Salmos 26:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Es probable que David compusiera este salmo cuando era perseguido por Saúl (o por Absalón), a quien presenta como malvado que le acusaba de muchos crímenes que no había cometido. En esto era David tipo de Cristo, quien fue acusado, sin motivo alguno, de muchos crímenes. Véase lo que hace David en este caso:

1. Apela a la sentencia justa de Dios (v. Sal 26:1): «Júzgame, oh Jehová. Sé tú el que juzgue entre mí y mis acusadores». Él no puede justificarse a sí mismo contra el cargo de pecado; reconoce que su iniquidad era grande y que estaba perdido, a no ser que Dios, en su infinita misericordia, le perdonase; pero sí puede justificarse del cargo de hipocresía. Es un consuelo para todos los que son sinceros en su piedad, saber que Dios mismo es testigo de su sinceridad.

2. Se somete insistentemente al escrutinio de Dios (v. Sal 26:2): «Escudríñame … pruébame … examina», como se prueba esmeradamente el oro en el crisol, para ver si tiene los requeridos quilates. Tan sincera era su devoción hacia su Dios, que deseaba tener como una ventana en su pecho, a fin de que cualquiera pudiese ver el interior de su corazón.

3. Testifica solemnemente sobre su sinceridad (v. Sal 26:1): «Porque yo en mi integridad he andado». Como si dijese: «Mi conducta ha estado de acuerdo con lo que profeso ser, y formado ambas cosas una sola pieza». Las pruebas de su integridad le animaban a confiar en Dios como en su justo Juez (v. Sal 26:1): «He confiado asimismo en Jehová; no resbalaré» (lit.). Quienes son sinceros en su piedad pueden confiar en que, con la gracia de Dios, no resbalarán (comp. Sal 73:2); es decir, no apostatarán de su fe.

(A) Tenía constantemente en consideración a Dios y su gracia (v. Sal 26:3): «Tu misericordia está delante de mis ojos». Y la norma de su vida era la palabra de Dios: «Y ando en tu verdad, esto es, en tu ley, porque tu palabra es verdad» (Jua 17:17, comp. con Efe 6:14; 3Jn 1:3).

(B) No tenía comunión con las infructuosas obras de las tinieblas ni con los obradores de tales iniquidades (vv. Sal 26:4, Sal 26:5). La diligencia en evitar las malas compañías es una buena prueba de nuestra integridad y, al mismo tiempo, un buen medio para conservarnos en ella: «No me he sentado con hombres hipócritas, ni entré … aborrecí … nunca me senté» (comp. con 1:11). La compañía de los hipócritas es la más peligrosa de todas y la que más se ha de evitar. Tales malhechores aparentan ser amigos de aquellos a quienes quieren enredar en sus trampas, pero lo disimulan. Aunque a veces no podamos evitar la compañía de los malos, al menos no hemos de ir con ellos, sino aborrecer sus reuniones. Así como los buenos, cuando se juntan y están de acuerdo, se estimulan mutuamente a ser mejores, así también los malos, cuando se reúnen, se hacen peores y cometen peores fechorías.

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