Salmos 119:33 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

Estudio Bíblico | Explicación de Salmos 119:33 | Comentario Bíblico Online

Esta estrofa podía llevar por título: La necesidad de ser enseñado y guiado. Aquí la necesidad de usar muchas veces la letra h obliga al salmista a echar mano de la forma Hiphil de los verbos con bastante frecuencia. Dicha forma tiene sentido causativo («hacer que …»), como iremos viendo en esta estrofa.

1. El salmista pide a Dios que le instruya (v. Sal 119:33), que le haga entender (v. Sal 119:34) los mandamientos y le haga caminar (v. Sal 119:35) por ellos, ya que se complace en ellos (v. Sal 119:35); así los guardará hasta el fin (v. Sal 119:33, comp. con v. Sal 119:112) mejor que «como una recompensa» (aunque no puede descartarse esta versión del vocablo équeb, en el sentido de que el cumplimiento del deber tiene en sí mismo la recompensa, como el pecado lleva en sí mismo la pena).

2. Consciente de que, de por sí mismo, no puede obrar el bien, pide a Dios que incline su corazón (como el «arrastre» de Jua 6:44) a sus testimonios (v. Sal 119:36), a lo que esos testimonios prescriben, no a «la ganancia» (lit.), especialmente a la que se adquiere por medios deshonestos. La codicia es raíz de muchos otros pecados; pues es contraria a muchos mandamientos. Quienes deseen tener bien arraigado en el corazón el amor de Dios, han de tener desarraigado del corazón el amor al mundo (1Jn 2:15).

3. En ese mismo tono, pide que Dios le haga volver (lit. pasar) los ojos de mirar vanidades (v. Sal 119:37), es decir, cosas que no tienen valor real si se las compara con las cosas de Dios, y que le avive en el camino de Dios, es decir, que le fortalezca y le afiance en la senda de la virtud para vencer las tentaciones que presentan dichas vanidades. Así como la mirada de las vanidades infecta de vanidad el corazón, así también el corazón débil en el servicio de Dios no tiene fuerza para resistir la atracción de las vanidades.

4. Al profesar ser siervo de Jehová (v. Sal 119:38), le pide que le cumpla las promesas (lit. el dicho, hebreo, imrah) que pertenecen a los que reverencian a Dios (lit. que (es) para el temor de ti). No es arrogancia pedir a Dios las promesas que Él mismo ha hecho; no tenemos por qué pedir más, pero tampoco tenemos por qué contentarnos con menos.

5. Como ya lo había hecho antes (v. Sal 119:22), vuelve a pedir que Dios haga pasar (el mismo verbo del v. Sal 119:37) el oprobio, la mofa que de él hacen sus enemigos, ya que las ordenanzas divinas son buenas, es decir, benefician a quienes se someten a ellas, como él lo hace (v. Sal 119:39) y, puesto que él anhela los preceptos (lit.) divinos (v. Sal 119:40), bien puede pedir que Dios le sostenga a él, como a siervo fiel, en su justicia, es decir, como Dios y Dueño justo que es. Podría tener un doble sentido (a) en tus justos juicios; (b) conforme a tus justas promesas.

6. Vau (versículos Sal 119:41-48)

A esta sección podríamos ponerle por título: El coraje necesario para dar testimonio. En efecto:

1. Pide el favor de Dios (v. Sal 119:41) contenido en sus promesas (lit. en su dicho imrah ), precisamente para estar más animado a dar testimonio de la bondad de Dios ante los que quieren avergonzarle (v. Sal 119:42). Con esta esperanza (v. Sal 119:43), está seguro de que no se le irá de la boca la palabra de verdad, es decir, un testimonio sincero y veraz de lo que Dios ha hecho por él, lo cual sería difícil de cumplir si le faltase la manifestación del favor de Dios hacia él. Seguro de haber sido escuchado, hace una promesa firme (v. Sal 119:44), y usa los tres vocablos que indican continuidad de por vida: «tamid» = siempre, «leolam» = para siempre, y «ed»= perpetuamente (el mismo vocablo de Isa 9:6 «… perpetuamente Padre»).

2. Esto le dará ánimo y coraje (v. Sal 119:45): «Y andaré por ancho campo (de la misma raíz que el vocablo del v. Sal 119:32), es decir, libre de ansiedades porque busqué (comp. con v. Sal 119:2) tus preceptos. Y, como el que teme a Dios, no tiene por qué temer a nadie, se siente ya con el coraje necesario para dar testimonio delante de reyes (v. Sal 119:46), como lo dieron los compañeros de Daniel ante Nabucodonosor (Dan 3:16), los Apóstoles ante las autoridades judías (Hch 4:20), y el Apóstol Pablo ante el rey Agripa (Hch 26:1-32).

3. Repite, una vez más (vv. Sal 119:47, Sal 119:48), el amor que profesa a la Ley de Dios, el deleite que siente en cumplirla y meditarla, hasta el punto de que quiere alzar las palmas de las manos (lit.) hacia los divinos mandamientos (y repite la frase del v. Sal 119:47: «que he amado») en actitud de intensa devoción, de empeño decidido. «La frase dice Cohen denota de ordinario la actitud de oración.» «Casi diviniza la Ley comenta Arconada al prometer alzar a ella sus manos, en gesto de oración» (cf. Sal 28:2).

7. Zain (versículos Sal 119:49-56)

Esta sección puede llevar por título: La fuente del consuelo y de la esperanza. Nótese las veces que estas palabras ocurren aquí y el bellísimo versículo Sal 119:54.

1. El salmista comienza con un verbo que va a repetir (zacar, ya que la letra de esta sección es la z): «Acuérdate de la palabra (aquí dabar, pero en sentido de «promesa», como en otros lugares imrah) dada a tu siervo, en la que me has hecho esperar (lit.) es decir poner la esperanza» (v. Sal 119:49). La promesa de Dios le había infundido esperanza; ahora pide a Dios que, puesto que su Palabra es fiel y no puede violar su promesa, ha de recordarla para librarle de la decepción que sufriría si no se cumpliera. En las crisis pasadas, esa promesa le había reanimado, vivificado (comp. vv. Sal 119:17, Sal 119:25, Sal 119:28, Sal 119:37, Sal 119:40); por eso, sabe que tendrá ahora el mismo efecto (v. Sal 119:50), y en ella halla el consuelo en su aflicción.

