Salmos 30:6 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Viene ahora una referencia de David a tres estados diferentes por los que había pasado, y a la forma en que había reaccionado su corazón hacia Dios en cada uno de ellos.

1. «En mi prosperidad, cuando yo estaba sano, tranquilo y sin problemas, pues Dios me había dado reposo de todos mis enemigos, dije yo (enfático en el original): No seré jamás zarandeado; me hallo a salvo de todo peligro por mi propia situación». Pensaba que su prosperidad estaba tan fija y segura como una montaña (v. Sal 30:7): «Porque tú, Jehová, con tu favor me afianzaste como monte fuerte». No hace de ese «monte» su cielo, como hacen los mundanos, quienes ponen en su prosperidad material toda su felicidad, sino meramente un «monte»; todavía es tierra, aunque un poco más alta que el nivel ordinario.

2. Pero, de pronto, le sobrevino la aflicción y entonces (v. Sal 30:8): «A ti, oh Jehová, clamé, y al Señor (hebr; Adonay), a mi Soberano Dueño, supliqué». Clamó ansiosamente en petición de alivio y socorro. Su monte había sido sacudido y, con el monte, él, ya que Dios había escondido su rostro, y David quedó desconcertado (v. Sal 30:7). Si Dios esconde su rostro, el hombre queda turbado y desconcertado, aun cuando no le suceda ninguna otra calamidad; cuando se pone el sol, de cierto viene la noche; la luna y todas las estrellas del firmamento juntas no pueden tornar la noche en día. Cuando fue sacudido su monte, alzó David su mirada por encima de los montes. «¿Está alguno entre vosotros afligido? Haga oración», dice Santiago (Stg 5:13). Al esconderse el rostro de Jehová, se hizo más vehemente la plegaria de David (v. Sal 30:9): «¿Qué provecho sacas de mi muerte (lit. de mi sangre) cuando descienda a la sepultura?» dice, con lo que da a entender que de buena gana moriría, si de ello se le hubiese de seguir a Dios o a su país algún beneficio (comp. con Flp 2:17), pero no veía cómo podía seguirse ningún bien de su muerte en el lecho de la enfermedad, en vez de morir en el lecho del honor. «¿Te alabará el polvo?», añade; es decir, el sepulcro. ¡No! Ni le pueden alabar, ni pueden declarar la verdad de Dios los muertos.

3. A su debido tiempo, Dios le sacó del aprieto y le restauró a su anterior prosperidad. Sus oraciones fueron respondidas y su lamento fue cambiado en danza (v. Sal 30:11). ¿Y cuáles eran sus sentimientos al ver el dichoso sesgo que había tomado ahora su situación? Nos lo dice: «A fin de que (final; o: «de forma que» consecutivo) mi alma (lit. mi gloria; probablemente, mi lengua que ensalza tu gloria) te cante y no esté callada» (v. Sal 30:12. Paralelismo de sinonimia). Sus quejas se han convertido en alabanzas, con intención de que éstas continúen por siempre. De aquí hemos de aprender a acomodarnos a las diferentes circunstancias en que nos pone la providencia de Dios.

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