Salmos 119:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

Estudio Bíblico | Explicación de Salmos 119:1 | Comentario Bíblico Online

Llegamos a un salmo realmente extraordinario, tanto por su largura como por el tema que desarrolla: las excelencias de la ley de Dios. Ambrosio de Milán, en su latín castizo, lo describe como veluti pleni luminis solem meridiano ferventem calore, un sol de plena luz, que hierve con el calor del mediodía. Consta de Sal 119:22 estrofas, cada una de 8 versículos, dispuestas en orden alfabético (acróstico), de forma que cada grupo de ocho versículos comienza por una letra distinta del alfabeto hebreo. Es un buen termómetro para medir la temperatura espiritual del lector: si se entusiasma, buena señal; si se aburre, es que tiene frío el corazón. Otro detalle extraordinario de este salmo es que en él se repiten todos los sinónimos de «ley», como iremos viendo; con excepción de los versículos Sal 119:90, Sal 119:122 y Sal 119:132, todos los versículos del salmo contienen uno u otro de dichos sinónimos. No se conoce su autor. «Probablemente dice Cohen , vivió en el siglo quinto y era un ardiente discípulo de la escuela de Esdras.» Al comienzo de cada estrofa, daremos el detalle temático peculiar de cada una, y seguiremos a K. M. Yates.

1. Alef (versículos Sal 119:1-8)

Esta estrofa nos muestra que la felicidad consiste en cumplir el primer mandamiento de la ley.

1. El salmista muestra quiénes son los verdaderamente dichosos (vv. Sal 119:1-3): «los perfectos de camino», es decir, los de conducta intachable, que caminan en la ley (hebreo, torah; primero y el más significativo de los sinónimos empleados en el salmo. Su verdadero significado, tan mal entendido, es «enseñanza, dirección») de Jehová. Esto equivale a «guardar sus testimonios» (v. Sal 119:2. Hebreo, edoth, que es el segundo sinónimo), es decir, las normas de conducta que atestiguan la voluntad de Dios. Vemos, pues, la correlación que hay entre «felicidad» y «obediencia», y la tremenda equivocación que sufren los mundanos cuando piensan que una conducta santa es necia o aburrida. ¡Es todo lo contrario! No hay nada tan sabio y «entretenido» como cumplir con amor la voluntad de Dios (v. Rom 12:1-2), pues la obediencia es el vínculo con que la impotencia se une a la omnipotencia: Todo lo puede el que hace lo que Dios quiere. Pero es menester concentrar el esfuerzo mental y cordial (v. Sal 119:2), y buscar de todo corazón el conocimiento de Dios (comp. con Jua 17:3; 1Co 8:1-3). Estos no hacen iniquidad, pues el objetivo primordial de la Torah es prevenir al hombre para que no marche por las sendas del mal, sino por los caminos de Dios (v. Sal 119:3. «Camino» hebr. dérekh, como «modelo de rectitud» es el 3er sinónimo de «ley» en el salmo ). Así que «andaren la ley de Jehová» (v. Sal 119:1) equivale a «andaren sus caminos» (v. Sal 119:3).

2. De esta consideración, y del encargo que Dios ha hecho (v. Sal 119:4) de que sean diligentemente guardados sus preceptos (hebreo, phiqudey, 4.o sinónimo que denota normas particularizadas de conducta para la vida ordinaria), el salmista expresa su deseo vehemente de guardar los estatutos (hebreo, juquey, 5.o sinónimo de ley falta en Sal 19:7-10, donde parece haberse inspirado el autor del 119 y significa leyes puestas por escrito para ser observadas permanentemente) de Dios (v. Sal 119:5) para esa observancia es menester una conducta firme, estable, afianzada. Sabe que si adquiriese esa firmeza, no se vería avergonzado (v. Sal 119:6) de haber fracasado en alcanzar su ideal, al considerar todos los mandamientos divinos (hebreo, mitsuthey, 6.o sinónimo, es un término general para indicar leyes divinas en la esfera de la vida religiosa).