2. Ese consuelo le sustenta (v. Sal 119:52), pues recuerda experiencias pasadas («tus juicios de otro tiempo»), en que Dios le había sacado a campo ancho cuando sus enemigos se burlaban de él y hablaban mal de él (v. Sal 119:51, comp. con v. Sal 119:23). Lo que más siente él con respecto a sus enemigos, y lo que le enfurece (v. Sal 119:53) hasta hacerle derramar ríos de lágrimas (v. Sal 119:136) es el desacato con que estos impíos tratan la Ley de Dios. ¡Ojalá sintiésemos nosotros la misma santa indignación al ver hollada de tantos modos la santa Ley de Dios! Pero no es difícil indignarse cuando son otros los que la huellan; ¿nos indignamos también contra nosotros mismos cuando pecamos?

3. El consuelo que el salmista recibe de las promesas de Dios sube de punto cuando lo transfiere al cumplimiento mismo de la Ley (A) El obedecer los preceptos de Dios lo estima como lo mejor que tiene (v. Sal 119:56). Incluso durante la noche, no le abandona el recuerdo de Dios y de la Ley (v. Sal 119:55), pero lo más grandioso es que «los estatutos» de Dios le infunden tal gozo y tal consuelo que son sus cantares, le inspiran a cantar (comp. con Hch 16:25), en la casa de su peregrinaje» (lit.), es decir, en la morada en que se siente como peregrino, o extranjero (v. Sal 119:54, comp. con el v. Sal 119:19 donde el vocablo es de la misma raíz que aquí).

8. Jeth (versículos Sal 119:57-64)

Yates titula esta sección: La decisión de ser fiel. En ella vemos:

1. Que el salmista, como David (Sal 16:5), ha escogido por heredad a Jehová (v. Sal 119:57), por lo que busca de todo corazón la presencia de Dios (v. Sal 119:58) y expresa su promesa de fidelidad: He prometido guardar, cumplir, tus palabras (v. Sal 119:57). Cabe una versión diferente: «Mi porción, Jehová, me dije, es observar tus palabras». En todo caso, el salmista hace de la Ley de Dios su norma y a ella se adhiere de todo corazón, y depende de Dios en cuanto al cumplimiento de ella.

2. Sin embargo, se da cuenta de que sus caminos dejan algo que desear por lo que expresa su propósito de hacer volver sus pies (v. Sal 119:59) a los testimonios de Dios. De alguna manera, había caído atrapado en las redes de los malvados (v. Sal 119:61) y, después de examinar a fondo su propia conducta (v. Sal 119:59), se apresura a abandonar el mal camino que comenzaba a seguir y no quiere retrasarse, sino ganar el tiempo perdido (v. Sal 119:60).

3. Implora, por ello, la misericordia (lit. el favor la gracia) de Dios, ya que de su amor misericordioso (v. Sal 119:64, diferente vocablo del que sale aquí, v. Sal 119:58) está llena la tierra por lo que se siente animado a pedir el favor de un Dios que está lleno de bondad hacia todas sus criaturas, ahora que él se ve acuciado por el peligro de faltar a su promesa de fidelidad. Alega a su favor que, a pesar de la presión que sobre él han ejercido los malvados, (A) no se ha olvidado de la Ley de Jehová (v. Sal 119:61), sino que, (B) acorta el tiempo de su descanso nocturno y se levanta (comp. v. Sal 119:55) para darle gracias (lit.) por sus justos juicios (v. Sal 119:62), es decir, por las ordenanzas de la Providencia en cualquier circunstancia, y (C) escoge por compañeros suyos a los que, como él, temen a Dios y guardan sus mandamientos (v. Sal 119:63); eran sus amigos, no tanto por estar a su favor como por ser temerosos de Dios.

9. Teth (versículos Sal 119:65-72)

Esta estrofa puede titularse: La disciplina de la aflicción. Aquí el salmista:

1. Agradece a Dios el favor que le ha dispensado. Aun cuando el verbo «dar gracias» no ocurre ni una sola vez en esta sección, toda ella está llena de agradecimiento: «Has tratado bien a tu siervo» (v. Sal 119:65). El favor de Dios hacia nosotros se muestra tanto en lo que nos agrada como en lo que nos duele. «Bueno eres tú y bienhechor», dice luego (v. Sal 119:68). Y así a lo largo de toda la estrofa.

2. Reconoce que fue un gran bien para él haber sido humillado (v. Sal 119:71, comp. con v. Sal 119:67). Su desviación del camino recto (v. Sal 119:59) tuvo como consecuencia la aflicción que Dios le envió, y esta aflicción le hizo volver en sí, como al Hijo Pródigo de Luc 15:11., y dirigir sus pies a someterse de nuevo a las normas divinas (vv. Sal 119:59, Sal 119:67, Sal 119:71).

3. Lo que le ayuda siempre a recobrarse es que estima la Ley de Dios más que todas las riquezas del mundo (v. Sal 119:72, comp. con v. Sal 119:14); de ahí el deleite que experimenta en el cumplimiento de la Ley (vv. Sal 119:66, Sal 119:67, Sal 119:69, Sal 119:70) y la repugnancia que le causan los calumniadores (v. Sal 119:69) y los que tienen embotado el corazón (lit. «gordo como la grasa»), es decir, impermeable a todo ideal ético.

4. Como todo buen creyente, desea conocer más y mejor la Ley de Dios, por lo que le pide que le enseñe (A) no sólo a través de la aflicción (vv. Sal 119:67, Sal 119:71), sino (B) concediéndole buen discernimiento (lit. bondad de gusto como cuando decimos de una persona de buen sentido: «¡Qué buen gusto tiene!» ) y conocimiento (hebreo, dáath), en sentido de penetración cordial, experimental, como siempre en las Escrituras (v. Sal 119:66). No todo el que tiene buen conocimiento tiene buen gusto y viceversa. Poseer ambas cosas es un gran favor de Dios: buen corazón con buena cabeza. (C) De nuevo (v. Sal 119:68): «Enséñame tus estatutos». Puesto que en sus palabras revela Dios su bondad, el salmista está deseoso de que Dios le instruya en sus preceptos.

10. Yod (versículos Sal 119:73-80)

Aunque Yates titula esta sección: «La justicia de la retribución», le iría mejor el título: «La voz del deseo», pues la necesidad de encabezar los versículos con la letra yod lleva al salmista a emplear con mucha frecuencia los imperfectos llamados «yusivos» u optativos, que comienzan por dicha letra.

