Salmos 29:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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I. David demanda a los grandes de la tierra que rindan homenaje al gran Dios, aunque la expresión «hijos de Dios» apunta, con la mayor probabilidad nota del traductor a los ángeles; no carece, sin embargo, de probabilidad la opinión de que podría aplicarse (a la vista del v. Sal 29:2) a los sacerdotes en la celebración de sus servicios en el templo y englobar quizás a toda la congregación de Israel. «Dad a Jehová la gloria y el poder» (v. Sal 29:1) no quiere decir que se le haya de dar a Dios algo que no tiene, sino el reconocimiento de que a Él le pertenecen, como expresa explícitamente la primera parte del versículo Sal 29:2 (comp. con Apo 4:11; Apo 5:13). Como si dijese: «Dadle vuestras coronas; arrojadlas a sus pies (Apo 4:10); ponedlo todo en manos de Él, a fin de que, al usarlo vosotros, lo hagáis para alabanza de su nombre». Lo que se dice aquí a ellos (v. Sal 29:2): «Adorar a Dios», a todos se dice, pues es la suma y el compendio del evangelio eterno (Apo 14:6, Apo 14:7). El verdadero culto a Dios consiste en rendirle la gloria debida a su nombre. «En la hermosura majestuosa de su santidad» (comp. con 1Cr 16:29) es una expresión de la belleza del santuario y de los servicios celebrados en Él con el ceremonial y los bellos ropajes con que los sacerdotes se vestían. Cuando las reuniones que celebramos los creyentes congregados en la presencia del Señor se contemplan con los ojos de la fe, se palpa la belleza que hay en la santidad.

II. Las buenas razones que David usa al hacer esa demanda:

1. La majestad y autosuficiencia que se implican en el nombre de «Jehová» Nada menos que 18 veces se repite este nombre en el salmo (¡en sólo Sal 29:11 versículos!)

2. Su soberanía sobre todas las cosas. El salmista declara aquí el dominio de Dios:

(A) En el reino de la naturaleza. En los maravillosos efectos de las causas naturales y en las operaciones de los poderes de la naturaleza. El que truena es el Dios de la gloria (v. Sal 29:3); tanto es así que al trueno se le llama aquí «voz de Jehová» nada menos que siete veces (vv. Sal 29:3, Sal 29:4 dos veces , Sal 29:5, Sal 29:7, Sal 29:8, Sal 29:9). Todo el que oye el trueno debe reconocer que es «la voz de Jehová con majestad» (v. Sal 29:4. Lit.). Si su voz es tan terrible, ¿qué será su brazo? Esa voz de Jehová, que es el trueno, es tan fuerte que quebranta y desgaja los cedros del Líbano (v. Sal 29:5), los cuales eran ejemplo de derechura, robustez y altura entre todos los cedros del país. Por supuesto, se ha de entender que, con la voz del trueno, iban los demás elementos de la tempestad: el rayo, el huracán y hasta las sacudidas de la tierra que hacían temblar los montes (v. Sal 29:6) y el desierto (v. Sal 29:8); fenómenos todos que, a lo largo de la Biblia, expresan simbólicamente una actuación extraordinaria del poder de Dios (esto explica su mención o de señales análogas en varios lugares de Ap. y hasta en Hch 2:20). «Siryón» (v. Sal 29:6) es el nombre sidonio del monte Hermón (Deu 3:9), en la frontera de Israel. No faltan eruditos que opinan que se ha perdido una primera parte del versículo Sal 29:7, al constar sólo de un estico. «Voz de Jehová que corta (lit.; hebr. jotseb participio ) llamas de fuego» (v. Sal 29:7), refiriéndose gráficamente al zigzaguear de los relámpagos. El versículo Sal 29:9 resulta algún tanto dudoso en la forma en que nos ha llegado. El texto actual dice literalmente en su primera parte: «Voz de Jehová que hace parir (acelera el parto) a las ciervas y desnuda los bosques. El sentido es: La tempestad que Dios envía causa tal terror a los animales del bosque que huyen espantados de allí, dejándolo «desnudo», es decir, sin animales.

(B) En el reino de la providencia (v. Sal 29:10): «Jehová está entronizado sobre el diluvio, y se sienta Jehová como rey para siempre». Las olas y mareas, las agitaciones y revoluciones de este mundo, por grandes y terroríficas que sean, no perturban en modo alguno el poder y el reposo de la Mente Eterna, ni son capaces de sacudir ninguno de los designios de Dios. La administración de su reino se ajusta a sus eternos designios. Nada lo expresa mejor que el vocablo «diluvio», el cual aparece únicamente aquí y en los capítulos Gén 6:1-22 al Gén 11:1-32 del Génesis, como hace notar Ryrie. Por consiguiente, David parece referirse aquí a la mayor catástrofe que hasta entonces había experimentado la humanidad.

(C) En el reino de la gracia. Aquí es donde más resplandece el brillo de la gloria de Dios (v. Sal 29:9): «En su templo, todo proclama su gloria». Allí, donde su pueblo se reúne para cantar sus alabanzas, todo proclama la gloria del Señor. Todas las obras de Jehová le alaban, pero sólo sus santos le bendicen (Sal 145:10), es decir, sólo ellos pueden expresar conscientemente, y poner en palabras con sentido, las alabanzas que, de forma callada e inconsciente, le tributa la naturaleza. El versículo Sal 29:11 parece una aclamación comunitaria. Dice Arconada: «Pudo cantarla el pueblo, pudo ser pronunciada por los sacerdotes a modo de bendición o puede tratarse de una consideración redaccional del autor del salmo». La «fuerza» sirve para dar vigor al pueblo de Dios, a fin de que puedan dedicarse a toda obra buena y hacer frente a todo mal; la «paz» es el conjunto de bienes que Dios dispensa a los suyos.

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