3. El salmista promete ahora dar gracias (lit.) a Dios con corazón recto cuando aprenda las ordenanzas justas (lit. justos juicios) de Dios. Con ello confiesa que «no domina la asignatura», que le queda aún mucho por aprender de la ley de Dios. «Ordenanzas» (hebreo, mishpitey, 7.o sinónimo de «ley», indica «veredictos», del Juez Supremo que regulan las rectas relaciones del hombre con su prójimo). Durante toda la vida debemos ser buenos estudiantes de la escuela de Cristo, sentados a sus pies, sin tenernos jamás por «maestros consumados». A esta acción de gracias, añade el salmista una ferviente oración (v. Sal 119:8) a Dios, a fin de que no le abandone hasta el extremo (lit.). Los más santos son los que más temen la tentación, pues son los que más odian el pecado; sólo con la protección constante de Dios, se siente capaz de guardar sus estatutos (primera repetición de uno de los sinónimos); es muy apropiado aquí el vocablo, ya que el término hebreo procede de una raíz que significa «grabar en piedra», pues desea tener siempre ante los ojos esos estatutos, a fin de no correr la suerte fatídica de Israel siempre que eran culpables de transgredir los estatutos de Dios.

2. Beth (versículos Sal 119:9-16)

Esta estrofa podría llevar por título: Receta para una buena limpieza. La pregunta y la respuesta están de acuerdo con la enseñanza de los Libros Sapienciales.

1. Pregunta el salmista (v. Sal 119:9): «¿Con qué limpiará (mejor, conservará puro) el joven su camino, es decir, su conducta?» Pregunta de enorme transcendencia para todo joven, de tantas maneras tentado cuando aún no ha adquirido experiencia de la vida. La respuesta es muy sencilla: «Con guardar tu palabra» (hebreo, dabar, 8.o sinónimo de «ley»; es un término general para expresar la voluntad de Dios declarada a su pueblo). El Decálogo (gr. diez palabras) es encabezado en Éxo 20:1 con la expresión: «Y habló Dios todas estas palabras …», con lo que a los diez mandamientos, les suelen llamar los judíos «las diez palabras». Sin embargo, el gran mandamiento de Deu 6:4-5, es llamado así (hebreo, mitsvath, singular del mitsuthey considerado en el versículo Sal 119:6). Por eso, todo israelita llegado a la mayoría de edad religiosa 13 años es llamado («Bar Mitsvath» = Hijo del mandamiento, esto es, obligado a cumplirlos). Vemos, pues, que sólo la Palabra de Dios puede conservar puro el corazón de los jóvenes. No sirven para ello ni las leyes de los reyes (aunque sean necesarias para la observancia del orden y de la moral exterior) ni los principios morales de los filósofos.

2. El salmista quiere predicar ahora con el ejemplo, y confiesa (A) que él ha guardado (el verbo hebreo significa aquí «guardar a buen seguro un objeto precioso», verbo mucho más fuerte que el empleado en el versículo Sal 119:9, donde significa «observar, cuidar, vigilar») en su corazón, es decir, en lo más íntimo de su ser, los dichos (hebreo, imráh lit. el dicho . Este es el 9.o y último de los sinónimos usados en el salmo). Aunque suele interpretarse comúnmente como «consigna» o algo parecido, Cohen afirma que es «una variante poética de dabar», con lo que alude al paralelismo que se halla en Isa 5:24, de Torah e imrah. (B) Agrega que ha dado testimonio público («he contado», es decir, referido) de las ordenanzas de la boca de Dios (v. Sal 119:13), que medita y considera los mandamientos y caminos de Dios (v. Sal 119:15), y en ellos se complace y regocija (vv. Sal 119:14, Sal 119:16), y promete (v. Sal 119:16), no olvidar la palabra (lit.) de Dios. ¡Estupenda experiencia! ¡Si cada uno de nosotros buscáramos así a Dios, si así lleváramos en el corazón y en la mente los mandamientos de Dios, atesorándolos y cumpliéndolos, como quien se complace en ellos más que en todas las riquezas (v. Sal 119:14), bien podríamos, como el salmista, decirle entusiasmados a Dios: «¡Bendito tú, Jehová!» (v. Sal 119:12)!

3. Guimel (versículos Sal 119:17-24)

Esta sección podría titularse: Las delicias de la experiencia devota. Aunque esta experiencia no está exenta de sombras, el versículo Sal 119:24 marca la pauta general de la estrofa.

1. El salmista pide a Dios que le conserve la vida a fin de guardar su Palabra (v. Sal 119:17), ya que en ella tiene sus delicias (v. Sal 119:24). Quiere que Dios le quite el velo que le cubre los ojos, a fin de ir hallando, como quien ahonda en una mina de oro, más y más maravilla que extraer de la Ley de Dios (v. Sal 119:18), ya que él se siente como un extranjero que necesita conocer bien las leyes del país (v. Sal 119:19). ¿Quién sino Dios se las puede descubrir, ya que Él las oculta a los que son sabios en su propia opinión, pero las revela a los que las reciben con sencillez infantil (v. Mat 11:25)? Somos, por naturaleza, ciegos para las cosas de Dios, hasta que la gracia divina hace que caigan de nuestros ojos las escamas. Y cuanto más nos abre los ojos, más son las maravillas que hallamos en su ley. Tal es el anhelo que tiene el salmista de conocer los veredictos de Dios, que el continuo deseo le consume el alma (v. Sal 119:20).

