Salmos 16:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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El salmo es de David, y es llamado mikhtam de David. El vocablo hebreo mikhtam, que también aparece a la cabeza de los salmos Sal 56:1-13; Sal 57:1-11; Sal 58:1-11; Sal 59:1-17; Sal 60:1-12, es de significado incierto. Según Ryrie, «parece derivarse de un verbo que significa cubrir y podría indicar salmos que tratan sobre la protección (cubrimiento) de los enemigos, o salmos recitados en silencio (cubierta la boca por los labios)». Arconada, en cambio se inclina a favor de la interpretación sugerida por los LXX, quienes traducen el vocablo hebreo por el griego stelographía, que significaría «para inscribirlo en una estela». Vamos con el estudio del salmo.

1. David comienza aquí como si volase a buscar la protección de Dios (v. Sal 16:1): «Vela sobre mí, oh Dios, porque en ti me he refugiado» (lit.). Como si dijese: «Presérvame de todo mal, especialmente de la muerte y del pecado, al que estoy continuamente expuesto, porque en ti, y en ti sólo, me refugio como en el único que me da confianza y seguridad». Esto (si quitamos lo del «pecado») es aplicable a Cristo, cuando dijo (Jua 12:27): «Padre, sálvame de esta hora», y confiaba que Él le había de librar (comp. con Heb 5:7).

2. Reconoce su solemne dedicación a Dios como a Dios suyo (v. Sal 16:2): «Oh, alma mía, dijiste a Jehová: Tú eres mi Señor (hebr. Adonay) y, por ello, a ti me he acogido desde siempre y para siempre» (comp. Sal 11:1). Y, como motivo principal de esta dedicación suya a Dios, añade: «No hay para mí bien (alguno) fuera de ti». Como si dijera: «Todo verdadero bien mío está en ti o subordinado a ti».

3. Como consecuencia de esta complacencia absoluta en Dios, la extiende también a todos los que son hijos de Dios: «Para los santos que están en la tierra y para los excelentes (lit.) es toda mi complacencia». Si Dios es nuestro, debemos, en atención a Él, extender nuestra benevolencia a los que son suyos, a los santos en la tierra, pues lo que se les hace a ellos, Él se agrada en tomarlo como hecho a El mismo, habiéndoles constituido recipiendarios de Dios. Quienes han sido renovados por la gracia de Dios y dedicados a la gloria de Dios, son santos en la tierra. Cristo se deleita en estos santos en la tierra, a pesar de las debilidades de ellos, la cual es una buena razón para que también nosotros tengamos en ellos nuestra complacencia (Jua 17:19).

4. Detesta el culto de todos los dioses falsos y toda comunión con sus adoradores (v. Sal 16:4): «Se multiplicarán los dolores de aquellos que sirven diligentes a otros dioses», no sólo por el castigo que atraen sobre sí de parte del verdadero Dios a quien rechazan, sino también por la decepción que han de experimentar por parte de los falsos dioses a quienes se adhieren. «No ofreceré yo sus libaciones de sangre», dice David, con lo que da a entender así su firme propósito de no participar de los sacrificios de los idólatras, no sólo porque los ídolos son pura mentira, sino también porque las ofrendas mismas que les hacen son bárbaras, probablemente con sacrificios humanos. En el altar de Dios, comoquiera que allí se hacía expiación por medio de la sangre, beber la sangre estaba estrictamente prohibido, y las libaciones eran de vino; pero el diablo prescribía a sus adoradores beber la sangre de los sacrificios, a fin de instruirles en la crueldad. David no quiere ni tomar en sus labios los nombres de tales dioses falsos.

5. Repite la solemne elección que ha hecho de Jehová como de su porción, del lote que le ha tocado en suerte (v. Sal 16:5) por herencia, del mismo modo que la porción del territorio que a cada tribu le había tocado en el reparto de la Tierra Prometida. La copa, más bien que el cáliz del que se sacaban las suertes, es la copa de vino del banquete (comp. Sal 23:5). Da David la gloria de todo ello a Dios, quien le garantiza la suerte. Y al aludir a las cuerdas de agrimensor que se usaban para distribuir las heredades, añade (v. Sal 16:6): «Las cuerdas me cayeron en lugares deleitosos (lit. delicias) y es heredad de preciosidad la que cayó sobre mí» (lit.). El Cielo es nuestra heredad. No puede ser más hermosa: allí está nuestra casa, nuestro reposo, nuestro bien eterno, y hemos de mirar a este mundo como se mira el país por el que cruza el camino por el que vamos de viaje. Los que tienen razón para decir: Dios es mi porción, ¿qué más pueden desear?

6. Al ponderar David la excelencia de la porción que le ha cabido en suerte, no puede menos que bendecir a Jehová, que fue su consejero en la elección que hizo, y con el que mantiene comunión íntima incluso por la noche (v. Sal 16:7): «Bendeciré a Jehová que me aconsejó (lit.); aun en las noches me amonestan mis riñones)» (lit., es decir, mi conciencia, ya que los riñones eran símbolo de lo que hoy llamaríamos lo más íntimo del ser en sentido de «lo subconsciente», así como el corazón lo era de la vida consciente). Si la porción de Dios es nuestro deleite, que sea también Dios quien se lleve la alabanza por ello. Cuando David se retiraba del mundo y se entregaba a la meditación y al descanso nocturnos, su propia conciencia (también llamada «riñones» en Jer 17:10) le seguía instruyendo (Sal 17:3) y amonestando (eso significa el verbo hebreo) con respecto a los deberes que surgían de la elección que había hecho. Todo esto puede aplicarse, de modo eminente, a Cristo, quien siempre hacía lo que agradaba al Padre, pues en todo miraba la gloria de Dios como el sumo bien y la suprema meta. Al leer o cantar estos versículos, podemos aplicárnoslos también a nosotros mismos, y renovar nuestra elección de Dios como Dios nuestro, con santa complacencia y satisfacción.

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