1. Empieza por una confesión de que le debe a Dios el ser (comp. con Job 10:8; Sal 139:15, Sal 139:16): «Tus manos me hicieron y me dieron forma» (lit.), por lo cual precisamente necesita saber cuál es el objetivo que Dios se ha propuesto al crearlo y cuál es su deber para con Dios (v. Sal 119:73). Se repite así la petición de los versículos Sal 119:12, Sal 119:19, Sal 119:27, Sal 119:33, Sal 119:34, Sal 119:64, Sal 119:66, Sal 119:68.

2. Renueva también su reconocimiento del bien que le ha hecho la aflicción (v. Sal 119:75, comp. con v. Sal 119:71), pues en ella ha mostrado Dios, no sólo su justicia en castigar el pecado, sino también su fidelidad al modo de corregir a su pueblo (comp. con Heb 12:10, Heb 12:11).

3. Apela al consuelo, al favor y al amor misericordioso de Dios (vv. Sal 119:76, Sal 119:77), puesto que en la Palabra de Dios tiene puesta su esperanza (v. Sal 119:74), su delicia (v. Sal 119:77) y su meditación (v. Sal 119:78). Con ese favor de Dios, (A) Él no quedará avergonzado (v. Sal 119:80), mientras caerá la vergüenza sobre los orgullosos que le han calumniado (v. Sal 119:78, comp. con vv. Sal 119:69, Sal 119:70); (B) Los que temen a Dios, como él, se alegrarán al verle, se animarán más y más a cumplir la Ley (v. Sal 119:74) y se volverán a él (v. Sal 119:79), es decir, seguirán su ejemplo de constancia y fidelidad a Dios y a su Ley, cuando su fe se tambalee como resultado de las actividades de los soberbios.

11. Caf (versículos Sal 119:81-88)

Esta sección puede llevar el título de «Un rayo de esperanza en medio de las tinieblas». El salmista se siente deprimido ante la gran tribulación que le aflige. Las imágenes son muy expresivas.

1. Se siente desfallecer a lo largo de toda esta estrofa. (A) Su alma, su persona, se consume de ansias por verse a salvo de la presente aflicción; éste es el sentido del versículo Sal 119:81, con una nota de esperanza. (B) El mismo verbo («consumirse, desfallecer, morirse de ansias de …») ocurre en el versículo Sal 119:82 (comp. con v. Sal 119:123): Su vista desfallece de tanto esperar un alivio que tarda en llegar: «… ¿cuándo me consolarás?». (C) Se siente arrugado y encogido, como un odre ahumado (v. Sal 119:83). Dice Cohen: «En el Oriente, los recipientes se hacen de piel y, cuando no se usan, se cuelgan en la habitación que no tiene chimenea para el escape del humo, con lo que se encogen». Comenta Arconada que, de este modo, «el vino mejoraba y tomaba sabor», pero el salmista sólo piensa en el daño que le produce la aflicción, la cual parece seguir implacable.

2. En efecto, sus enemigos (A) le han cavado fosas, lo cual es contra la ley (v. Sal 119:85, comp. con Éxo 21:33, Éxo 21:34), a fin de hacerle caer; (B) le persiguen sin causa (v. Sal 119:86, comp. con v. Sal 119:78); y (C) Han estado a punto de extirparle (lit. consumirle el mismo verbo de los versículos Sal 119:81 y Sal 119:82 ) de la tierra. (D) De tal forma le afligen que pregunta a Dios (v. Sal 119:84): «¿Cuántos son los días de tu siervo?» La respuesta se adivina a la vista de la segunda parte del versículo. Es como si dijera: «Puesto que mis días son tan pocos, date prisa, Señor, a ayudarme y vindicarme, de lo contrario, vas a llegar demasiado tarde». (E) En esto, apela a la fidelidad (lit.) de Dios, que resplandece en sus ordenanzas (v. Sal 119:86), en otras palabras, en contraste con la falsedad de los que no proceden según la Ley de Dios (v. Sal 119:85), el salmista recurre al Dios que ha dado mandamientos basados en la verdad y en la fidelidad.

3. En medio de su aflicción y desconsuelo, junto a la nota de esperanza (vv. Sal 119:81, Sal 119:88), se advierte una y otra vez la resolución del salmista de observar los mandamientos de Dios, a pesar de todo (vv. Sal 119:83, Sal 119:87, Sal 119:88). En realidad, el objetivo primordial de su permanencia en este mundo lo cifra el salmista en cumplir la voluntad de Dios, y por eso le pide que le vivifique, conforme a su amor misericordioso, para observar (es la interpretación más probable) los testimonios de la boca de Dios (v. Sal 119:88).

12. Lámed (versículos Sal 119:89-96)

Esta estrofa, donde el optimismo contrasta con la depresión de la sección anterior, podría llevar por título: «El triunfo de la fe».

1. El salmista comienza con un entusiasta reconocimiento de la fidelidad de Dios (vv. Sal 119:89-91), la cual tiene los caracteres de (A) celestial (v. Sal 119:89) y, por tanto, inmutable como los cielos; (B) eterna: de generación en generación, a perpetuidad, como la tierra cuyo fundamento ha sido puesto por Dios (v. Sal 119:90); (C) soberana, pues los cielos y la tierra, con todo lo que contienen, así como las vicisitudes de la historia, todo ello sirve a los propósitos de la voluntad de Dios (v. Sal 119:91). La fidelidad es la verdad de Dios (ambos vocablos tienen en hebreo la misma raíz: amán, estar seguro), y Dios no puede mentir ni contradecirse a Sí mismo: Dios es la verdad (comp. con Jua 14:6). Y la Palabra de Dios: sus promesas y sus normas, participan de las cualidades divinas. Todo lo creado, por perfecto que sea, tiene un límite; la Palabra de Dios no lo tiene (v. Sal 119:96)

2. La Biblia es un buen compañero en todo tiempo. El salmista reconoce que, si la ley de Dios no hubiese sido su delicia, habría perecido en su desdicha (v. Sal 119:92) pues habría carecido de fuerzas para continuar en la brecha, mientras que los mandamientos de Dios le dan la vida (v. Sal 119:93). Aquí vemos que el mejor remedio contra el mal recuerdo es el buen afecto.

3. El mismo remedio halla el salmista al recordar los muchos males que contra él han tramado los malvados (v. Sal 119:95): el prestar constante atención a los testimonios de Dios es el mejor medio de escapar del peligro en que sus arrogantes enemigos querían hacerle caer.

