Romanos 2:17 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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En el versículo Rom 2:13, Pablo ha dicho que no se justifican los que oyen la ley, sino los que la cumplen. Aquí aplica esto, más directamente, y de modo más explícito, a los judíos.

1. Reconoce los privilegios del judío (vv. Rom 2:17-20), para que vean que no les excusa la ignorancia, puesto que poseen todo lo necesario y conveniente para llevar una conducta, no sólo buena, sino santa.

(A) Son un pueblo escogido (v. Rom 2:17), pues: (a) tiene un nombre lleno de honor «judío», pues la salvación procede de entre los judíos (Jua 4:22). De ello estaban orgullosos, aunque eso añadía mayor vileza a los que eran malvados entre ellos. No es cosa nueva que las peores obras se escondan bajo los más hermosos nombres; (b) tiene un buen apoyo: te apoyas en la ley, una institución divina, antigua y santa, aunque ese apoyo sólo servía para hacerles más responsables de sus transgresiones. Es peligroso apoyarse en privilegios externos cuando no se vive al nivel de lo que esos privilegios exigen; (c) y te glorías en Dios. Gloriarse en el Señor con fe, humildad, gratitud y obediencia, es el compendio de toda religión (v. 1Co 1:31), pero jactarse de la externa profesión de su nombre, por pertenecer al Israel de Dios (Jua 8:41) es el compendio de toda hipocresía. El orgullo espiritual es la clase más peligrosa de orgullo.

(B) Son un pueblo conocedor (v. Rom 2:18): «y conoces su voluntad (de Dios)». Al tener de parte de Dios una ley clara y detallada, conocen bien lo que Dios quiere de ellos. No sólo eso, sino que «sabes apreciar cosas superiores por haber sido instruido constantemente en la ley» (NVI). Instruidos en la Ley, podían discernir fácilmente lo bueno de lo malo. Lo bueno y lo malo tienen a veces una línea de demarcación tan fina que no resulta fácil distinguirlos, pero los judíos disponían de una legislación tan perfectamente detallada y clasificada que nadie podía excusarse de no saber lo que estaba mandado. Pero la ley que proveía un conocimiento tan detallado del bien y del mal, no poseía fuerza para librar al hombre de caer en el mal al que, por naturaleza, está inclinado. Ya el pagano Ovidio decía: «Veo y apruebo lo mejor, pero sigo lo peor» (comp. con Rom 7:15-19). El judío y fariseo Pablo va más allá: «Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso es lo que pongo por obra» (Rom 7:19).

(C) Son un pueblo enseñador, docente (vv. Rom 2:19, Rom 2:20) o, al menos, así se creían ellos: «estás confiado en que eres guía de ciegos, esto es, de ignorantes». Los judíos, en general, se creían tan sabios que podían dar lecciones a todos los paganos del mundo. Todas las naciones debían acudir a la escuela de Israel a buscar la luz, pues todas ellas estaban en tinieblas, y eran como niños pequeños en comparación de la instrucción que daba la Ley (Torah significa, en primer término, una instrucción necesaria para una buena conducta). Los doctores judíos, o rabinos, estaban especializados en el estudio de esta Ley; por eso, tienen para ellos especial relevancia las palabras de Pablo. Pero, ¿de qué les servía tener en la ley la quintaesencia (gr. mórfosin) del conocimiento y de la verdad, si no era más que una apariencia (comp. con 2Ti 3:5, donde también dice el griego mórfosin), sin el poder que da una conducta acorde con lo que se conoce?

2. El apóstol pasa ahora a declararles con toda valentía que esos privilegios y conocimientos de los que disponían, sólo les servían para añadir mayor gravedad a los pecados que cometían (vv. Rom 2:21-24), ya que:

(A) Pecaban contra lo que bien sabían, y hacían lo que prohibían a otros La enseñanza, como la predicación, debe comenzar por uno mismo. Los fariseos derribaban con su conducta lo que edificaban con su enseñanza. El mayor impedimento para el progreso del Evangelio lo constituyen aquellos cuyas malas obras hablan más alto que sus buenas palabras: los que en el púlpito hablan tan bien que da pena el que se bajen de él, y fuera del púlpito obran tan mal que es una pena el que suban a él. Pablo especifica (vv. Rom 2:21, Rom 2:22) tres pecados abundantes y notorios entre los judíos: hurto (especialmente, a Dios: Mal 3:8, Mal 3:9); adulterio (v. Jua 8:9) y sacrilegio, aunque la íntima frase del versículo Rom 2:22 parece indicar «saqueo de templos», conforme al griego. Dice Trenchard: «podría señalar el pecado de los judíos carnales que tenían pocos escrúpulos al comerciar en materiales relacionados con templos paganos, con tal de hacer buen negocio». Esta codicia es equivalente a la idolatría (Col 3:5).

