Salmos 47:5 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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¿No habrían de alabar los súbditos a su rey? Dios es nuestro Rey y, por tanto, debemos alabarle. El versículo Sal 47:7 parece sugerir un determinado modo de alabar a Dios: «Cantad con destreza». El hebreo dice: «Cantad un masquil», lo que, con la mayor probabilidad, indica una determinada melodía, la que, por supuesto, había de ser cantada con todo esmero, como se merece Aquel a quien se dirige el canto. A Dios hemos de cantarle con entendimiento (1Co 14:15), como llevados del Espíritu Santo (Efe 5:19) y, por tanto, del mejor modo que nos lo permitan nuestra voz y nuestro oído.

1. Hemos de alabar a Dios en su ascender (v. Sal 47:5): «Sube Dios entre aclamaciones», lo cual puede referirse: (A) a la subida del Arca al monte Sion, pues al ser el Arca la señal visible de la presencia de Dios entre ellos, bien se le podía aplicar el verbo «subir» adondequiera fuese puesta después de estar en medio de ellos; (B) con mayor probabilidad, a la subida de Dios mismo a su morada celestial después de haber intervenido en el campo de batalla a favor de su pueblo; (C) en sentido acomodado, a la ascensión del Señor Jesús a los cielos, después de haber consumado su obra de redención en la tierra (Hch 1:9).

2. Hemos de alabar a Dios en su reinar (vv. Sal 47:7, Sal 47:8): «Se sentó Dios sobre su santo trono», sobre su trono celestial, desde el que lo gobierna todo. Obsérvese la extensión del gobierno de Dios: todos nacen bajo su feudo; incluso los paganos, que sirven a otros dioses, están gobernados por el Dios verdadero, nuestro Dios, lo quieran o no. Véase también la equidad de su gobierno: el trono en que se sienta es santo y desde allí da leyes, órdenes, decretos, garantías, sentencias, etc., en las que, podemos estar seguros, no se halla injusticia alguna.

3. Hemos de alabar a Dios cuando le vemos honrado por los príncipes de los pueblos, de todos los pueblos de la tierra, como pueblo (o, mejor, con el pueblo) del Dios de Abraham (v. Sal 47:9). Dice el doctor Cohen: «La mención de Abraham une la profecía sobre el futuro con la promesa hecha en el pasado de que había de llegar a ser padre de una multitud de naciones (Gén 17:4)». Y, citando a Maclaren, continúa: «La obliteración de la distinción entre Israel y las naciones mediante la incorporación de éstas, de forma que los pueblos lleguen a formar parte del pueblo del Dios de Abraham, flota ante la vista profética del cantor, como el objetivo final de la gran manifestación que Dios hace de sí mismo». «Los escudos de la tierra» (v. 10) designan simplemente los reyes y príncipes de los respectivos pueblos; con el término «escudos» (hebreo, maguinney) se designan, en Ose 4:18, los gobernantes. Como aplicación espiritual, podemos señalar que esos «escudos», enseñas de dignidad real (v. 1Re 14:27, 1Re 14:28), se rinden ante el Señor Jesús, de la misma manera que se ofrecen a un conquistador, soberano o persona notable, las llaves de una ciudad. Cuando los príncipes de este mundo hacen lo posible para que se protejan y prosperen los intereses de la religión cristiana, es entonces grandemente enaltecido el Señor Jesucristo.

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