2. El salmista pasa a exponer ante Dios un obstáculo que ensombrece sus alegrías. Los magnates influyentes del país se sentaban a murmurar de él (v. Sal 119:23), mientras él meditaba en los estatutos divinos siempre dispuesto a cumplirlos, no sólo porque los amaba, sino porqué ellos le aconsejaban la mejor manera de frustrar los planes de sus enemigos (v. Sal 119:24). Estos son unos soberbios (v. Sal 119:21), pecadores presuntuosos a los que Dios reprocha y resiste; pero no sólo ellos son malditos, sino todos los que se desvían (lit. yerran) de los mandamientos de Dios, pues también éstos sufren su castigo correspondiente, lo cual ya es una maldición. Al ser el oprobio y el menosprecio como un manto que cubre a la persona (v. Sal 109:29), el salmista pide que retire (v. Sal 119:22. El mismo verbo hebreo del versículo Sal 119:18 para quitar el velo de los ojos) esas ignominias, ya que no quiere compartirlas con sus enemigos, puesto que él es fiel a Dios, mientras que ellos son rebeldes.

4. Daleth (versículos Sal 119:25-32)

Aquí el salmista pide luz, vigor, fuerzas, «anchura de corazón». La letra inicial (d) le obliga a mencionar repetidamente el camino (hebreo, dérekh).

1. El camino que conduce al Cielo comporta fatigas, desalientos, peligros y tentaciones, como describe Bunyan en su Pilgrim s Progress. El salmista se siente abatido, hundido (lit. apegado) hasta el polvo, a causa de las contrariedades que sufre (v. Sal 119:25) y pide a Dios que le reanime y le sostenga (v. Sal 119:28). Confiesa que ya ha puesto ante la vista de Dios sus caminos (v. Sal 119:26), sus vicisitudes, y que Dios le ha respondido; lo que le anima a pedir a Dios que le haga conocer bien sus estatutos, el camino de Dios en sus mandamientos (v. Sal 119:27), a fin de ponderar las maravillosas enseñanzas contenidas en la Ley. «Se derrite mi alma de pesadez», dice literalmente (v. Sal 119:28). Bajo el peso de la tristeza y de la ansiedad, el corazón se le enternece hasta disolverse en lágrimas.

2. Puesto que abomina el camino de la mentira (v. Sal 119:29), ya que ha escogido el camino de la verdad (lit. fidelidad), y tiene siempre ante los ojos los veredictos de Dios (v. Sal 119:30), hasta el punto de sentirse apegado (el mismo verbo del v. Sal 119:25 y de Gén 2:24 «… se apegará a su mujer») a los testimonios divinos, pide a Jehová que no le avergüence, sino que le conceda el favor que le pide, a fin de que no se rían de él sus enemigos como si estuviese dejado de la mano de Dios (v. Sal 119:31). Poner delante de nosotros los veredictos de Dios es como si pusiésemos delante de los ojos el modelo que hemos de copiar cuando aprendemos a escribir, y como tiene el arquitecto ante sí el modelo del edificio que piensa construir. Mirar constantemente al modelo hace que un creyente sea firme y estable.

3. Especialmente notable es el versículo Sal 119:32 en que el salmista piensa en correr por el camino de los mandamientos, es decir, obedecer con el mayor gusto, con la mayor prontitud y alegría, la voluntad de Dios, cuando (o, porque) Dios le ensanchará el corazón. En todo caso, no es una frase condicional («si Dios le ensancha el corazón»); el salmista está seguro de ello. «Ensancharse el corazón» (comp. con Isa 60:5; 2Co 6:11) se entiende mejor si lo comparamos con la metáfora opuesta: «encogerse el corazón». Indica primordialmente verse libre de apuros y problemas, a fin de tener mayor espacio para concentrar las energías y gozar de la libertad necesaria en orden a llevar a cabo lo que amamos. El verdadero cristiano es optimista, pues sabe que Dios le da sabiduría (v. 1Re 4:29, donde se le llama anchura de corazón) y el amor que, por su Espíritu, derrama en nuestros corazones (Rom 5:5). El amor de Dios y el gozo en el cumplimiento de su Ley son las ruedas y el motor de nuestra obediencia.

5. He (

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