(B) Deshonraban a Dios con sus pecados (vv. Rom 2:23, Rom 2:24). Mientras que Dios y su ley eran un honor del que se jactaban (v. Rom 2:17), deshonraban a Dios al infringir la ley misma de la que se jactaban, pues daban ocasión a los de fuera para blasfemar, es decir, para hablar mal, no sólo de la religión judía, sino también del nombre sagrado de Dios. Por causa de vosotros (v. Rom 2:24), dice Pablo, el nombre de Dios es blasfemado entre los gentiles. El apóstol cita aquí de Isa 52:5, y lo hace libremente, ya que, en Isaías, se trata de los gentiles que oprimen y se enseñorean de Israel, con lo que se deshonra al Dios de Israel como si no tuviese poder para librar a su pueblo. Pablo parece hacer la siguiente aplicación: «¿Qué peor enemigo que el pecado para esclavizar al pueblo de Dios y presentarlo ante los paganos (podemos aplicarlo a nosotros los cristianos, ante los mundanos) como un pueblo cuya religión no tiene eficacia para hacerlos mejores que los demás? ¿No es ése precisamente el «escándalo» que la mayoría de los que se profesan creyentes ofrecen al mundo?

3. Finalmente, Pablo declara la completa insuficiencia de la profesión que de su religión hace el judío, en orden a descargarlo de la culpabilidad que sus transgresiones entrañan (vv. Rom 2:25-29): «La circuncisión (v. Rom 2:25) aprovecha, si practicas la ley»; es decir, el judío obediente no perderá el provecho que representa el signo del pacto. «Pero si eres transgresor de la ley, añade, tu circuncisión viene a ser incircuncisión, es decir, es como si fueses pagano, pero con la agravante de que, al pecar contra una mayor luz, tendrás mayor condenación».

(A) El apóstol declara que, si los incircuncisos paganos viven conforme a la luz que tienen, están al mismo nivel que los judíos: «Si el incircunciso guarda las ordenanzas de la ley (v. Rom 2:26), cumple perfectamente la ley (v. Rom 2:27), es decir, se somete sinceramente a lo que le dicta la luz de la conciencia, conforme a la ley escrita en su corazón, no sólo le será contada su incircuncisión como circuncisión (v. Rom 2:26), sino que él te juzgará a ti que, con la letra de la ley y con la circuncisión, eres transgresor de la ley» (v. Rom 2:27). No cabe duda de que algunos gentiles llegaron a observar una conducta honesta, aunque siempre por fe en un Dios remunerador (Heb 11:6), bajo la soberana operación del Espíritu y en respuesta a la gracia que Dios ofrece a todos, ya que es su deseo el que todos sean salvos y lleguen al conocimiento de la verdad (1Ti 2:4). Es cierto que todos están bajo condenación (Rom 3:23), pero también es verdad que la muerte de Cristo obtuvo provisión de reconciliación para todos los que acepten ser reconciliados con Dios (2Co 5:14-20). Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia (Rom 5:14-21).

(B) Describe después en qué consiste la verdadera circuncisión (vv. Rom 2:28, Rom 2:29). El verdadero «circunciso» no es el que ostenta una profesión exterior, en la carne, conforme a la letra de la ley, sino el que lo es en el interior, en el corazón, conforme al espíritu de la ley. No dice eso para alejarnos (a los judíos y a los cristianos) de la observancia de las ordenanzas exteriores (son buenas en su lugar y con las debidas disposiciones del sujeto), sino para que no pongamos en ellas todo el énfasis, como si por sí mismas diesen vida, cuando no poseemos la vida interior del espíritu. Para ser verdaderos hijos de Abraham no basta ser descendientes de Abraham, sino que es menester imitar la fe y las obras de Abraham (Jua 8:19). Dios mira al corazón, no al exterior de la persona; al contrario de los hombres, quienes sólo ven el exterior, pero no pueden penetrar en el corazón de los demás. De ahí que sólo el que es de corazón circuncidado recibe la alabanza de Dios. No importa el que los hombres le alaben o se burlen de él.

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