Salmos 104:31 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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El salmista concluye su meditación con:

1. Alabanzas a Dios (v. Sal 104:31): «Sea la gloria de Jehová para siempre». Esta gloria perdurará hasta el final de los tiempos en las obras de la creación y de la providencia; perdurará por toda la eternidad en la felicidad y adoración de los santos y de los ángeles. La gloria humana se desvanece, pero la gloria de Dios se engrandece más y más: «¡Alégrese Jehová en sus obras!» (v. Sal 104:31). Nosotros, a veces, hacemos cosas en las que, al volverlas a mirar, no nos complacemos, sino que desearíamos no haberlas hecho. Pero Dios siempre se alegra en sus obras, porque están hechas con infinita sabiduría. Y, como Dios de infinito poder, «mira a la tierra, y ella tiembla, como incapaz de soportar la mirada del Soberano Hacedor (quizá se aluda a los terremotos); toca los montes y humean (quizá se aluda a las erupciones volcánicas)». ¿Quién, pues, se atreverá a desafiar a Dios? (v. 1Co 10:22). Al depender de Dios como Creador y Conservador de nuestro ser, deberíamos seguir alabando a Dios mientras nos dure el ser, como esperamos hacerlo, por toda la eternidad, en el Cielo.

2. Gozo para sí mismo (v. Sal 104:34): «Que le sea agradable (el vocablo se usa para las ofrendas de olor suave; comp. con Jer 6:20, Ose 9:4) mi meditación» (comp. Sal 19:14), pues él la ofrece a Dios de corazón, y se goza con ello: «Yo tengo mi gozo en Jehová». Así como Jehová se alegra en sus obras (v. Sal 104:31), el salmista se alegra en su Hacedor.

3. Terror para los malvados (v. Sal 104:35): «Sean barridos de la tierra los pecadores, y los impíos dejen de existir, como una nota discordante en el bello mundo de la creación». Así, pues, más que una imprecación, es, como dice Kirkpatrick, «una solemne oración por la restauración de la armonía de la creación». Acabados los impíos, o convertidos en piadosos, la creación resplandecerá en toda su belleza.

El salmista termina el salmo como lo comenzó («Bendice, alma mía a Jehová»), pero añade una palabra, que ocurre aquí por primera vez, y únicamente en el Salterio, pero ha pasado a ser popular, tanto en las sinagogas como en las iglesias cristianas: Aleluya (hebr. halleluyah, alabad a Yah). Según Graetz, «era el término usado por los levitas, al oficiar en el templo, como señal para que la congregación se uniese a ellos en las alabanzas a Dios».

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