13. Mem (versículos Sal 119:97-104)

Esta estrofa podría llevar por título: La Ley, fuente de sabiduría. Dos detalles destacan aquí: (A) Esta es la primera estrofa que no contiene ninguna petición; (B) Tampoco se halla en ella ninguna queja.

1. El salmista comienza expresando enfáticamente su amor a la ley de Dios. No sólo medita en ella todo el día (v. Sal 119:97), sino que la paladea como un manjar, y le sabe mejor que la miel (v. Sal 119:103). Cada uno piensa constantemente en aquello que ama; por eso, la constante meditación de la Ley era una prueba clara de que el salmista amaba verdaderamente la Ley, y la Ley le resultaba a su paladar espiritual más dulce que la miel. En efecto, el manjar corporal llega a saciar, y con la hartura viene la repugnancia, pero el manjar espiritual nunca harta, sino que cuanto más se alimenta uno de él, tanto mayor es el apetito que de él tiene; así que no es de extrañar que ocupe su atención continuamente.

2. La razón principal de su amor a la Ley, según la expresa aquí el salmista, es que la Ley (en sus múltiples sinónimos) le hace más sabio que sus enemigos (v. Sal 119:98), y por eso, tiene mayor discernimiento que sus maestros (v. Sal 119:99), y más sensatez que los ancianos (v. Sal 119:100), puesto que éstos extraen su cordura de la experiencia que la vida les ha proporcionado, mientras que el salmista debe su sabiduría a la obediencia a la voluntad de Dios (vv. Sal 119:98, Sal 119:99, Sal 119:100, Sal 119:104 y, especialmente, Sal 119:102). Se cumple aquí lo que dijo el Señor Jesús (Jua 7:17): «El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá, etc.» (v. en el volumen correspondiente el comentario a este versículo). El amor a la verdad prepara el camino para la luz de la mente: «los de corazón limpio verán a Dios» (Mat 5:8). No se hace ninguna injuria a los maestros cuando se les llega a sobrepasar en sabiduría, pues todo buen maestro se alegra de los progresos de sus discípulos y, por otra parte, se les enseña a los maestros mismos que la fuente de la verdadera sabiduría se halla en la observancia de los mandamientos más bien que en el conocimiento intelectual de las Escrituras.

14. Nun (versículos Sal 119:105-112)

El versículo Sal 119:105 parece empalmar con la sección anterior y nos permite titular la presente: La luz de la vida. Siguen quejas y peticiones, con un final parecido al de la estrofa anterior.

1. El salmista comienza con una afirmación que hace del versículo Sal 119:105 uno de los más conocidos de toda la Biblia: «Lámpara (es) para mis pies tu palabra, y luz para mi senda» (lit.). Comp. con Pro 6:23. Por aquí vemos la naturaleza de la Palabra de Dios: lámpara y luz. Nos descubre, con respecto a Dios y a nosotros mismos, lo que de otro modo no habríamos podido llegar a conocer. El mandamiento es una lámpara que luce y arde con el aceite del Espíritu Santo; es como las lámparas del santuario y la columna de fuego en el desierto (comp. con 2Pe 1:19). No solamente ha de ser luz para nuestros ojos, a fin de que disfruten de un bello panorama, sino para nuestros pies, a fin de que sepamos dónde los hemos de poner, y para nuestra senda, para que que no nos extraviemos.

2. Con la luz por guía, el salmista promete no desviarse de la senda que la Ley le muestra (vv. Sal 119:106, Sal 119:109, Sal 119:110, Sal 119:111, Sal 119:112), pues es esa Ley precisamente la que le sostiene en medio de su aflicción (vv. Sal 119:107, Sal 119:109, Sal 119:110). Tres detalles merecen nuestra consideración: (A) La frase del versículo Sal 119:109: «Mi alma (mi vida) está continuamente en mi mano» (lit.), es decir, en peligro de muerte, nos recuerda frases similares en Jue 12:3 y 1Sa 19:5. (B) El versículo Sal 119:111 nos recuerda Deu 33:4 y da claramente a entender que este piadoso israelita estimaba la incorruptible heredad de la Ley de Dios mucho más que la tierra de Canaán, que ahora se hallaba en poder de extraños. (C) El versículo Sal 119:112 acaba, como el versículo Sal 119:33, con el vocablo hebreo équeb; por lo que admite, igual que allí, una doble versión: (a) hasta el fin; o: (b) como una recompensa.

15. Sámec (versículos Sal 119:113-120)

Esta sección puede llevar por título: El estímulo de la lealtad.

1. La lealtad del salmista se echa de ver (A) En el santo odio que abriga contra los de doblez de mente (v. Sal 119:113, lit. Comp. con 1Re 18:21, donde se halla la misma raíz hebrea en la pregunta que Elías hace al pueblo). Aunque no sabemos a quiénes se refiere, la expresión indica personas que estaban indecisas en su culto y servicio al verdadero Dios; (B) en su deseo (v. Sal 119:115, comp. con Sal 6:8) de estar alejado, cuanto más mejor, de los malvados. Sabía muy bien que las malas compañías corrompen las buenas costumbres (1Co 15:33) y quería verse alejado del contagio; (C) especialmente, en su decisión firme, valiente, de observar la Ley (v. especialmente el v. Sal 119:115). Nótese la frase: «Y guardaré (lit.) los mandamientos de mi Dios». Como un buen soldado o, mejor, como un valiente santo, pues la verdadera bravura consiste en la firme resolución de obedecer la voluntad de Dios y evitar el pecado.

2. El estímulo para esa lealtad lo halla el salmista (A) En Dios mismo, quien es su refugio y escudo (v. Sal 119:114), su sostén y apoyo (vv. Sal 119:116, Sal 119:117) y su vindicador (vv. Sal 119:118, Sal 119:119); pues él rechaza (mejor que «deshace» (v. Sal 119:118) y hace cesar (v. Sal 119:119. Lit.) a los malvados como quien separa la escoria del metal para refinarlo. Eso es lo que Dios hace con los malvados y, comoquiera que el salmista no desea correr la suerte de ellos, ama los testimonios de Dios (v. Sal 119:119). ¿Tenía ante sí la profecía de Eze 22:17-22? En todo caso, la imagen de la escoria es la misma. (B) En la Palabra de Dios, la cual es su esperanza (v. Sal 119:114, comp. con v. Sal 119:74); en esa Palabra confía, para no verse avergonzado de su esperanza (v. Sal 119:116). (C) finalmente, en el castigo que sufren los desobedientes (vv. Sal 119:118-120), lo cual se palpa especialmente en el versículo Sal 119:120, que cierra la sección: «Mi carne se estremece por temor de ti, y de tus juicios tengo miedo». El salmista se estremecía al contemplar el castigo de los malvados y abrigaba un santo temor de los juicios de Dios, ya se trate de las «sentencias» contra los malvados o de las «leyes» conforme a las cuales son juzgados. Dice Kirkpatrick: «El temor reverente es el correcto complemento del santo amor».

