar las circunstancias es, en griego, hupomoné: permanecer debajo de un peso. Esta inmensa riqueza de la misericordia divina, en sus múltiples formas, debería llevar a todo pecador al arrepentimiento, a cambiar de mentalidad respecto de Dios y de sí mismo. Pero el judío presuntuoso es duro (de cerviz. V. Hch 7:51) y de corazón no arrepentido (duro también. Comp. con Eze 11:19; Eze 36:26). Cerviz insumisa y corazón obstinado no dejan abertura a la misericordia de Dios, por lo que el pecador contumaz atesora, como quien va llenando un cofre (comp. Mat 2:11) de algo muy valioso, ira, esto es, pecados que motivan la ira de Dios. No es Dios quien atesora ira, sino el malvado con su continuo pecar. Pero el día de la ira (v. Apo 6:16, Apo 6:17), también se abrirá de par en par el cofre de Dios, se revelará el justo juicio de Dios contra esos cofres de pecado que ahora pueden permanecer bien cerrados a los ojos de los hombres, pero no a los de Dios, quien aguarda con toda paciencia aquel día (comp. con 2Pe 3:9), porque su ira no es, como en nosotros, efecto de un momento de arrebato pasional, sino el resultado de un juicio justo, no turbado por pasión alguna.

4. Después de aludir al justo juicio de Dios, el apóstol pasa a describir la justicia de dicho juicio por la forma en que Dios paga a cada uno (v. Rom 2:6) conforme a sus obras. Este versículo podría desorientar a los lectores, pues ha desorientado a algunos comentaristas, por no darse cuenta de que Pablo no trata aquí de acciones particulares que conduzcan a la salvación o a la condenación (¡iría contra el principio básico de toda la epístola: la justificación por la fe sola!), sino (vv. Rom 2:7.) de lo que W. Newell llama «la elección de la vida» o, como suelo decir (nota del traductor), la opción fundamental por la que cada uno resuelve, con la gracia de Dios, obedecer a la fe (Rom 1:5) u obedecer a la injusticia (v. Rom 2:8). En efecto:

(A) Unos, con santa ambición, buscan (v. Rom 2:7), no éxitos ni aplausos humanos, sino la verdadera gloria, el honor y la inmortalidad que sólo en Dios se pueden hallar, y espoleados por esta santa ambición, estas personas perseveran conforme a la paciencia (gr. hupomoné; véase lo dicho anteriormente) de la buena obra (lit.), es decir, del bien obrar, lo que muestra que el bien obrar es una tarea ardua, difícil, porque es contra la corriente de nuestra naturaleza caída. En todo caso, esta buena obra no precede a la fe, sino que la sigue como consecuencia necesaria (v. Efe 2:8-10: «no por obras … para obras»). A éstos, Dios les da lo que buscan: vida eterna.

(B) Otros, por el contrario (v. Rom 2:8), son contenciosos, rebeldes, contumaces e insumisos: No se dejan persuadir (lit.) por la verdad (comp. con Rom 1:5), sino que son persuadidos (lit.) por la injusticia (Rom 1:18). A éstos, puesto que han atesorado ira, Dios les paga con ira y enojo.

5. Finalmente, Pablo expone y demuestra la cualidad interior de Dios por la cual el juicio de Dios y la paga que da a cada uno son siempre justos. Esa cualidad es la imparcialidad (v. Rom 2:11). El apóstol la describe en su forma de obrar con todos (vv. Rom 2:9, Rom 2:10), en su naturaleza (v. Rom 2:11) y en la norma conforme a la que cada uno es juzgado según su condición de judío o de pagano (vv. Rom 2:12-16). En efecto:

(A) Todo ser humano que obra el mal (v. Rom 2:9) ha de esperar tribulación y angustia, como efectos, en el hombre, de la ira y del enojo de Dios (v. Rom 2:8) contra los rebeldes a la voz de Dios, sean judíos o no judíos, pero al judío primeramente, porque, al tener mayor luz, tiene también mayor responsabilidad. En cambio, todo el que obra el bien (v. Rom 2:10) puede esperar gloria, honor y paz (comp. con v. Rom 2:7), sea quien sea, pero primeramente el judío, porque, al ser mayores sus privilegios y conocer mejor el carácter de Dios, dispone de una motivación mucho más alta (v. Deu 6:4, Deu 6:5) para que su conducta sea más perfecta.

