Salmos 40:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

Estudio Bíblico | Explicación de Salmos 40:1 | Comentario Bíblico Online

1. Vemos el grave apuro en que se había encontrado el salmista.

2. Vemos también el refugio que buscó en Dios y su confianza firme en que le había de sacar de aquel aprieto (v. Sal 40:1): «Pacientemente esperé» (lit. Esperando esperé hebraísmo de énfasis ). No esperaba alivio de ninguna otra parte, sino de Dios; la misma mano que desgarra curará; la misma que hiere vendará (Ose 6:1); de no ser así, no habría remedio. David esperó pacientemente, lo cual insinúa que el alivio no vino pronto; sin embargo, él no dudaba de que había de venir y, por eso, decidió continuar creyendo y esperando, y orando, hasta que llegase. Esto podría también aplicarse a Cristo, quien, tanto en Getsemaní como en la cruz, continuó orando en su agonía al que le podía librar de la muerte, fue oído y librado de su temor (Heb 5:7, conforme al sentido, ya que no según la letra, del original).

3. Su consoladora experiencia de la bondad de Dios hacia él en su aflicción, la cual queda aquí mencionada para alabar y honrar a Dios, y para animar y estimular a otros: «Se inclinó hacia mí y escuchó mi clamor». Quienes, en su piedad, han sido presa de la melancolía y han hallado alivio a ella por la gracia de Dios, pueden aplicarse a sí mismos estos sentimientos de David, pues han sido extraídos también de un horrible pozo (v. Sal 40:2). El favor de Dios es completo cuando los pies quedan firmemente asentados sobre una roca, y se ven alzados con tan estupenda elevación tanto como antes se habían visto hundidos en las voraces fauces de un pozo hondísimo. «Puso luego en mi boca prosigue David un cántico nuevo de alabanza a nuestro Dios» (v. Sal 40:3. Lit.). Como si dijera: «Me dio nuevos motivos para regocijarme y como un nuevo corazón para expresar mi regocijo con un cántico que fuese como un nuevo himno de alabanza a Él».

4. La experiencia de David había de animar a muchos a esperar en Dios; a ese fin, dice a continuación: «Verán esto muchos, y temerán y confiarán en Jehová» (v. Sal 40:3). Hay un temor santo y reverente de Dios que no sólo es compatible con la confianza en Él, sino que es el sólido fundamento de dicha confianza. No le temerán para huir de Él, sino para echarse en sus brazos, cuando se hallen en los más graves aprietos, sin dudar de que le encontrarán tan presto a ayudarles a ellos como le encontró David en su terrible aflicción. El salmista invita a otros a poner en Dios su esperanza como él lo hizo, y declara dichosos a quienes así actúen (v. Sal 40:4): «Dichoso el varón (lit. guerrero, valiente) que puso en Jehová su confianza y no se volvió a los soberbios» (lit.), es decir (con la mayor probabilidad), no se va con altivos y rebeldes, que se apartan de Dios para ir en pos de la mentira, esto es, de los ídolos. David se siente embargado de emoción y gratitud al recordar las múltiples maravillas que Dios ha obrado a favor de él (v. Sal 40:5); tantas que dice «no es posible enumerártelas» (traducción más probable que la de «No hay nadie comparable a ti»). Esas maravillas que Dios hace a nuestro favor son el producto de los benignos designios para con nosotros en la mente de Dios: la infinita sabiduría de Dios al servicio de su infinito amor (Jer 31:3; 1Co 2:7), «pensamientos de paz y no de desgracia» (Jer 29:11). Cómo se unen los anillos de esa áurea cadena es, por ahora, un gran misterio para nosotros, pero llegará un día feliz en que se rasgue el velo y podamos contemplar la beatífica realidad. Al presente, hemos de contentarnos con añadir un largo etcétera a la enumeración agradecida de los favores que de Dios hemos recibido y adorar después las cuatro dimensiones de su amor en Cristo (Efe 3:18, Efe 3:19), sin esperanza alguna de hallarles el límite.

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