16. Ayin (versículos Sal 119:121-128)

El título de esta sección podría ser: Es tiempo de intervenir.

1. En efecto, el salmista lo dice expresamente (v. Sal 119:126): «Es hora de actuar, Jehová». La misma nota de urgencia se advierte en los versículos Sal 119:121-124, donde se apela: (A) A la conducta que él mismo viene observando sin desmayo: «Juicio y justicia he practicado» (v. Sal 119:121), las cualidades que Dios ama (Sal 33:5) y que son el cimiento del trono de Dios (Sal 89:14) por lo que bien puede apelar a su integridad, a fin de que Dios ejercite esas mismas perfecciones que son el fundamento de su trono y le saque del aprieto en que se halla; (B) a la promesa divina (v. Sal 119:123): «Mis ojos desfallecen (el mismo verbo del v. Sal 119:82) por (o, para, es decir, en anhelos de) tu salvación y tu dicho (lit.) justo» = la promesa de Dios garantizada por la justicia de Dios. De ahí que interponga su condición de «siervo» de Jehová (vv. Sal 119:122, Sal 119:124, Sal 119:125); (C) al amor misericordioso de Dios, ya que se reconoce indigno de alcanzar la salvación por sí mismo, mientras pide mayor instrucción a fin de que su conducta merezca, de algún modo, la aprobación de Dios (vv. Sal 119:124, Sal 119:125).

2. En toda la sección se nota el mismo tono de apuro de algunas de las estrofas anteriores. Acecha el peligro de que los soberbios le opriman (v. Sal 119:122). Pero lo que más le estimula a urgir a Dios a actuar es ver que esos soberbios violan, quebrantan con descaro, la Ley (v. Sal 119:126).

3. Una vez más, expresa su amor a los mandamientos divinos («más que el oro fino»), su docilidad para dejarse guiar rectamente por todos los preceptos divinos, en lo concerniente a todas las cosas (lit., según la versión más probable de la concisa frase hebrea); y, como todo el que se adhiere firmemente a la verdad, aborrece todo camino falso, engañoso (v. Sal 119:128). Es de advertir que la conjunción causal hebrea alkén = «por eso», no tiene aquí (vv. Sal 119:127, Sal 119:128) precisamente un sentido causal o consecutivo, sino que la emplea el salmista porque le viene bien para el acróstico, ya que comienza por la letra ayin, que domina toda la sección.

17. Pe (versículos Sal 119:129-136)

Esta sección puede titularse: La Maravilla de la Iluminación, según la bella imagen del versículo Sal 119:130, en cuanto a la Palabra de Dios, y la petición del versículo Sal 119:135, en cuanto al rostro de Dios.

1. Como en el versículo Sal 119:138, el salmista queda encantado de lo maravillosos que son los testimonios de Dios (v. Sal 119:129); por eso, los guarda, como quien custodia y asegura un tesoro. Esos testimonios son tan luminosos que hacen sabio al sencillo (v. Sal 119:130, comp. con Sal 19:7), es decir, al «ingenuo», sin experiencia, que se deja influir de toda clase de opiniones y doctrinas. Esa iluminación se debe a que «el portal de tus palabras (lit.) da luz» (lit.), dice el salmista. Comenta W. T. Davies: «En Palestina, las casas, en su mayoría, carecen de ventanas, y la luz entra por el portal. Entra luz por la Palabra de Dios del mismo modo que la luz del sol entra por un portal oriental». Hay otra luz que el salmista desea para disipar las tinieblas de la opresión: la del rostro de Dios (v. Sal 119:135, comp. con Sal 80:3 y Núm 6:25), que proporciona salvación.

2. A la petición que acabamos de comentar, añade otra («y enséñame tus estatutos» v. Sal 119:135 ), con lo que da a entender una vez más el amor que abriga hacia la Ley de Dios. Véase la bella imagen con que lo expresa en el versículo Sal 119:131: «Mi boca abrí de par en par y aspiré con afán» (no es el mismo verbo de Sal 42:1). ¿Para qué? Para sorber el alimento espiritual que la Ley de Dios proporciona: «Porque anhelaba tus mandamientos».

3. Como en otras secciones, el salmista, además de luz, pide protección (v. Sal 119:132): «Vuélvete hacia mí y concédeme tu favor» (lit., comp. con Sal 25:16; Sal 86:16). Implora el favor de Dios, ya que sabe que con sólo que Dios vuelva hacia él su rostro, será librado. Apela a la ley que Dios mismo se ha impuesto a Sí mismo de socorrer a los que le aman (v. Sal 119:132). Lo hace explícitamente en el versículo Sal 119:134, donde habla de la «opresión» de los hombres, que podría resultarle un obstáculo para la observancia de los mandamientos de Dios. La misma protección demanda en el versículo Sal 119:133: «Afianza mis pasos con tu palabra» (lit. con tu dicho). El verbo podría traducirse mejor por: «ordena» o «guía». La idea no cambia: Ya que Dios le ha puesto en la senda recta con su Palabra, pide que le siga guiando, con su Palabra y con su gracia, por esa misma senda. De esa manera, ninguna iniquidad (hebreo, aven), es decir, ninguna infracción de la ley, se enseñoreará de él; prevalecerá sobre él con los halagos de la tentación. Lo que más le duele, como ya ha insinuado en otros lugares (v. por ej. vv. Sal 119:85 y Sal 119:126), es la violación de la ley divina por parte de los malvados; tanto que de sus ojos han descendido ríos de agua (hebreo, palguey máyim, la misma frase de Pro 21:1. V. el comentario a dicho versículo), es decir, de lágrimas, por los que no guardan la ley de Dios (v. Sal 119:136). Compárese con versículo Sal 119:139 y, en especial, con Lam 3:48. No llora por la opresión que sobre él ejercen los malvados, sino por la iniquidad de esos malvados.