(B) La imparcialidad de Dios queda, a continuación, descrita como una no acepción de personas (v. Rom 2:11). El vocablo griego prosopolempsía significa «recepción del rostro», es decir, «dejarse llevar por las apariencias» (v. Stg 2:14, donde queda bien ilustrado el vocablo). No ha de confundirse, pues, con la predilección que Dios puede, en la soberana libertad de su gracia, por la que no está obligado a nadie, tener hacia una persona o un grupo, sin hacer por eso injusticia a nadie (v. el comentario a 8:29 y 9:13, entre otros lugares). En este segundo caso, no caben «apariencias» por las que Dios pueda dejarse llevar, pues, antes que Dios manifieste su preferencia, nadie puede tener buena «apariencia», ya que todos están bajo pecado.

(C) La imparcialidad de Dios opera conforme a la condición en que cada ser humano se halla frente a la luz que hay en su conciencia, pues ésta es la que declara la moralidad de la acción humana (Rom 14:14-23; 1Co 8:7-10). Ahora bien, la luz que aparece en la conciencia del hombre puede ser de tres clases

(a) La luz de la naturaleza. Ésta la tienen los paganos y conforme a ella serán juzgados (v. Rom 2:12): «Porque todos los que han pecado sin ley, sin ley también perecerán»; esto es, los gentiles que no tienen otra norma que la que les declara la luz de la conciencia, no serán juzgados conforme a la ley de Moisés que nunca tuvieron. Dice Pablo que han pecado sin ley, lo cual, a primera vista, parece un absurdo, ya que donde no hay ley, no puede haber transgresión. Pero él se refiere a la ley escrita en tablas exteriores, la ley de Moisés. Los paganos no tienen esta ley de Moisés, pero muestran la obra de la ley escrita, no en tablas exteriores, sino en sus corazones, porque Dios les ha puesto allí la luz de la conciencia (v. Rom 2:1), que les da testimonio de lo bueno y de lo malo: de la justicia y la injusticia, de la honra y el deshonor, del amor y el odio, etc. Esta luz les dirige y les juzga: les dice si es bueno o malo lo que van a hacer, y les acusa o defiende según sea malo o bueno lo que hayan hecho.

(b) La luz de la Ley. Ésta es la que tenían los judíos y por ella habían de ser juzgados (v. Rom 2:12): «Y todos los que han pecado bajo la ley, por la ley serán juzgados». Su castigo será tanto mayor (v. Rom 2:9) cuanto que es mayor y más clara la luz de la ley de Moisés que la de la naturaleza. El apóstol les muestra (v. Rom 2:13) que el tener, el oír y el conocer bien la Ley, no les va a justificar, es decir, a declarar inocentes, sino el cumplir, el observar la Ley. Era para ellos un gran privilegio tener la Ley, pero no era un privilegio salvífico, a no ser que viviesen al nivel de la justicia que la Ley exigía. Pablo no trata todavía de la justificación por la fe, pues habla de la Ley, no como algo cuyo cumplimiento justifique, sino como criterio de la moralidad de las acciones.

(c) La luz del Evangelio o, mejor dicho, la luz de la gracia (v. Rom 2:16). Nota del traductor: Los continuadores del comentario de M. Henry unen lo de conforme a mi evangelio, preferentemente, con el verbo juzgará, con lo que resultaría que Dios juzgará … conforme a mi evangelio. Esta manera de interpretar el versículo Rom 2:16 no tiene base alguna. Lo que Pablo expresa aquí es que el juicio de Dios sobre toda la humanidad, por medio de Jesucristo, es una parte importante del mensaje evangélico que, no sólo él (comp. con Hch 17:31), sino también los demás apóstoles (v. Hch 10:42, por ej.) proclamaban. Sin embargo, es cierto que, en la actual dispensación, la luz del Evangelio nos presenta una ley más perfecta que la ley de Moisés, la ley de Cristo (1Co 9:21), que es la ley del amor, con lo que el rechazo del Evangelio es algo horrible que merece la mayor condenación (v. Heb 10:26-31, según probable interpretación).

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