18. Tsade (versículos Sal 119:137-144)

Yates titula esta sección: El reto de la justicia. En efecto,

1. El salmista, en contraste con los inicuos, con los quebrantadores de la ley, de quienes acaba de hablar en el versículo Sal 119:136, resalta el carácter de Dios como un Dios justo y, por eso, son justos, rectos, fieles, sus juicios y sus testimonios; y lo son eternamente (vv. Sal 119:137, Sal 119:138, Sal 119:142 y Sal 119:144). Es muy notable el singular hebreo yashar, recto, al ser plural el sustantivo mishpatey = juicios, lo que significa que cada uno de sus juicios, según Ibn Ezra, o el conjunto compacto de esos juicios, es recto. Hay aquí una ecuación de palabra de Dios y justicia, a la que sigue otra ecuación de palabra y verdad (v. Sal 119:142), que ya vimos en Sal 19:9, y se repite en los versículos Sal 119:151 y Sal 119:160 de este salmo, y llega hasta Jua 17:17. Aquí tenemos un gran principio de conducta: La Palabra de Dios, al ser verdad, ha de gobernar los pensamientos y dirigir los movimientos todos de la persona; y, para que la autoridad de esa verdad no resulte ineficaz ante la debilidad de la carne, queda reforzada por una ley que ata la voluntad y la lleva a sumisión.

2. El salmista expresa un segundo contraste entre su propia pequeñez y miseria sobre todo, por el desprecio que hacia él muestran sus semejantes (v. Sal 119:141) y la palabra acrisolada, es decir, libre de toda escoria, de Dios. A pesar de esta desproporción, el salmista asegura que no se olvida de los preceptos (lit.) divinos; (v. Sal 119:141); más aún, como ya ha expresado otras veces, los mandamientos de Dios son sus delicias, aun en medio de la aflicción y de la angustia que se habían apoderado de él (v. Sal 119:143). Este mismo era el consuelo con que el Apóstol se sentía confortado para consolar a otros en medio de la tribulación (2Co 1:3-11).

3. Como en otros lugares, declara también su amor a la Palabra de Dios (v. Sal 119:140: «la ama tu siervo»); por ello, también una vez más, pide entendimiento (no revelación, pues tiene suficiente), para vivir (v. Sal 119:144) y cumplir los preceptos de la Ley, pues Lev 18:5 (citado en Rom 10:5) dice de parte de Dios: «Por tanto, guardaréis mis estatutos y mis ordenanzas, los cuales haciendo el hombre, vivirá por ellos». En el cumplimiento de la ley hay vida. Si el hombre no se salva por la ley, es porque ninguno la cumple; y como la ley, de suyo, no da fuerza para luchar contra el pecado, sino que se reduce a darlo a conocer y a diagnosticarlo, necesitamos la gracia y el poder del Espíritu que se dan a los creyentes (v. Rom 3:9-31; Efe 2:1-10, entre otros lugares).

4. El amor a la ley de Dios le lleva, como siempre, a una tremenda tristeza por el quebrantamiento que de la ley hacen los malvados (v. Sal 119:139): «Mi celo me ha consumido (comp. con Sal 69:9; Jua 2:17), porque mis enemigos se olvidaron de tus palabras». Es la primera vez que en este salmo los llama «mis adversarios» (lit. Hebreo, tsaray), aunque en el versículo Sal 119:98 los había llamado «mis enemigos» (hebreo, oybay). Enemigos y adversarios suyos eran, más por ser enemigos de Dios y de su ley que por la dura aflicción con que le oprimían a él.

19. Cof (más exacto, QOF versículos Sal 119:145-152)

No es fácil poner título a esta sección. Yates la titula: Seguridad que procede de la oración. Lo cierto es que la oración o, mejor, el clamor de la oración, domina toda la estrofa.

1. «Clamo con todo el corazón (lit.); respóndeme, Jehová; guardaré tus estatutos», dice el salmista (v. Sal 119:145). Y añade (v. Sal 119:146): «A ti clamo; sálvame, y guardaré tus testimonios». Es de observar aquí: (A) Que el sentido de la última frase no es: «Si me salvas, guardaré tus testimonios», sino: «sálvame para guardar tus testimonios». Lo mismo ha de decirse del versículo Sal 119:145, donde la conjunción «y» falta en el hebreo y en el versículo Sal 119:148, donde está expresa la partícula le, para (conjunción final). (B) La gran urgencia con que el salmista ora a Dios, como se echa de ver, no sólo por los versículos Sal 119:145 y Sal 119:146, ya citados, sino también por el comienzo de los versículos Sal 119:147, Sal 119:148 y Sal 119:149. La frase «me anticipo, etc.», significa que madrugaba para orar y, además, interrumpía el sueño de la noche para clamar a Dios (comp. con Sal 63:6) y meditar en su ley. Ello nos indica que las cosas de Dios le ocupaban totalmente el pensamiento y que lo primero que hacía, al levantarse, antes de dedicarse a cualquier otro asunto, era orar ¡Buen ejemplo para nosotros, los cristianos!

2. En medio de este clamor de la oración, se advierte la nota de esperanza: «Espero en tus palabras» (v. Sal 119:147). Así dice el texto, aunque el circulito blanco da a entender que los judíos lo leen en singular, en el sentido de «promesa» de salvar a quienes invocan a Jehová. Aunque la respuesta de Dios no venía de inmediato, su esperanza le estimulaba para seguir orando. En la misma palabra de Dios se apoya para pedirle que le vivifique (v. Sal 119:149, comp. con vv. Sal 119:25, Sal 119:37, etc.). El mismo tono se advierte en los versículos Sal 119:151, Sal 119:152: «Cercano estás tú, Jehová, para salvarme, como mis enemigos están cercanos (v. Sal 119:150) para atacarme, pero no tengo miedo, porque ellos están alejados de tu ley (v. Sal 119:150), mientras que yo amo tu ley (v. Sal 119:140, entre otros); ella es mi delicia (v. Sal 119:143, entre otros). Yo llevo las de ganar, pues ellos se apoyan en la falsedad (v. Sal 119:118), pero yo me apoyo en la verdad (v. Sal 119:151), porque desde antiguo conozco por tus testimonios que los estableciste para siempre (v. Sal 119:152. Lit.). Comenta Cohen: «Tras larga reflexión sobre los testimonios de Dios, se ha convencido de que son eternamente válidos y por eso confía en ellos cuando se halla en peligro».

20. Resh (versículos Sal 119:153-160)

Esta sección puede titularse: La insistencia en la oración. Está dominada por los verbos mirar y ver, que en hebreo son un mismo verbo y comienza por la letra resh, exigida por el acróstico.

1. El salmista fija su mirada en su propia aflicción (v. Sal 119:153) y apela a la compasión de Dios; fija su mirada en el poder de Dios y le pide confiado: «líbrame»; fija su mirada en la justicia de Dios y suplica (v. Sal 119:154): «Defiende mi causa», como si dijese: «Tú eres no sólo mi Juez sino también mi Abogado, tómame por cliente y defiende mi caso contra los que me persiguen (comp. con Sal 35:1; Sal 43:1), ellos no pueden esperar la salvación, porque están tan lejos de la salvación (v. Sal 119:155), como de tu ley» (v. Sal 119:150); finalmente, fija su mirada en la gracia de Dios y pide, por tres veces (vv. Sal 119:154, Sal 119:156, Sal 119:159): «Vivifícame, es decir, dame vida, consuelo y especialmente, liberación, para seguir haciendo tu voluntad, porque mira, Jehová, cómo amo tus preceptos» (v. Sal 119:159. Lit.).

2. Este amor a la ley de Dios le sirve al salmista para urgir a Dios a que acuda en socorro suyo. Porque la ama (vv. Sal 119:140, Sal 119:159), no se olvida de ella (v. Sal 119:153), ni se aparta de ella (v. Sal 119:157). Le disgustan los prevaricadores (lit. los sin fe), porque no guardan, no obedecen, el dicho de Dios, lo que Dios manda (en este contexto, este es el sentido de imrah, nótese también que, en el original, está en singular). Pero su apelación no se basa primordialmente en ese amor suyo a la ley, sino en la misericordia, en la fidelidad y en la justicia de Dios, que es para siempre (vv. Sal 119:156, Sal 119:159 y Sal 119:160). «Lo capital (lit. la cabeza) de tu palabra dice (v. Sal 119:160) es la verdad». «La totalidad de tu palabra es verdad» (éste parece ser el verdadero sentido) ¡Bien fundada está, y para siempre! (V. la segunda parte del versículo).

3. Dos detalles merecen consideración: (A) Hemos dicho que el amor a la ley le sirve al salmista para urgir a Dios, pero nótese que no dice: «¡Mira cómo cumplo tus preceptos!», sino ¡Mira cómo amo tus preceptos!» Sabía que no los cumplía a la perfección, pero era consciente de que los amaba. Nuestra obediencia es agradable a Dios únicamente cuando procede del amor; no se ama por obediencia, sino que se obedece por amor. Ese amor, esa búsqueda (v. Sal 119:155), es nodriza de la esperanza, porque ¿cómo pueden esperar obtener el favor de Dios en la adversidad quienes nunca le buscaron cuando estaban en prosperidad? (B) Especialmente notable es el contraste entre las frases: «Muchas son tus misericordias» (lit. compasiones) del versículo Sal 119:156, y «Muchos son mis perseguidores» del versículo Sal 119:157. Esta debe ser la mentalidad de todo verdadero creyente, quien, siendo realista («Muchos son mis enemigos») puede ser optimista («Muchas son tus misericordias»), con tal que el pensamiento de la compasión de Dios hacia los que le aman preceda al del peligro que pueda acechar, pues no hay peligro que pueda oponerse al infinito poder de Dios para salvar. El volumen del mal cercano (v. Sal 119:150) será así pequeño frente al Dios cercano (v. Sal 119:151).

21. Sin o Shin (versículos Sal 119:161-168)

Esta letra hebrea, semejante a una m (minúscula) cabeza abajo, se pronuncia de distinta forma según tenga el puntito sobre la patita primera (shin) o sobre la patita tercera (sin) pero al ser la forma de la letra la misma en ambos casos, caben aquí palabras que comiencen por shin o por sin. Recuérdese que el haber olvidado la diferencia de pronunciación resultante de la diferente colocación del puntito ocasionó la matanza que se nos refiere en Jue 12:6. La sección puede titularse: La paz en el amor, al tener por clave el versículo Sal 119:165. Como en la sección 13 (MEM), tampoco aquí se halla ninguna petición.

1. Una sola vez alude en esta sección a los magnates (ya aludidos en el versículo Sal 119:23) que le persiguen sin causa (v. Sal 119:161, comp. con vv. Sal 119:78, Sal 119:86). Esta ha sido siempre la suerte que ha cabido a los buenos; pero el caso es mucho más grave cuando, como aquí los perseguidores son los que gobiernan o tienen gran influencia sobre los que gobiernan, pues no sólo llevan la espada al costado, sino también la ley, por lo que pueden perseguir a los buenos bajo cualquier pretexto de apariencia legal, como suele ser el de subversión (v. Hch 16:20; Hch 17:6).

2. Como los dos polos de un mismo eje, aparecen aquí contrapuestos el amor a la ley de Dios (v. toda la sección) y el odio a la mentira (v. Sal 119:163), entendida aquí como la oposición directa a la verdad que la Ley representa. El alma humana se mueve, en principio, por esos sentimientos, hasta tal punto que en torno a ellos gira la vida del hombre y aun la historia de la humanidad. Dice Agustín de Hipona (La Ciudad de Dios, libro 14, cap. 28): «Dos amores fundaron dos ciudades, a saber: el amor propio hasta el desprecio de Dios, la terrena; y el amor de Dios hasta el desprecio de sí propio, la celestial». Por eso, no hay medio, no cabe neutralidad (Mat 12:30 y paral.; Jua 8:47 y a cada paso en ese Evangelio). El amor que el salmista tiene a la ley se traduce: (A) En temor (lit. pavor reverencial), índice de su fidelidad, a la palabra de Dios (v. Sal 119:161). (B) En regocijo en esa misma palabra (aquí, imrah, dicho), como el que halla un gran botín (v. Sal 119:162). Así como el guerrero se goza cuando alcanza un gran botín en el campo de batalla, el botín del salmista es el gozo y la felicidad que el cumplimiento de la ley de Dios le proporciona. (C) En alabanza (v. Sal 119:164): «Siete veces (es decir, con mucha frecuencia. El siete es número de perfección, de algo completo) al día te alabo, etc.». Hay quienes piensan que basta un día, el domingo, para alabar a Dios, darle gracias y escuchar su palabra; pero el salmista no pensaba así: con mayor frecuencia que el alimento que tomaba, alababa a Dios por sus justos juicios. (D) En obediencia (vv. Sal 119:166, Sal 119:167 y Sal 119:168). Nótese la última frase de la sección (v. Sal 119:168): «Todos los caminos están delante de ti». Comenta Cohen: «Su vida es un libro abierto que confiadamente presenta a la inspección de Dios, por cuanto había observado los preceptos». Quizá no está de más comparar esta frase con Heb 4:12.

3. Pero especialmente se traduce, y esto merece punto aparte, en paz (v. Sal 119:165): «Mucha paz tienen los que aman tu ley, y no hay para ellos tropiezo». Del amor a la ley, y de meditar en ella, se le sigue al creyente una paz que ninguna cosa del mundo puede alterar. Ese amor proporciona una santa serenidad; en medio de las tentaciones y de las tribulaciones, pueden gozar de gran paz en su interior, del mismo modo que el fondo del océano está inmunizado contra las violentas tempestades que los huracanes puedan provocar en la superficie de los mares. Leemos en Isa 32:17: «Y el resultado de la justicia será la paz; y el producto de la rectitud, tranquilidad y seguridad para siempre». Los que aman la ley, no hallan tropiezo (v. Sal 119:165) porque, con la paz, tienen luz interior en abundancia; y, con la luz, esperanza segura de salvación (v. Sal 119:166), es decir, de preservación del peligro (comp. con Gén 49:18, donde aparece la misma frase, aunque el verbo es distinto aquí por exigirlo el acróstico). Todo lo contrario les ocurre a los quebrantadores de la ley, pues «No hay paz para los malvados, dice Jehová» (Isa 48:22).

22. Tau (versículos Sal 119:169-176)

Yates titula esta última sección del salmo: Resolución de firmeza, con base en el versículo Sal 119:173. Sin embargo, el compendio de la sección, y de todo el salmo, se halla en el versículo Sal 119:176, singular como advierte Arconada pues «es trimembre y apenas contiene petición». Su interpretación depende del sentido que se de al perfecto hebreo thaiti que encabeza el versículo, como veremos luego. Se mezclan peticiones y alabanzas.

1. Domina la estrofa una urgente petición de socorro. Ya el versículo Sal 119:169 se encabeza con un clamor de angustia: «Llegue mi clamor delante de ti, etc.» (comp. Sal 17:1); este clamor va acompañado de una petición de entendimiento o, mejor, discernimiento a fin de saber cómo debe obrar, pues es promesa de Dios («conforme a tu palabra»). Pide luego que le libre «conforme a tu dicho» (v. Sal 119:170), en paralelismo con la frase del versículo Sal 119:169; aquí el vocablo para «oración» significa «petición de favor o de gracia», ya que Dios salva por pura misericordia, sin mérito de nuestra parte. La misma urgencia se advierte en el versículo Sal 119:173: «Esté tu mano pronta para socorrerme». Alega para ello las tres razones que aparecen a lo largo del salmo: (A) Porque ha resuelto decidida y seriamente obedecer los preceptos divinos (v. Sal 119:173, comp. con v. Sal 119:30); (B) Porque ha estado por largo tiempo anhelando la salvación (v. Sal 119:174), es decir, la liberación de los obstáculos que le impedían una obediencia más fiel (comp. con vv. Sal 119:40, Sal 119:166); (C) Porque en sus devociones ha hallado, no una atadura, sino una delicia (v. Sal 119:174, comp. con v. Sal 119:24 y muchos otros).

2. Entreveradas con las peticiones de socorro hallamos alabanzas. Los verbos que encabezan los versículos Sal 119:171, Sal 119:172 y Sal 119:175 se traducen mejor por optativo: «Prorrumpan … Cante … Viva …». Este tono de alegría en la alabanza de Dios y de sus mandamientos es típicamente hebreo, y (con mayor razón) debería ser cristiano. Nótese, en el versículo Sal 119:175, cuál es el fin primordial de la vida del hombre: alabar, glorificar, a Dios (comp. con Sal 115:17, Sal 115:18; Sal 146:1, Sal 146:2). Este objetivo es el que impulsa al salmista a desear ardientemente vivir: que Dios le salve la vida y le reanime, a fin de poder alabarle. Y, para que su vida sea una alabanza continua, ruega a Dios que sus juicios (u ordenanzas), como principios que regulan la conducta moral humana, le ayuden para ese fin último (v. Sal 119:175).

3. El último versículo de la sección y del salmo (v. Sal 119:176) admite dos interpretaciones diferentes: (A) El salmista confiesa su extravío en el pasado, extravío grave, no un pecadillo, como lo muestra el verbo hebreo, que es el mismo del versículo Sal 119:110, y también aparece en Sal 58:3; Sal 95:10; Isa 53:6. «Busca a tu siervo», continúa el salmista, como busca el buen pastor a una oveja extraviada. Termina con la apelación de a que, aun en medio de ese extravío, no se ha olvidado de los mandamientos divinos. «El salmista dice Arconada , enamorado de la Ley, se firma no ángel, sino hombre.» Sin embargo, ni la acentuación del verso, ni la contextura de todo el versículo (¿qué sentido tiene, en un miembro «extra», ese «busca a tu siervo»?), ni el contexto entero del salmo, favorecen esta interpretación. (B) Según Cohen, y al tener en cuenta las razones aquí apuntadas, la traducción del versículo habría de ser como sigue: «Si me extraviase, como una oveja perdida, busca a tu siervo, porque, etc.». Continúa Cohen y comenta: «El salmista podría aludir a la fragilidad que forma parte de la naturaleza humana, y ruega que, si sucumbiese a su debilidad y se extraviase, Dios se apresure a traerlo al redil». La única (pequeña) objeción del traductor a esta solución de Cohen es la falta de la conjunción hebrea im, si, al comienzo del versículo. Una tercera solución es la de Kirkpatrick, «que entiende el extravío en el sentido de meros peligros o de desvíos voluntarios», según referencia de Arconada. Como ya hemos dicho, el verbo hebreo se opone de forma tajante a esta solución.

4. Para terminar el comentario de este bellísimo salmo, viene bien la observación de = a la última frase («no me he olvidado de tus mandamientos»): «Es perfectamente verdadero dice que el objetivo principal del salmista es la glorificación de la Ley, y la expresión del gozo que, como hombre verdaderamente piadoso, experimenta en la observancia de sus preceptos; pero, como él mismo pone constantemente de relieve, la Ley es la expresión de la voluntad de Dios. No es la Ley, per se lo que ama; ama la Ley porque ella declara la voluntad de Dios; y la ama porque ama a Dios primeramente».

Salmos 119:33 explicación
Salmos 119:33 reflexión para meditar
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Salmos 119:33 interpretación bíblica del texto